Desde 1936, cuando el régimen del partido Nacionalsocialista de Adolfo Hitler llevaba tres años en el poder en Alemania, los Juegos Olímpicos han sido utilizados por los regímenes políticos -y sus rivales- como vehículo de propaganda para justificar o legitimar sus intereses internos y externos.
Los resultados de las euroelecciones del domingo 9 de junio han provocado un terremoto en el gobierno de Emmanuel Macron, quien ha tenido que disolver la Asamblea y convocar a elecciones inmediatas a menos de 50 días de la inauguración de los Juegos de París 2024. Aún falta por saberse el impacto que el galimatías legislativo traerá para la gran fiesta de la capital francesa después del final de la Segunda Guerra Mundial. París se convertirá en la segunda ciudad -después de Londres, 1908, 1948 y 2012- en albergar tres veces las Magnas Justas. Y lo hace en medio de una de las mayores aprobaciones de la ultraderecha desde 1984, cuando el Frente Nacional de Jean Marie Le Pen puso al extremismo en la lista de favoritos en los escaños del Parlamento Europeo.
Hoy, el Reagrupamiento Nacional, que comanda su hija, Marine, ha aprovechado la coyuntura olímpica para ponerse de tú a tú con el bloque macronista, que ha propuesto para el 30 de junio y el 7 de julio las dos vueltas de la elección de 577 diputados. La ceremonia de inauguración de los Juegos está programada para el 26 de julio, fecha en la que, con toda seguridad, la geopolítica interna francesa será distinta a la que diseñó el programa de celebraciones por el festejo deportivo más importante desde la conformación de la V República Francesa, en 1958.
París se suma a la larga lista de las sedes en las cuales la política interior ha rebasado el campo y la pista de una festividad que la que -inocentemente- se le han atribuido atributos ajenos a los intereses ideológicos o económicos.
Los Juegos de Berlín significaron la mayor plataforma de posicionamiento internacional del totalitarismo nazi, que creyó ciegamente en la supremacía deportiva de la raza blanca y aria. Desde la ceremonia de alumbrado de la flama en Olimpia, Grecia, hasta la ceremonia de inauguración, encabezada por un atleta con la requerida estética del partido; desde el saludo con el brazo extendido en el desfile de las delegaciones de todo el mundo hasta el rodaje de la película oficial dirigida por Leni Reinfesthal, todo estuvo diseñado para representar el gran teatro de los Camisas Pardas, que tres años después (1 de septiembre de 1939) invadieron Polonia para provocar la declaración de guerra de Inglaterra y Francia.
Otros regímenes totalitarios como el soviético de José Stalin y el maoísta de China utilizarían años más tarde la grandiosidad del muralismo atlético para la legitimación de sus órdenes políticos. La URSS comenzaría su participación olímpica en Helsinki 52 y cuatro años más tarde (Melbourne 56) encabezaría el cuadro general de medallas sobre la delegación del “enemigo identificado”, Estados Unidos. China -en 2008- aprovecharía la cita de Beijing para demostrar al mundo que no sólo representaba una potencia económica y política en el concierto internacional. Ganaría 15 medallas más de oro que sus rivales estadunidenses y daría pasó a la economía de mercado a gran escala en venta de derechos de televisión y souvenirs como nunca antes en la historia del marketing deportivo.
Cuando Tokio fue elegida para albergar los Juegos de 1964, la capital japonesa aún no se reponía de la devastación atómica. En las ciudades de Hiroshima y Nagasaki no se evaporada del todo el ambiente nuclear, que representaba, como macabro símbolo, la humillación más dolorosa para “El Imperio del Sol” en toda su historia. La mayoría de los japoneses entrevistados por las encuestas oficiales se mostraron inconformes con la aceptación del emperador Hiroito para el desarrollo de las competencias en estadios por construirse. La capacidad de infraestructura en carreteras, hoteles y la villa olímpica era casi nula cuando comenzaron los trabajos del Comité Organizador. A contracorriente, el gobierno inició los trabajos para dar vida “a los mejores Juegos Olímpicos de la Historia”. Y sucedió. Con la más alta tecnología hasta el momento, las pruebas de Tokio fueron las más asombrosas y más emotivas de las realizadas hasta ese momento.
