“Estuve a punto de nacer en la cárcel”, dice Amaya Isert (Granada 1976), “mi madre, presa política, estaba embarazada de tres meses cuando salió con la Ley de Amnistía”, declara esta mujer que dedica su vida a cuidar de una veintena de burros que han llegado a su refugio, víctimas de maltratos, y a luchar por la supervivencia de estos animales que en España están en riesgo de extinción.
Amaya pasó una infancia que recuerda casi como idílica en una comuna jipi en el barrio del Albayzín, en Granada. “Vivíamos juntos una docena de adultos y niños y varios animales: conejos, perros, gatos…”, explica, exhausta, después de la tensión pasada la tarde anterior, cuando un incendio a escasa distancia de su refugio obligó a reunir a todos los animales y preparar una posible evacuación.
Desde hace poco más de un año, Isert acoge a 22 burros en un pequeño risco a las afueras del pueblo de Mijas (Málaga) donde ha fundado el refugio Donkey Dreamland, que abarca un terreno de dos hectáreas en el que ha habilitado un establo y varios recintos vallados “donde curamos, cuidamos y brindamos cariño a unos burritos que vienen de situaciones terribles: molidos a palos, con enfermedades que sus antiguos amos no trataron, exhaustos por la explotación y, sobre todo, muertos de miedo”, explica esta mujer fibrosa con cierto aire de cowboy.
Antes de dedicarse a cuidar de estos simpáticos cuadrúpedos, Amaya Isert navegó durante 20 años los siete mares y todos los océanos como cocinera en yates de lujo
Y es que, como asegura Pascual Rovira, presidente de la primera asociación fundada en España para la protección del burro, Adebo, al término de la Guerra Civil había en España más de un millón de burros y hoy no quedan más de 60.000. “En los años 80 se sacrificó a un millón de estos animales, al ir perdiendo su utilidad para las labores del campo”, asegura Rovira.
Además, los presupuestos de los programas de conservación han caído en picado y han desaparecido en los últimos años muchos núcleos ganaderos de reservas y crianzas. Para el portavoz de Adebo, con sede en Rute (Córdoba), la situación es extremadamente grave para los burros de razas autóctonas, que son los que más peligro corren para su supervivencia. “De las 16 razas autóctonas europeas que pueden desaparecer, seis son españolas: la andaluza, catalana, mallorquina, majorera (de Canarias)… Su protección es un proyecto totalmente romántico, por lo que tiene un futuro muy negro”, reflexiona Rovira.
Antes de dedicarse a cuidar de estos simpáticos cuadrúpedos que tanto han ayudado al hombre a lo largo de la historia, Amaya Isert navegó durante 20 años los siete mares y todos los océanos como cocinera en yates de lujo, actividad que alternaba con la de jefa de cocina en una mansión en Chiang Rai, al norte de Tailandia, u ocupándose del yantar de los artistas del Circo del Sol en sus giras mundiales. “Quizá lo que me motivó para dedicarme a los burros fueron mis recuerdos de niña, cuando íbamos a la Alpujarra y allí disfrutaba mucho jugando con tantos burros como había”, afirma.
Donkey Dreamland funciona con una veintena de voluntarios, casi todos provenientes de la colonia de expatriados que vive en Mijas y se financia por las donaciones y las visitas al refugio. “El 98% de ambos conceptos nos llega de visitantes y donantes británicos, suecos, noruegos, finlandeses… es chocante la poca sensibilidad que hay todavía entre los españoles hacia un animal que ha sido tan importante en nuestra vida”, lamenta Isert. “En realidad, sobrevivimos gracias a la comunidad extranjera y por ello alquilé el terreno cerca de Mijas, donde es mayoritaria”, continúa.
Donkey Dreamland funciona con una veintena de voluntarios, casi todos provenientes de la colonia de expatriados que vive en Mijas y se financia por las donaciones y las visitas al refugio
Las visitas al centro consisten en paseos con los burritos, ayudar a cepillarlos o a alimentarlos y, en breve, empezará un programa de terapia para niños con discapacidades como autismo y similares, que pueden conseguir tan buenos resultados como los que se practican ya desde hace años con caballos. Y es que el burro es un animal muy cariñoso, una vez que pierde el recelo y el miedo que en muchísimos casos es producto de años de maltrato. Pero en una visita a Donkey Dreamland se puede comprobar enseguida lo mimoso que puede ser un animal que llegó aterrorizado y con un profundo surco permanente sobre el hocico después de años de llevar un bozal brutalmente apretado y que ahora no se resigna a que se deje de rascarle sobre el morro y empuja con la cabeza para reclamar más cariño.
“El burro tiene una enorme empatía con el ser humano y, sobre todo con los niños; los chavales que vienen de visita flipan; yo creo que el burro siente tu corazón”, asegura esta mujer menuda, pero repleta de energía que llega a dormir durante semanas en una tienda de campaña junto a los recintos “por si escucho un lamento de algún animal recién llegado”.
En España existen varios refugios de este tipo pero muy pocos centros de cría “y si no se cría no hay burros”, dice el presidente de Adebo, donde sí hay uno dedicado al burro andaluz.
Pero el peligro de extinción del burro no existe exclusivamente en España o entre las razas autóctonas europeas. “La matanza de burros es global y hoy más estimulada todavía por el mercado chino que adquiere la piel de este animal a toneladas para sus recetas de medicina tradicional, por ello es primordial ilegalizar este comercio”, remarca Rovira.
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