La OMS investigará las violaciones cometidas por sus supuestos trabajadores en la crisis del ébola en el Congo


El Ministerio de Sanidad de la República Democrática del Congo (RDC) ha declarado oficialmente este jueves el fin de la epidemia de ébola que ha azotado al noreste del país en los últimos dos años. Con 3.462 contagios y 2.280 fallecidos, ha sido el peor brote en el país desde que el virus fuera identificado en 1976 y el segundo más grave de la historia, solo detrás del que se extendió por África occidental entre 2014 y 2016. Sin embargo, Congo no se puede declarar libre de ébola pues aún está activa una segunda epidemia que se declaró el pasado 1 de junio en el noroeste del país y que ha provocado, hasta ahora, 24 casos y 13 muertos.

El director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, ha expresado su satisfacción por el fin de esta epidemia y ha manifestado que ha sido posible “gracias al servicio y sacrificio de miles de trabajadores sanitarios congoleños que han trabajado mano a mano con colegas de la OMS y muchos otros socios”. Asimismo, destacó que las medidas de salud pública adoptadas para detener el contagio del ébola, como el distanciamiento social o el lavado de manos, son las mismas que se están aplicando para combatir la pandemia de la covid-19.

“Ha sido muy complejo”, asegura el doctor Sal Ha Issoufou, jefe de misión de Médicos sin Fronteras en Congo, “sobre todo debido a la presencia de grupos armados en la zona, el desconocimiento de la enfermedad entre la población y la falta de preparación de la implicación comunitaria”. El virus irrumpió en medio de un grave conflicto de más de dos décadas, con decenas de milicias activas, masacres de civiles y violaciones que habían generado una sensación de abandono entre la población por parte de las autoridades. “Había amplias áreas de difícil acceso y un gran descontento”, remacha Issoufou.

El Ministerio de Sanidad declaró el brote de la enfermedad el 1 de agosto de 2018. El epicentro se situaba en la localidad de Mangina, en la provincia de Kivu del Norte, pero rápidamente se extendió a las de Ituri y Kivu del Sur y, con el tiempo, incluso se produjo un puñado de casos importados en la vecina Uganda. Sin embargo, las ciudades más afectadas fueron Beni, Butembo y Katwa, todas ellas en Congo. “La respuesta fue rápida pero estamos hablando de una zona con un sistema de salud muy frágil golpeado por otras muchas enfermedades”, explica Issoufou.

Las suspicacias hacia el dispositivo de respuesta y la extensión de todo tipo de rumores hicieron crecer la desconfianza, lo que se tradujo en numerosos episodios de violencia contra el personal médico y los voluntarios. A finales de febrero de 2019, hombres armados atacaron los centros de tratamiento gestionados por Médicos sin Fronteras (MSF) en Butembo y Beni, lo que llevó a esta organización a suspender sus actividades durante unos meses. Uno de los incidentes más graves se vivió en abril del año pasado, cuando fue asesinado Richard Mouzoko, médico camerunés de la OMS, durante el ataque a un hospital.

“En un contexto de enorme sufrimiento de la población desembarca una respuesta inmensa que solo se preocupa por el ébola. Este fue un enfoque equivocado. Cuando se integró la atención a otras enfermedades como el sarampión, las diarreas o la malaria, que provocan mucho daño, las cosas empezaron a cambiar”, comenta el doctor Issoufou. Otra lección aprendida fue la necesidad de descentralizar la respuesta, permitiendo que los diagnósticos se llevaran a cabo en las estructuras de salud más próximas a los pacientes. “La implicación de la comunidad debe ser la piedra angular”, añade el coordinador de MSF.

Estas experiencias se están poniendo en práctica en la nueva epidemia que comenzó el pasado 1 de junio en Mbandaka, provincia de Ecuador, así como una vacunación masiva. Las autoridades confían en controlar este brote, que en 25 días ha provocado 24 casos y 13 muertos, pero deben trabajar respetando las medidas adoptadas para evitar el contagio de la covid-19, lo que complica las cosas sobre todo a la hora de mantener las distancias en las campañas de vacunación. Sin embargo, el ébola y el coronavirus no son las únicas preocupaciones. En este momento hay activas epidemias de sarampión y cólera en el país, así como una alta incidencia de malaria.

Murciélagos y bosques talados

Los científicos buscan una explicación a la proliferación de brotes de ébola en los últimos años. Existe un consenso científico en que la deforestación en los bosques de África central y occidental contribuye a incrementarlos porque favorece los contactos entre el virus y el ser humano. Pero un estudio de la Universidad de Málaga (UMA) y el Centro para la Investigación Forestal Internacional (CIFOR) publicado en 2019 identificó, por primera vez, a cuatro especies de murciélagos de la fruta como potenciales transmisores del ébola porque se sienten atraídas por ecosistemas forestales que han sido alterados por el hombre.

“La tesis que relaciona la deforestación con la emergencia de enfermedades como el ébola se explica por muchas razones, desde el desequilibrio entre especies al desaparecer los predadores de roedores o murciélagos hasta que estos se sienten atraídos por ecosistemas modificados porque allí encuentran nuevos recursos, por ejemplo campos de cultivo o árboles frutales plantados por el hombre”, asegura Jesús Olivero, profesor de Biología y Ciencias Ambientales de la UMA, experto en Biogeografía y coordinador de este estudio, que demuestra que cinco de las 20 especies de murciélagos frugívoros que existen en África proliferan en los márgenes de bosques que acaban de ser talados y que cuatro de ellas, además, son potenciales transmisoras del ébola: Eidolon helvum, Epomops franqueti, Micropteropus pusillus y Rousettus aegyptiacus.

“El ébola es un virus selvático que circula en la naturaleza. En realidad, el riesgo de grandes epidemias no se da tanto allí donde hay más especies reservorios, sino donde hay más posibilidades de transmisión, esto es, en los ecosistemas alterados. Otro elemento añadido es el tráfico ilegal de fauna, el cuarto más lucrativo del mundo tras las drogas, armas y personas. Si el acceso a animales infectados es mayor porque el bosque desaparece, esos ejemplares pueden ser transportados a grandes distancias, a pueblos mayores o incluso ciudades”, añade Olivero.


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