La mortalidad por covid-19 se dispara en Turquía


La voz temblorosa del joven Canberk contrasta con su talla de incipiente hombretón. No puede remediarlo: cuando se le menciona el terremoto del pasado viernes, los fantasmas regresan a su cabeza. “Fue muy duro. Y aunque nuestra casa no ha sufrido grandes desperfectos, tenemos miedo a que no aguante una nueva sacudida. Pasamos la primera noche en casa de unos parientes, pero muchos barrios de Esmirna están en zonas de riesgo sísmico. Así que nos vinimos aquí”.

Canberk vive ahora con su madre en una de las 700 tiendas instaladas en el parque Asik Veysel, convertido en campamento para los damnificados del terremoto. “Gracias a la solidaridad ciudadana, todas las necesidades de alimento, ropa, abrigo e higiene están cubiertas. Pero seguimos recibiendo a gente y estamos levantando nuevas tiendas de campaña, cada una con capacidad para seis personas”, explica Bahar Karsli, coordinadora de la agencia para emergencias del Gobierno turco AFAD, que estima que unas 5.000 personas duermen en calles y parques desde el terremoto del viernes. Otras fuentes creen que este cálculo se queda corto. Según el Ayuntamiento Metropolitano de Esmirna, hasta el lunes se habían colocado más de 3.200 tiendas de campaña, en diversos parques, plazoletas y descampados.

Los inspectores del Ministerio de Urbanismo han revisado ya más de 10.000 edificios y, además de la veintena de bloques derrumbados, han hallado 124 con graves problemas estructurales y otros 850 con daños leves o moderados, mientras cientos más esperan a ser evaluados.

“Incluso aunque veas una pequeña grieta en la pared, sientes miedo. ¿Puede caerse? Temes incluso asomarte a la ventana por si hay un terremoto que te lanza fuera”, explica Özgür Özçelik, un ingeniero que también vive en las tiendas del Asik Veysel. En el campamento hay psicólogos y pedagogos para tratar las ansiedades, depresiones, crisis nerviosas, los daños invisibles que sufren los damnificados. “Nos toca empezar de nuevo. No ya porque haya que trasladarse y comprar todo, sino porque tienes que rehacer lo que habías construido, tu hogar, tu vida, y volver a encontrar un equilibrio. Psicológicamente es muy difícil”.

Por eso, a veces, los damnificados terminan emigrando, para dejar atrás sus miedos y rehacer sus vidas. Tras el terremoto de Erzincan (este de Turquía) que en 1992 mató a más de 600 personas, varias familias afectadas se trasladaron a Esmirna. Hayati Uzun era uno de ellos y construyó un edificio que bautizó en honor de su nieto Emrah, fallecido en aquel seísmo. Sin embargo, los fantasmas reaparecen -sobre todo si te instalas de nuevo sobre una falla- y los Apartamentos Emrah fueron uno de los primeros edificios en derrumbarse en este nuevo terremoto. Hayati Uzun perdió bajo ellos a otros dos nietos y a su nuera.

A todos estos temores se une ahora otro: el del coronavirus. “Tomamos todas las medidas necesarias: el Ayuntamiento desinfecta las tiendas cada día”, explica Karsli. A la entrada del parque, las voluntarias obligan a todos los que entran a tomarse la temperatura, desinfectarse las manos y cambiarse la mascarilla por otra nueva. Con todo, es una situación difícil de controlar debido a que muchos de los espacios son compartidos, se producen aglomeraciones y no hay muchos váteres.

Oficialmente, en Turquía solo hay 2.000 nuevos casos de covid-19 al día (y entre 70 y 80 muertes), pero el Ministerio de Sanidad reconoce que solo reporta públicamente los casos sintomáticos. Se calcula que el número real de contagios ronda los 10.000 diarios, y el de muertos es el doble de las cifras oficiales, con lo que podrían ser hasta 150 al día.

Bajo el lema “Que la covid no sea un segundo terremoto”, la Asociación Médica de Turquía ha pedido que se hagan test a los afectados por el seísmo y advierte de que entre los damnificados hay varios pacientes que guardaban cuarentena en sus hogares ahora destrozados, informa EFE. De hecho, una de las niñas rescatadas de entre los escombros, Idil, de 14 años, y también su madre, han dado positivo, aunque el Ministerio de Sanidad asegura que podrían haberse contagiado con anterioridad al seísmo.

Amanece sobre las nueve tiendas de campaña instaladas en una cancha de baloncesto del distrito de Bayrakli. La temperatura a primera hora de la mañana desciende de los 10 grados y Nergis y sus vecinos se arremolinan en torno a las estufas de leña colocadas entre las tiendas. Se escuchan toses que se suponen del tabaco, pero uno ya no sabe qué pensar. “Desde luego estamos preocupados por la covid. Por eso usamos mascarillas y tratamos de mantener el máximo grado de higiene, pero hasta donde podemos: vivimos apretujados en las tiendas”, reconoce esta mujer de mediana edad.

Apenas unos 20 metros más allá, entre los escombros de los Apartamentos Doganlar, trabajan decenas de rescatadores. Todos con mascarilla, pero guardar la distancia de seguridad es imposible. Obviamente ahí las prioridades son otras: localizar supervivientes.

Como Ayda, una niña que cumplirá tres años el próximo diciembre y fue extraída con vida tras pasar 90 horas enterrada entre las ruinas de los cercanos Apartamentos Riza Bey. “Estaba en buen estado de salud y consciente. Lo primero que pidió fue agua y ayran [una bebida de yogurt] pero, claro, después de pasar tanto tiempo sin bebida ni alimento solo podíamos darle suero intravenoso”, relata Fatma Aktasçi, la médico que le atendió: “Aún me tiemblan las manos de la emoción, haberla rescatado es una alegría indescriptible”.

Ayda es la 107ª persona en ser sacada viva de debajo de los edificios derrumbados en unas labores de rescate que están llegando a su final. Lamentablemente, los dos cuerpos que se extrajeron antes del de ella eran cuerpos sin vida. Y poco después de hallar a la pequeña Ayda, se localizó también a su madre, que, en cambio, había perecido bajo los cascotes. Así, la cifra de víctimas mortales del terremoto asciende ya a 111 (más otras dos en Grecia) y la de heridos supera el millar.

Entre tantas desgracias, noticias como el rescate de Ayda o de Elif, otra niña, de dos años, recuperada tras pasar 65 horas bloqueada, dan cierta esperanza a la población de Esmirna, algo a lo que también contribuye la solidaridad. “Todo el país se ha volcado con nosotros: han enviado ayuda, voluntarios… Han demostrado que en momentos difíciles podemos ser una gente fantástica”, dice el ingeniero Özçelik: “Y eso hace que nuestro dolor sea algo más leve”.


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