La nueva batalla en los suburbios de Kiev: reconstruir la vida que destrozó Rusia

La nueva batalla en los suburbios de Kiev: reconstruir la vida que destrozó Rusia

“Mamá, ¿dónde estás? ¡Qué guapa eres…! ¿Cómo sobrevivir sin ti?”. Entre sollozos, Natalia Mirko, de 52 años, se abraza al féretro de su madre mientras la invoca. La catedrática Anna Starostenko, de 73 años, fue una de las pocas vecinas que se quedó en su casa de Irpin durante el mes de ocupación de esta ciudad ucrania por los rusos. La mujer sobrevivió a los combates y la falta de agua, luz y gas. Pero el 9 de mayo, poco más de un mes después de la retirada de los invasores y cuando la ciudad empezaba a resucitar, su corazón dijo basta. La vida en Irpin sigue su curso. También la muerte. La tumba de esta doctora en Economía aparece rodeada de otras decenas, todas cuajadas de flores, de los aproximadamente 300 civiles que murieron bajo el yugo de la ocupación rusa en esta localidad a las afueras de Kiev.

El fantasma de un posible regreso de las tropas del Kremlin, omnipresente los primeros días después de que las autoridades ucranias recuperaran el mando, parece haberse esfumado. El presidente Vladímir Putin se muestra más preocupado ahora por ganar terreno en el este y el sur de Ucrania. Pero recobrar la rutina en los suburbios de Kiev no va a ser sencillo ni inmediato. De las aproximadamente 100.000 personas que vivían en Irpin cuando comenzó la invasión el 24 de febrero, solo unas 5.000 se quedaron. Hasta ahora han regresado unas 20.000, según los datos que ofrece en su despacho Julia Ustich, adjunta al alcalde y responsable de asuntos humanitarios a nivel municipal. Es decir, el 75% de los habitantes siguen sin retornar a casa. Ustich, cuyo hijo de 17 años está acogido por una familia de Zaragoza, lleva en la mano una lista con los vecinos a los que tratan de buscar acomodo temporal bien en Irpin o en alguna localidad de los alrededores.

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Otro de los principales frentes de batalla es restablecer los servicios esenciales. En las escaleras que dan acceso al Ayuntamiento, varias personas hacen turnos junto a una regleta con varios enchufes. “A mi casa ha llegado hace poco el gas, pero muchas cosas dependen de la luz como la radio, la lavadora, el teléfono…”, lamenta Svetlana, de 46 años, mientras desenrolla el cargador de su móvil. Junto a ella está Aleksander, de 59, esperando a que se cargue la batería de su ordenador portátil. “En mi casa no hay todavía agua, calefacción ni electricidad”, comenta.

Entierro de la catedrática Anna Starostenko, de 73 años, en Irpin. Aguantó la guerra y la ocupación rusa en su casa, pero murió por un ataque cardiaco el 9 de mayo.Luis de Vega

Equipados con chalecos naranjas, un grupo de jóvenes se afana en desescombrar un edificio medio en ruinas. Son voluntarios de la Fundación Distrito Uno, nacida en 2018 en Kiev para luchar contra la gentrificación. Con el estallido del conflicto, empezaron a ayudar buscando fondos para apoyar al Ejército y conseguir medicinas o comida. Ahora se centran en la reconstrucción. Coordinados con las autoridades y una vez han pasado los equipos de desminado y localización de explosivos y artefactos, se ponen manos a la obra. Paul, de 36 años, es uno de los más de 400 que integran el grupo de WhatsApp en el que se organizan. Cubierto de polvo, se muestra indignado con lo que tuvo que ver mientras adecentaban una escuela de Borodianka que ocuparon los rusos. “En la biblioteca, cagaban en el suelo y se limpiaban el culo con nuestra bandera”.

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Los últimos días, en Irpin han ido reabriendo algunos comercios, especialmente tiendas de alimentación, donde incluso hay productos frescos como carne o fruta. Pero las calles permanecen casi desiertas y la ciudad no acaba de desperezarse en todo el día. Son contados los niños que se ven por la calle junto a sus padres. La escuela número dos, en cuyo patio fue enterrado Sasha, un vecino del edificio de enfrente cuyo cuerpo ya fue trasladado al cementerio, sigue cerrada y con importantes daños causados por los proyectiles.

Apenas habían desaparecido las columnas de humo cuando el matrimonio de Irpin formado por Cristina, de 25 años, y Andréi, de 26, retomó su proyecto de cafetería en la vecina Bucha. Les habían dado las llaves el 23 de febrero, pero la madrugada del 24, la invasión lo frenó todo. Ahora están pendientes de que les acaben de colocar las últimas ventanas para abrir las puertas de Ristretto. Lo hará justo en la calle de la Estación, rebautizada como avenida de los Tanques después de que una columna de blindados rusos fuera bombardeada en este punto cuando se dirigía a tomar Kiev.

El silencio, solo roto por el paso de algunos vehículos, y la desolación siguen imponiendo su ley en Irpin. Como en el colegio, las heridas de los combates abiertas en casas y edificios siguen a la vista de todos. Muchos son irrecuperables. Los destrozos son especialmente graves en la zona que separa esta localidad de Bucha. En la avenida principal, Maxim, de 44 años, y otros operarios de la compañía Best Internet trabajan sustituyendo el dañado cableado por uno nuevo. “Hoy se usa internet para todo”, comenta mientras un autobús público amarillo añade una nota de color frente al negro del fuego que ha pintado las fachadas de los edificios salpicados de rosetones de los impactos.

Eugeni Plashenko, de 41 años, capellán de la policía de Bucha, durante una visita a Irpin.Luis de Vega

En uno de ellos vivía Natalia, de 45 años, que regresó el pasado martes del oeste de Ucrania, donde se refugió. Escapó cuando los choques acababan de empezar y dejó solo las ventanas rotas de su apartamento, en un tercero. Al volver, ha comprobado que las llamas lo han devorado todo. En medio de la desolación, una cazuela roja se mantiene sobre uno de los fogones. El eco de los cristales al pisar el suelo es lo único que se escucha en un edificio desierto e inhabitable.

Natalia, que pasa las horas en la calle matando el tiempo, fue una de los miles de habitantes que puso pies en polvorosa entre las ruinas del puente que comunica Irpin con la capital. Fue destruido con explosivos por el Ejército local para frenar el avance ruso y acabó convertido en un símbolo de la guerra. Más adelante de ese lugar estratégico, apenas a cinco kilómetros de la entrada de Kiev, nunca pasaron las tropas del Kremlin. Pero volar el puente dificultó la evacuación de Irpin y otras localidades asediadas. Por los tablones a modo de precaria pasarela que permitían vadear el río llegaron a pasar hasta 40.000 vecinos huyendo de los combates, según estimaciones de las autoridades municipales. Aquellas imágenes dieron la vuelta al mundo. Esa infraestructura dinamitada no se ha reconstruido todavía, pero sí hay ya una flamante carretera en paralelo que ha restablecido la comunicación de Irpin, Bucha y otras ciudades con Kiev.

“Los agresores al final consiguieron entrar en nuestra ciudad y el 70% de la infraestructura quedó destruida o afectada. Escuelas, jardines de infancia, residencias, edificios, casas de la cultura…”, enumera Julia Ustich. Pero, al mismo tiempo, la empleada municipal recuerda con orgullo que fue el último escudo delante de Kiev. “Irpin se convirtió en una fortaleza para proteger a la capital de los ocupantes rusos”, afirma. Ahora, el asfalto reluciente que transcurre junto a las ruinas del puente simboliza el deseo de ganar la batalla de la reconstrucción.

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