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La memoria, el olvido y la píldora de agua

El alzhéimer sigue ahí como enfermedad de la memoria y cada año se diagnostican cerca de 10 millones de nuevos casos en el mundo.CENTRO DE NEUROLOGÍA AVANZADO (CNA). (CENTRO DE NEUROLOGÍA AVANZADO (C)

Borges tiene un cuento donde su personaje es capaz de memorizar todo lo habido y por haber. Se titula Funes el memorioso, y nos cuenta la historia de un joven que, tras una caída de un caballo, se queda inválido, pero su memoria se refuerza tras el trauma. Para él, “la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles”.

De esta manera, Funes era capaz de recitar los casos de memoria prodigiosa registrados en la Historia Natural de Plinio, desde Ciro, rey de los persas, que nombró a todos los soldados de su ejército, hasta Mitrídates, que era rey de veintidós naciones que administraba cada una en su idioma, pasando por el poeta Simonides Melico que compuso “El arte de la memoria” que, a su vez, perfeccionó Metrodoro Scepsio, quien tenía la habilidad de repetir un texto tal y como lo había escuchado. Todo un portento, el personaje borgiano.

Pero, claro, estas cosas solo ocurren en la ficción, la realidad nos ha enseñado que la memoria es una materia que tiende al olvido por un mecanismo propio de autodefensa. Porque se olvida con intención de olvidar; la misma memoria ejecuta el proceso del olvido de forma voluntaria. Lo hace para que no se atore. Es un proceso natural.

El problema surge cuando el olvido se convierte en una enfermedad de la memoria, es decir, cuando olvidamos los hechos recientes, los más inestables, los que aún no han sido sedimentados. Es por ello que el psicólogo francés Théodule–Armant Ribot (1839-1916) aplicó una regla a la amnesia que hoy sigue en vigor cuando se trata de diagnosticar la denominada demencia senil.

Dicha regla se denomina ley de Ribot, y viene a decir que el olvido avanza desde lo inestable a lo estable, desde los hechos más recientes a los más antiguos. El Alzheimer se rige por dicha regla, convirtiendo el olvido del pasado más cercano en el principio del diagnóstico. La incapacidad de olvidar de Funes en el cuento borgiano pasa a dar la vuelta en nuestra realidad, convirtiéndose en incapacidad para recordar, primero los hechos más recientes, progresando hasta los más antiguos. De esta manera, llegado el caso, alguien con principio de Alzheimer podría recitar al estilo de Funes, sin problemas, la parte de la Historia Natural de Plinio donde se hace referencia a la memoria de Lucio Scipion cuando nombró a todas las personas del pueblo romano, o al Embajador del rey Pirro, Cineas, saludando por su nombre a todos los senadores romanos, un día después de su llegada a esta ciudad.

Por lo que se sabe hasta ahora, hay un componente genético en la enfermedad. De tal manera, uno de los factores de riesgo genético para el Alzheimer es una forma del gen de la apolipoproteína E llamada APOE4. El otro día, un equipo de investigación dirigido por científicos de los Institutos Gladstone, de la Universidad de California, y de la Escuela de Medicina Icahn del Monte Sinaí, demostró que personas con riesgo genético que habían sido tratadas con un diurético, una píldora de agua, denominada bumetanida, podían ralentizar el proceso degenerativo de la enfermedad.

Aunque la cura esta cerca, todavía es pronto para olvidar que el alzhéimer sigue ahí como enfermedad de la memoria y que cada año se diagnostican cerca de 10 millones de nuevos casos en el mundo. No hay que olvidarlo.

La piel del olvido

Aunque el alzhéimer proyecte la sombra del olvido sobre la memoria, el área cerebral donde se alojan los recuerdos musicales no se ve ensombrecida por la cruel enfermedad.

Como ejemplo sirva el de Tony Bennett, el ‘crooner’ norteamericano al que se le diagnosticó la enfermedad de Alzheimer en 2016, y que en estos días, a sus 95 años, ha salido haciendo un dueto con Lady Gaga, interpretando ‘I’ve Got You Under My Skin’, la famosa canción de Cole Porter que Bennett canta con gusto exquisito, sin dejarse fraseo alguno en su ejecución, llevándonos hasta aquellos años en los que era un chiquillo y el champán de la época se derramaba sobre las partituras.

Eran tiempos de jazz, hermosos y malditos; tiempos donde Scott Fitzgerald se buscaba a sí mismo recorriendo las librerías donde su nombre había caído en el olvido. El autor que nos enseñó que las sensaciones más profundas ocurren en la piel de las personas era ya un muerto en vida. Ninguno de sus libros se podía encontrar, como si hubiese sido víctima de una maldición o, mejor aún, como si la sombra cruel del olvido se hubiese proyectado sobre los últimos años de su perra existencia. Tal vez por eso, Fitzgerald encontró en el alcohol la manera de salir a la superficie, la manera en que el asalto del recuerdo no lastrase su experiencia vital. Pero no pudo ser. Murió antes de tiempo.

En su nuevo trabajo, Tony Bennett consigue traernos hasta el presente todas estas cosas. Porque todos los recuerdos del viejo crooner caben en cada una de sus palabras cantadas, como si la enfermedad del olvido no hubiese podido velar los rincones aquellos de su niñez, cuando la música de Cole Porter salía por los aparatos de radio de entonces, y animaba los patios de vecinos y las calles; los bailes de moda y la sombra de aquel hombre que se tambaleaba sobre los escaparates de las librerías.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.

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