La movilidad no es todavía eléctrica, pero afronta ya un proceso de transformación que, aunque aún se encuentra en una etapa temprana, será imparable. En el día a día son los medios de transporte más habituales que vemos por la calle los que muestran el cambio con más claridad, con cada vez más automóviles (como por ejemplo el Volkswagen ID.3, el primer coche neutro en emisiones de CO2 en su ciclo de vida completo) y motos de cero emisiones circulando integrados en el tráfico de nuestras ciudades, pero no es el único sector que apunta en esa dirección.
Por tierra, del automóvil a los camiones y buses
Los automóviles eléctricos siempre se han sentido más cómodos en ciudad por su concepción y funcionamiento, porque al circular a velocidades bajas y poder aprovechar las frenadas para regenerar energía pueden aumentar su autonomía, Sin embargo, en los últimos 10 años han duplicado su alcance y empiezan a posicionarse como una alternativa perfectamente válida para que muchos usuarios particulares afronten viajes de largo recorrido.
Esto, aplicado a una escala mayor, ha hecho que la tecnología eléctrica comience a ser una opción viable también para el transporte a larga distancia tanto de personas como de mercancías, lo que se ha traducido en que un buen número de compañías estén desarrollando modelos tanto de autobuses como de camiones para afrontar esos nuevos cometidos.
Para ambas tareas la tecnología más habitual es la pila de hidrógeno, que presenta algunas ventajas para este tipo de vehículos pesados frente a las baterías convencionales, como, por ejemplo, un tiempo de recarga más rápido que el de un eléctrico convencional, algo vital en camiones y autobuses que necesitan ‘depósitos’ de energía de gran capacidad. Ya hay unidades rodando por las carreteras de Europa que homologan 400 kilómetros de autonomía, pero también están desarrollándose modelos que superan los 1.000 kilómetros de alcance y que tienen prevista su llegada al mercado para la segunda mitad de la presente década.
Sin embargo, la opción de batería convencional también ha sido implementada ya en vehículos de menor tamaño y volumen, como las furgonetas y los camiones ligeros, pensados para el transporte de media distancia, que pueden recorrer hasta 400 kilómetros sin pasar por un punto de recarga y, una vez en éste, pueden recuperar el 80% de su autonomía en apenas 90 minutos.
Por mar, entre lanchas y taxis náuticos
Utilizar vehículos con un sistema de propulsión limpio y ecológico cobra todavía más sentido en el agua, que es a donde en muchas ocasiones van a parar los residuos de ciudades e industrias sin haber sido tratados convenientemente con anterioridad.
En este campo la electricidad, ya sea en forma de baterías o como pila de hidrógeno, se presenta como una alternativa a tener en cuenta, porque proporciona una navegación más silenciosa sin renunciar a las prestaciones y, sobre todo, mucho más limpia y ecológica. Es el caso de modelos como los Q-Yatchs Q30 o RAND Leisure 28, que en el último caso permite alcanzar velocidades de hasta 40 nudos (74 km/h) con autonomías de hasta 140 millas náuticas (225 kilómetros). El HYNOVA 40, por su parte, combina ambos sistemas, contando con un extensor de hidrógeno para aumentar la autonomía de sus baterías.
Otra alternativa peculiar es la de los SeaBubbles, unos vehículos capaces de navegar sobre el agua a velocidades de hasta 6 nudos (11 km/h) y, a partir de ahí y hasta los 13 nudos (25 km/h), se elevan sobre sus hidroalas, “planeando” sobre la superficie líquida. Se han concebido principalmente como taxis para ofrecer un tipo de desplazamiento alternativo en lugares como el río Sena en París o las playas de Saint Tropez, y tienen una autonomía de 40 kilómetros.
En el aire, los microtaxis voladores
Conquistar los cielos siempre ha sido uno de los sueños del ser humano, pero la nueva oleada eléctrica ha supuesto la oportunidad real de implementar el transporte aéreo dentro de las ciudades, con el objetivo de descongestionar el tráfico y, a la par, ayudar a eliminar la contaminación.
En espacios tan concurridos se requiere un tipo de vehículo muy particular, que no necesite de grandes superficies para aterrizar o despegar, por lo que la morfología de los populares drones, que realizan ambas maniobras en vertical (sus siglas en inglés son VTOL, ‘Vertical Take-Off and Landing’), resulta perfecta para el cometido y ha sido adoptada por la mayoría de proyectos de ‘taxi volador’.
Compañías como Airbus, Uber, Boeing o Lillium (esta última con un diseño más parecido al de un microavión) llevan meses e incluso años trabajando en sus aerotaxis, que por el momento prometen unos alcances de hasta 100 kilómetros, con velocidades de hasta 170 km/h y autonomías máximas de 30 minutos. Algunos están desarrollando de manera paralela sistemas de conducción autónoma para que pueda volar por cuenta propia (abaratando el coste del viaje al no necesitar piloto) pero otros han optado por un formato más convencional, con un profesional a los mandos y capacidad para hasta cuatro pasajeros.
Según diferentes estudios, a partir de mediados de esta década el sector podía eclosionar, aunque para ello se necesita también una legislación adecuada que regule el tráfico aéreo de este tipo de vehículos.
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