La molécula que ha salvado la vida de cientos de miles de enfermos de covid

Cientos de miles de personas le deben la vida a una molécula formada por 22 átomos de carbono, 29 de hidrógeno, uno de flúor y cinco de oxígeno: la dexametasona (C₂₂H₂₉FO₅). La médica Ana Fernández Cruz recuerda la impotencia que sentía en la primera ola de la pandemia, cuando ella y sus colegas de todo el mundo disparaban “a ciegas” contra el nuevo coronavirus y los pacientes morían asfixiados en hospitales abarrotados. Ningún tratamiento funcionaba. Los muertos se apiñaban en morgues improvisadas.

El equipo de la doctora, del hospital madrileño Puerta de Hierro Majadahonda, fue pionero en investigar la eficacia de la dexametasona, un fármaco antinflamatorio sintetizado en 1957 que apenas costaba unas monedas de euro. Y acertaron. Un gran ensayo clínico coordinado por la Universidad de Oxford (Reino Unido) demostró en junio que la molécula reduce un tercio el riesgo de muerte de los pacientes más graves. Los autores echaron cuentas rápidamente: la dexametasona podía salvar 650.000 vidas en lo que quedaba de año.

José Luis Barredo, nacido hace 59 años en el pueblo burgalés de Trespaderne, recuerda que su primer trabajo fue en la vecina central nuclear de Santa María de Garoña, como ocurría con todos los chavales de la comarca. Al cumplir los 18 años, entraban a la instalación atómica para hacer tareas de limpieza o mantenimiento. “Te contrataban un mes en verano, te sacabas tus dineros y con lo que ganabas eras capitán general”, rememora. Barredo estudió Biología y hoy es uno de los responsables de la única fábrica de dexametasona que hay en España, la de la empresa Crystal Pharma, en Boecillo, a unos 15 kilómetros de Valladolid.

La planta vallisoletana produjo el año pasado 3.000 kilos de dexametasona, un 65% más que antes de la pandemia. Puede parecer poca cosa, pero Barredo pone la cifra en perspectiva: si se dedicasen las tres toneladas a tratamientos para enfermos de covid, habría suficiente para 50 millones de pacientes. Los cálculos de la Universidad de Oxford muestran que por cada ocho enfermos graves tratados con dexametasona se evita una muerte.

La historia de la molécula arranca en 1941, en plena Segunda Guerra Mundial. Algunos rumores sostenían entonces que los nazis organizaban misiones secretas en submarinos para adquirir en Argentina glándulas suprarrenales de vaca, de las que extraían hormonas esteroides con las que aumentaban la resistencia de sus pilotos de combate. Las autoridades estadounidenses fijaron como prioridad científica lograr la síntesis artificial de una de estas hormonas, la cortisona. Un químico de 26 años, Lewis Sarett, lo consiguió en 1944 con un método revolucionario. Su sobrino de 12 años, llamado Donald Rumsfeld, acabaría siendo secretario de Defensa de EE UU e impulsor de las guerras de Afganistán, en 2001, y de Irak, en 2003.

El rumor de los pilotos nazis hormonados con cortisona argentina, sin embargo, era falso. Al acabar la Segunda Guerra Mundial, la farmacéutica Merck & Co., donde trabajaba Lewis Sarett, promovió la búsqueda de aplicaciones reales para la molécula. Dos investigadores, Philip Hench y Edward Kendall, decidieron probar la cortisona como tratamiento para una mujer con artritis reumatoide, considerada por entonces como una de las enfermedades más crueles e incapacitantes. La paciente mejoró notablemente en apenas tres días de septiembre de 1948. Y Hench y Kendall compartieron el premio Nobel de Medicina en 1950.

La cortisona estaba considerada como un fármaco antinflamatorio milagroso, pero tenía considerables efectos adversos, como provocar delirios a muchos pacientes. En diciembre de 1957, Lewis Sarett y su colega Glen Arth sintetizaron una nueva versión, más segura, más barata y 35 veces más potente. Había nacido la dexametasona. El fármaco no sirve para eliminar el coronavirus, pero sí mitiga la reacción inflamatoria desbocada que surge en algunos enfermos de covid y puede ser letal.