Cuatro años después, en México 1968, el movimiento olímpico fue sorprendido por las revueltas estudiantiles de Estados Unidos, Checoslovaquia, Francia, Inglaterra y la capital mexicana. Además de las muertes de Robert F. Kennedy y de Martin Luther King, personajes relevantes en la lucha por la igualdad racial en la Unión Americana; del incremento de las tropas estadounidenses en Vietnam y de los gritos de Primavera en Praga, Budapest y Varsovia, el olimpismo se midió con las protestas obreras de París que llevarían al Mayo Francés, con la protesta de miles de estudiantes en los barrios más importantes de París.
Por si fuera poco, en julio una riña entre estudiantes de las escuelas vocacionales y las preparatorias, que representaban el bachillerato del instituto Politécnico Nacional y la Universidad Nacional Autónoma de México, se convirtió con asombrosa rapidez en un Movimiento que grandes proporciones que paralizó la enseñanza superior en todo el país y fue brutalmente reprimido diez días antes de la inauguración de los Juegos de la XIX Olimpiada de la era moderna en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Hasta ahora se desconoce el número real de muertos y de desaparecidos.
Durante la celebración de los Juegos, en las ceremonias de premiación de los 100 y los 200 metros planos, el Poder Negro (Black Power) se hizo presente con la celebración a puño levantado de los campeones de las distancias, Tommie Smith y John Carlos.
En Munich 72, por primera vez en la historia moderna los Juegos fueron interrumpido en señal de luto por el homicidio de once miembros de la delegación israelí en la misma villa olímpica en un atentado orquestado por el brazo armado de la Organización para la Liberación de Palestina -entonces dirigida por Yasir Arafat- autollamado Septiembre Negro. En intento de rescate significó uno de los momentos más vergonzosos para la policía y la inteligencia europeas.
En Montreal 1976 las cosas no funcionaron bien desde que la ciudad canadiense fue elegida como sede olímpica. Los altos costos de la infraestructura deportiva, de telecomunicaciones y de las villas olímpicas impactarían en la deuda pública de la ciudad y del resto del país. Pasarían varias décadas para que los canadienses pudieran cumplir con las deudas contraídas por su gobierno para cumplir con los requisitos ordenados por el Comité Olímpico Internacional. Hasta muy entrada la primera década del siglo XXI fue saldado el adeudo estatal y privado de la odisea olímpica de aquel fatídico, comercialmente hablando, 76.
En los ocho años siguientes, el olimpismo sufrió sus primeros grandes golpes de la geopolítica de la Guerra Fría. Después de la invasión soviética a Afganistán, la Casa Blanca declaró el boitot estadounidense a los Juegos de Moscú 80, el cual fue acompañado por la mayoría de los países de Occidente, con la notoria excepción del Reino Unido. Cuatro años después, el Partido Comunista Soviético devolvió el mensaje y encabezó el rechazo de participación del bloque del Este a los Juegos de Los Ángeles 84.
Ninguna de las sedes posteriores a los Juegos del 84 ha logrado escapar de protestas sociales, obreras o de organizaciones no gubernamentales que han acusado al COI de imponer costos impagables a las ciudades olímpicas; de la destrucción del medio ambiente o de enriquecer la vida común para sus habitantes con el aumento de la inflación, del costo de los servicio y de los bienes de consumo.
París 2024 espera a los ejercicios electorales declarados por Macron para dar un nuevo relato al aro negro del olimpismo: la política interna del país sede. En esta ocasión la ultraderecha francesa se ha fortalecido con un severo discurso contra las bases sobre las que camina la industria del deporte: el libre tránsito de mercancías, el respeto a la migración y la identidad regional sin límites de fronteras.
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