Trump no tiene salvación. La escrupulosa investigación del fiscal especial Robert Mueller le permite exhibir la fantasía de su total exoneración de los cargos de conspiración con el Kremlin y de obstrucción a la justicia. No ha sido poca la ayuda prestada por el fiscal general William Barr, nombrado expresamente para esta tarea, gracias al resumen inicial con el que ha vendido la exoneración de un delito y la inexistente inculpación por el otro.
El informe Mueller es una bomba y así ha sido tratado, con la delicadeza y la lentitud que requiere mover material explosivo. Primero con el resumen de Barr y ahora con la publicación del informe censurado, de forma que el Congreso deberá pelearse para la publicación íntegra.
Aun así, la Casa Blanca que Mueller describe, caótica, corrupta y mentirosa, no desmerece de las descripciones más alarmantes realizadas por Bob Woodward en Miedo y por Michael Wolff en Furia y fuego. Pero el fiscal especial no ha buscado una inculpación directa de Trump, consciente de los privilegios presidenciales y de la dificultad de una destitución por el Congreso, el impeachment que necesita el obligado consenso republicano en el Senado.
Trump no conspiró directamente con Putin y no hubo por tanto colusión, un delito por otra parte inexistente como tal. Pero aceptó encantado un auténtico plan de campaña organizado por Rusia para cerrar el paso a Hillary Clinton y darle a él la presidencia. Trump tampoco llegó exactamente a obstruir la acción de la justicia, pero lo intentó e incluso lo ordenó al menos 10 veces, y si no llegó a delinquir fue gracias a que sus colaboradores incumplían y obstaculizaban sus órdenes.
El informe es un combustible magnífico para mantener en jaque al trumpismo en lo que queda del actual mandato presidencial y evitar que repita en 2020. En buena parte depende de los demócratas y de su capacidad para encontrar el candidato que pueda vencerle en las urnas. Pero también depende de la vergüenza torera de los republicanos —e incluso de su patriotismo— para seguir sosteniendo a un presidente tan tramposo, incapaz, tóxico para los intereses de Estados Unidos y perturbador del orden internacional.
El informe constituye un inestimable testimonio de la capacidad de regeneración de la democracia estadounidense, y especialmente del buen funcionamiento de la división de poderes y de los famosos checks and balances (controles y equilibrios). Mueller ha empezado a reparar lo que Trump ha destruido.
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