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“La maldición de Bly Manor’ es una historia oscura y gótica de amor”: primeras imágenes del regreso de la serie de Netflix



Una de las mejores series del año es una de terror de la que poco se había hablado hasta que se estrenó. La maldición de Hill House (en Netflix) da miedo, mucho miedo. Incluye algún susto efectista, de esos de aparición repentina y grito a todo volumen que te hace saltar del sillón. Pero son los menos. El miedo de La maldición de Hill House es del que se te mete hasta los huesos, del que te hace mirar debajo de la cama antes de irte a dormir o escuchar un ruido y rezar para que no aparezca ante ti la señora del cuello torcido o el señor del bombín.
Los 10 capítulos de esta producción, basada en la novela de terror gótico de Shirley Jackson de 1959 La casa encantada, cuentan la historia de la familia Crain, los dos progenitores y sus cinco hijos, que se muda a una mansión con la intención de reformarla y venderla pocos días después. La trama se narra en dos tiempos, el pasado, con todo el clan en la casa, y el presente, con los hermanos ya adultos y lejos del caserón, y con continuos saltos temporales.

No entraremos en detalles del argumento para no estropear sorpresas. Tampoco hace falta, porque más allá del miedo (que, insistimos, lo da, y mucho), en realidad lo que logra Mike Flanagan, responsable de la adaptación y director de la serie, es dar forma de historia de terror a un fondo de drama familiar con mucho de This Is Us o de A dos metros bajo tierra. En la primera mitad de la historia, Flanagan muestra, a través de un complejo y perfectamente encajado puzle donde todas las piezas están en su sitio, a unos personajes perseguidos por fantasmas de los que se ven y los que no se ven. Desde distintas perspectivas se va construyendo un relato de terror fundamentado en conflictos muy terrenales, en temores personales, en los dramas del día a día. Y precisamente por eso da tanto miedo.

La atmósfera de la serie es de 10. Las interpretaciones están a la altura (destacan las de los niños, qué miedo los niños, pobres niños). El guion ha sido perfectamente trazado. La maestría en el montaje llega a su culmen en el brillante quinto episodio, que cierra la telaraña que se ha ido creando para dar paso a un sexto capítulo en el que Flanagan se permite el lujo técnico de tras larguísimos planos secuencia encadenados y dejar claro que esta serie en realidad es un potentísimo drama familiar de personajes. Por eso, aunque se pase mucho miedo a lo largo de toda la serie, es normal que se termine llorando en el último capítulo. Porque es una historia de terror pero también es un dramón. Un dramón sobresaliente.


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