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La música, la segunda pasión de Albert Einstein

La música, esa parte de la cultura del ser humano que desde épocas inmemoriales ha conseguido cautivar los oídos de millones de personas. Armonías melodiosas, canciones pegadizas y auténticas obras maestras que reflejan la gran capacidad de superarse de estos genios, los compositores. Y hablando de genios, ¿sabías que uno de los talentos ocultos de Einstein era la música? Por eso vamos a mostrarte todos los detalles de la pasión uno de los científicos más reconocidos de la historia.

La teoría del violín

La historia de Einstein con el instrumento por antonomasia de la música clásica viene dada desde muy pequeño. Exactamente a la edad de seis años, el creador de la teoría de la relatividad comenzó a dar sus primeros pasos en el mundo de la música. Su instrumento preferido era el violín, un artilugio que definía como «su mayor alegría» y del que posteriormente se convirtió en un más que aceptable músico.

Einstein tocando el violín

Como todos sabemos, Einstein era un genio diferente y tras probar con otros instrumentos como el piano, decidió dejar la educación musical añadiendo que «los maestros le aburrían». Sin embargo, el científico alemán nunca se separó de un instrumento del que decía ser una de sus inspiraciones para la creación de sus numerosas teorías y es que como él mismo decía: “La música llena mis sueños de día. Puedo ver mi vida en términos de música y de ella saco gran parte de mi alegría».

Mozart, la debilidad del genio

Siempre se ha dicho que los intelectuales se entienden entre sí, se complementan y hasta se inspiran los unos en los otros. Este es el caso de Einstein que siempre se ha declarado un claro admirador de la música de Mozart. La pureza de sus armonías era definida por el científico como una obra maestra que parecía que hubiese estado siempre presente en el mundo, y que simplemente esperaba ser descubierta.

Albert Einstein

Einstein y Mozart, Mozart y Einstein, dos auténticos genios en lo suyo que tienen un cierto paralelismo a la hora de crear verdaderos avances para la humanidad. Uno en la cultura y otro en la ciencia, pero ambos para el bien común de una sociedad que sin sus descubrimientos sería menos humana.


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