Un precursor de la dexametasona lleva el nombre de la legión romana que dio lugar a la ciudad de León

José Luis Barredo explica el asombroso método para sintetizar la molécula. El viaje empieza en el sur de EE UU, en las gigantescas plantaciones de pinos destinados a la producción de papel. Las fábricas que transforman la madera en celulosa generan un residuo del que se pueden extraer esteroles vegetales, unos compuestos que luego se añaden a productos lácteos anunciados en televisión como buenos para reducir el colesterol. La empresa de Barredo compra toneladas de estos esteroles de pino en EE UU y las lleva a España, al Parque Tecnológico de León.

El biólogo muestra una especie de horchata, obtenida tras dejar durante 48 horas los esteroles vegetales en agua, con un cóctel de bacterias escogidas. Los microorganismos generan entonces un nuevo compuesto químico, que en la empresa conocen con el épico nombre de gemina. El nombre de la ciudad de León deriva de Legio, porque allí se estableció en el siglo I la legión romana Legio VII Gemina. “Cada semana producimos unos 20.000 litros de este caldo de fermentación con gemina”, explica Barredo.

Un camión cisterna se lleva esta horchata desde León a las instalaciones de la empresa en San Cristóbal de Entreviñas (Zamora). Allí la gemina se purifica y se convierte en un sólido blanco con aspecto de azúcar. El periplo prosigue en camiones que transportan toneladas de gemina a la planta de Crystal Pharma en Valladolid, donde, mediante una decena de pasos de síntesis química, se convierten en dexametasona. La receta completa es un secreto industrial.

Este viaje por la llamada España vacía acaba en medio mundo. Crystal Pharma —que además de dexametasona fabrica otros ingredientes farmacéuticos— exporta el 90% de su producción a más de 70 países, según los datos de Barredo. “Estamos orgullosos de nuestra contribución en la lucha contra la pandemia”, celebra. La multinacional estadounidense AMRI compró en 2015 el grupo empresarial de Crystal Pharma por unos 175 millones de dólares.

“La base del tratamiento de la covid grave, ahora mismo, es la dexametasona”, señala el farmacéutico Jesús Sierra, de la Sociedad Española de Farmacia Hospitalaria (SEFH). Los resultados del ensayo clínico de la Universidad de Oxford, detallados este jueves, muestran que hay que tratar a 34 personas para salvar una vida en el grupo de pacientes que necesitan oxígeno, pero no se encuentran en estado crítico. En la UCI solo hay que tratar a ocho enfermos graves para evitar una muerte. Sierra recuerda que un tratamiento de 10 días con pastillas de dexametasona cuesta poco más de tres euros. Por vía intravenosa, como se aplica en las UCI, el precio oficial alcanza los 25 euros por paciente. “Salvar una vida tendría un coste de entre 100 y 200 euros”, resume el farmacéutico, del Hospital Universitario de Jerez de la Frontera (Cádiz).

“Salvar una vida con dexametasona tiene un coste de entre 100 y 200 euros”, explica el farmacéutico Jesús Sierra

La dexametasona es lo mejor que se ha encontrado en un año de pandemia, pero no es una bala de plata, ni mucho menos. El ensayo de Oxford, realizado en la primera ola, muestra que la mortalidad de los enfermos con ventilación mecánica en la UCI bajó del 41% al 29% gracias a la dexametasona. “Sigue habiendo una mortalidad muy elevada en los enfermos de covid hospitalizados”, lamenta Sierra. La combinación de dexametasona con el tocilizumab —un fármaco contra la artritis reumatoide que cuesta unos 1.000 euros por persona— reduce hasta un 50% la mortalidad de los pacientes ingresados en la UCI, según los últimos resultados del ensayo de Oxford, publicados el 11 de febrero. Ese 50% es lo máximo que se ha conseguido hasta ahora.

La médica Ana Fernández Cruz recalca que la molécula C₂₂H₂₉FO₅ solo es útil en pacientes graves. Si se administra demasiado pronto, podría incluso ser perjudicial. El Hospital Puerta de Hierro Majadahonda ha llegado a tener unos 150 enfermos de covid ingresados al mismo tiempo en esta última ola y prácticamente todos estaban bajo tratamiento con dexametasona. El fármaco, según explica la doctora, puede producir algunos efectos adversos, como subidas de azúcar en los diabéticos, pero es un riesgo perfectamente asumible. “Entre morirte y no morirte, compensa totalmente”, zanja la médica.

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