La niña desaparecida

Ay, qué fuerte lo de ayer. ¿Te acuerdas que te dije que Maribel me propuso que fuéramos a visitar a una vieja amiga? Pues eso hicimos. Nos metimos en su coche y tras media horita de curvas llegamos hasta un pueblo diminuto que no conocía, prácticamente escondido en la ladera de una montaña.

Allí vive Susana. Cuando Maribel me habló de ella como “vieja amiga” me imaginé a alguien de su edad, pero para nada. Susana tiene un año menos que yo, pero si entra en la categoría de “vieja amiga” es porque Maribel y ella se conocieron hace un montón de tiempo, cuando Susana era tan solo una niña. Ha vivido siempre en el mismo pueblo, ahora con su marido y con sus hijas, y de vez en cuando Maribel va a visitarla. Bien, pues aquí viene lo bueno: cuando le pregunté cómo se habían conocido, me contó que fue Maribel quien la encontró un verano en el que desapareció durante siete días. ¡Susana es la niña de la que hablaba la noticia del periódico! ¡La del periódico aquel, uno de los que estaban en la maleta de Francisco!

Me quedé sin habla, pero fue tan solo durante un par de segundos porque a continuación se me ocurrieron doscientas preguntas que hacerle y no sabía por cuál comenzar.

Susana no recuerda mucho de aquella semana. Estuvo desaparecida desde un sábado por la noche hasta el siguiente, pero esto lo sabe porque se lo dijeron. Ella lo único que recuerda es que su padre la acostó, le leyó un cuento y después estaba sola, caminando por una playa en mitad de un atardecer. Maribel se encontraba en esa playa, aprovechando las últimas horas de sol de aquel día, y fue ella quien la vio y avisó a la policía. Me contó también que, en aquel momento, cuando Maribel la encontró, le habló a la policía de una sala blanca en la que estuvo tumbada y en la que se sentía muy bien, muy tranquila y muy feliz, pero esto, de nuevo, lo sabe porque se lo han contado. Excepto lo de dormirse y lo de la playa, ya no recuerda nada más. Qué fuerte, ¿no?

Yo le conté cómo había descubierto su historia y también flipó bastante. A ver, no tanto como yo, claro, pero vamos, que un poco sí que flipó, y al final, entre esto y lo otro, se nos hizo muy tarde. Teníamos todas nuestras cosas en el hostal, pero para evitar conducir de noche por esa carretera llena de curvas, Susana nos invitó a pasar la noche en su casa.

Acabamos de desayunar con ella y con su familia, así que en un ratito saldremos de vuelta hacia el hostal. No sé muy bien qué haremos hoy. Mañana te cuento.

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Cartas desde la isla


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