De la transición entre Wimbledon hacia este US Open que arranca, Juegos Olímpicos mediante, el aficionado al tenis observa con nostalgia un escenario que si no es completamente nuevo, subraya a las claras lo que más pronto que tarde llegará: se acaba una época dorada. Mientras en la concurrida Times Square da botecitos de alegría Coco Gauff, una joven de 17 años que se emociona al verse en los paneles luminosos del céntrico rincón neoyorquino, en Flushing Meadows comienza la actividad y la nueva hornada reclama espacio a la vez que las ausencias siguen haciéndose notar. Inmenso vacío el que dejan Rafael Nadal, Roger Federer y Serena Williams.
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Paradójicamente, cuando el deporte de la raqueta celebra que sus gradas vuelven a estar a rebosar, cien por cien de aforo permitido siempre y cuando se presente la prueba de vacunación contra la covid, el cartel pierde a tres de los jugadores más icónicos de la era moderna. El español (35 años) sufre silenciosamente del pie izquierdo, las cirugías no terminar de remendar la rodilla derecha del suizo (40) y la estadounidense (a un suspiro de los 40 también) asume con resignación que su físico le da para lo que le da, y que la posibilidad de alcanzar la plusmarca histórica de la australiana Margaret Court, 24 grandes, es cada día más remota y más ilusoria. En resumidas cuentas, 24 años después, ninguno de ellos figura entre la nómina de los participantes.
No ocurría desde 1997, cuando Williams dejó atrás la aclimatación al profesionalismo y la temporada siguiente se adentró ya en el territorio de los grandes por la vía australiana. Después irrumpió Federer, presente por primera vez en un major en el Roland Garros de 1999, cuando lucía coleta y todavía corregía algunos malos modos. Y luego apareció el tercer gran dominador, Nadal, que en 2003 ya paseó sobre la hierba de Wimbledon y el cemento de Nueva York, donde hoy se les añora y empiezan a florecer nuevas figuras. Padecen los tres, se abren nuevas puertas y se reafirma la sensación de que el paso de página cobra fuerza. Aunque se resista, el tenis asume y diseña la nueva era.
“Llevo un año sufriendo más de lo que debería”, expone el mallorquín, que este curso ha jugado menos que nunca (29 partidos distribuidos en siete torneos) y que desde hace tiempo se dosifica meticulosamente, aprendiendo a escuchar a su cuerpo; así ha logrado tener continuidad –desde 2015 solo se había perdido un major hasta el parón originado por la pandemia–, pero no librarse de las lesiones. Sin rasguño quirúrgico alguno hasta 2016, Federer –13 partidos en cinco eventos este ejercicio– contabiliza cuatro operaciones desde entonces y no tiene fecha de regreso a la competición, a la espera de ver cómo reacciona finalmente la articulación mientras sus hordas de seguidores tiemblan. Entretanto, los males de Serena –18 partidos en seis torneos en este 2021– son ya recurrentes y sus abandonos por cuestiones físicas ya no sorprenden.
La respuesta de Nole
Acordándose de los tres, el US Open –también sin Dominic Thiem, vencedor en 2020– despega en el asfalto de Nueva York planteando otro escenario completamente abierto en el cuadro femenino, con la japonesa Naomi Osaka como principal foco de atención, y con todos los ojos puestos en Novak Djokovic. El serbio, de 34 años, está a tan solo siete pasos de lograr su 21º grande, de modo que coronaría en solitario la cima mundial del tenis masculino, mirando ya por el retrovisor a Nadal y Federer. En cualquier caso, el presente y el pasado invitan a caminar con pies de plomo al número uno. La gigantesca Arthur Ashe fue, al fin y al cabo, el marco en el que hace un año protagonizó el incidente insólito con una juez de línea.
Después de aquel pelotazo involuntario que le descalificó y que para algunos simbolizaba la pérdida de un tren sin retorno, Nole se enderezó y regresó por todo lo alto. Venció en Melbourne, redobló su apuesta en Roland Garros y atrapó en el histórico a sus dos grandes rivales con un triunfo aplastante en Wimbledon. Luego, sin embargo, sufrió el colapso olímpico de Tokio y ahora está en el aire cómo reaccionará y comprobar si ha sido capaz de remontar tanto anímica como físicamente, dado que el golpe le dejó “vacío”, como así reconoció. Con 43 partidos en las piernas y cuatro trofeos más en sus vitrinas, el de Belgrado será el indiscutible hombre a batir.
El póquer: de Budge a Graff
Djokovic no compite desde Tokio y vuelve al cuadrilátero (el martes frente al danés Holger Rune, 1.00, Eurosport) con la opción de ganar el cuarto grande del año y sellar el Grand Slam, hito obtenido únicamente por Don Budge (1938), Maureen Connolly (1953), Rod Laver (1962 y 1969), Margaret Court (1970) y Steffi Graf (1988). “Me haría feliz que entrase en el club”, dice el elegante Laver, el último tenista masculino que consiguió el póquer. Federer se quedó a un solo bocado en 2004, 2006 y 2007; Nadal en 2010, cuando se le resistió el Open de Australia; y el propio Nole en 2011 y 2015, derrotado por entonces en las semifinales y la final de París, de manera respectiva. Serena, por su parte, lo tuvo a tiro en 2015, pero cedió en Nueva York.
“Sé que Medvedev [25], Zverev [24] y Tsitsipas [23] también están listos para ganar. Del 1 al 10, tengo un 11 de confianza… O, mejor dicho, un 21”, bromeaba en la antesala. “Estamos aquí para impedir que Novak triunfe otra vez”, precisa el primero con los colmillos afilados. “Los jóvenes estamos dando espectáculo y en el futuro nos repartiremos los títulos, pero no creo que se repita lo del Big Three. Eso solo ocurre una vez en la historia”, añade el alemán. “Tenemos el nivel suficiente para lograr un Grand Slam”, se suma el griego mientras la grada salvaje de Nueva York echa en falta a los gigantes. Sin Nadal, Federer ni Serena, el tenis sigue día a día regenerándose.
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