La madre de Evaristo Páramos se llama Pilar. Es una mujer que mantiene una vitalidad llamativa para su edad, 82 años. Cuando irrumpe en el documental sobre el grupo de su hijo, La Polla Records, ya nada es igual. Pilar humaniza al punki anarquista: es la madre de todos nosotros preocupada por que su hijo vista siempre “arreglaíco”. Con unos vaqueros estrechos, un bolso de piel de leopardo, un jersey amarillo anudado al cuello y una cabellera rubia rizada, Pilar cautiva al espectador por la gracia con la que se expresa y por lo que cuenta. Con un tono de voz suave, casi siempre deja las frases con puntos suspensivos, para que el que escuche complete las ideas.
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Y ofrece respuestas certeras a preguntas claves: ¿cómo un chaval de pueblo se convirtió en el emblema del punk español? “Evaristo era un chico normal, lo que pasa que con sus ideas… No me imaginaba que le iba a suceder esto. Le veo ahí arriba en el escenario y digo: ‘Me cago en la, no me lo imaginaba’… Digo: ‘Jolín, qué suerte, qué chulada”, cuenta, pizpireta. Ella, que trabajó de “criada” (como dice su hijo) y en una fábrica de tuberías, ahora se asombra y disfruta al ver a 15.000 personas de todas las edades vibrando cuando su hijo canta contra los poderosos: “Somos los nietos de los obreros que nunca pudisteis matar. / Queréis engañarnos, pero no podéis, tampoco tenemos precio. / Vosotros veréis qué hacéis, nosotros ¡ya veremos!”.
El documental No somos nada, dirigido por Javier Corcuera (Lima, Perú, 54 años) y que se presenta en el festival de San Sebastián, en la sección Zinemira, destinada al cine vasco, cuenta la historia de la banda punk española más popular. Lo hace con un tronco argumental insólito en la narrativa de la banda: un grupo que, como apunta Evaristo, “era de garitos de 800 tíos que no estaban llenos” realizó en 2019-20 una gira por España y Latinoamérica con locales repletos de 10.000 a 20.000 personas. Corcuera y sus cámaras acompañan a la banda por España y Latinoamérica en este éxtasis de nostalgia punk. “Nos dimos cuenta en los conciertos de lo bien que ha perdurado el grupo. Allí había abuelos, hijos y nietos”, apunta el documentalista, ganador del Goya compartido por Invisibles (2007).
Uno de los puntos fuertes de la cinta surge cuando el músico muestra su rutina campestre: sus paseos por el monte con una estaca y unas botas de senderista, las conversaciones con un roble (tal cual), el placer que le da ver ovejas y caballos trotar por el campo. Todo en un área cercana a la Llanada Alavesa. Sentado en una piedra mientras disfruta de la vista de un prado verde, exclama: “Me gustaría vivir aquí y que no pudiera venir nadie más que yo y que os fuerais todos a la puta mierda. Sí, vivir aquí solo. Pero eso sería ser poco solidario, poco democrático y poco punk. ¡Me cago en la puta, me voy a cambiar!”. Y continúa su paseo matutino.
Estas imágenes contrastan con los bulliciosos conciertos, con cientos de personas bailando a empujones y patadas. Los recitales recientes se solapan con filmaciones de los conciertos de sus inicios. El punk. Al que ellos se aferraron cuando escucharon a los Sex Pistols en Salvatierra (Agurain en euskera), el pueblo alavés donde nació La Polla Records en 1979. El teléfono de contratación estaba en el bar Otxoa y el manager era el camarero. No sabían tocar los instrumentos ni lo pretendían. Evaristo nació en Galicia, pero se trasladó de pequeño con su familia al País Vasco. Buscaban mejores condiciones de trabajo.
Tanto Abel Murua, que una semana antes del primer concierto de La Polla Records cogió el bajo y no sabía que tenía cuatro cuerdas, como Evaristo se encargan de desmitificar su historia. “Fuimos una gente de pueblo que nos juntamos y que salió de una manera natural; si te pones a prepararlo no sale. Era una suerte estar en este grupo, porque si no sabías tocar no te echaban. En un grupo heavy hubiésemos durado un cuarto de hora”, afirma Murua en la cinta. Evaristo se pregunta: “Cómo hostias de andar por aquí [y señala los montes de Agurain] haciendo el ganso luego hemos tocado en los sitios que hemos tocado, y la de años que nos hemos tirado… Eso sí que es una cosa muy rara. Me asombrará siempre. Porque éramos más malos que pegar a un padre con un calcetín sudado. Pero ahí andábamos…”.
“Evaristo es un buen conversador, muy creativo y con una inteligencia afilada”, apunta el director del documental. El cantante lo demuestra sembrando su filosofía interferida de humor durante la hora y 40 minutos que dura No somos nada. Evaristo: “Las monjas nos decían: ‘¿Qué vais a ser de mayores? Si no sacáis buenas notas os llevaremos a coger piedras del río’. Con siete años ir a sacar piedras del río, imagínate, con el invierno, esas piedras… Hostias. Cualquiera va. Así que empollaba, sí”. Seguramente este pragmatismo permitió al grupo sobrevivir en tiempos turbulentos: sobrevivir a las drogas, no dejarse manipular por partidos políticos a la caza del revoltoso punk, vivir al margen de la voraz industria discográfica…
Ellos dicen mierda, No somos nada, Salve, Y ahora qué… Clásicos del rock español con un mensaje que Páramos sintetiza así: “Siempre a favor de los de abajo y contra los de arriba. Hay cinco llevándoselo todo y, los demás, mierda. Hicimos un grupo para decir esto. Es lo que había que decir y lo que hay que decir”. ¿Anarquistas? Abel Murua, el bajista, tercia en la cinta: “Políticamente no te voy a decir que somos anarquistas porque no vivimos como anarquistas. Pero no nos creemos esta historia [la sociedad capitalista] para nada”. Otra vez la voz de la madre de Evaristo, preocupada y comprensiva: “[En las letras] Atacaba a los políticos, a las monjas… Ay, ay, ay. Yo le decía a mi marido: ‘Que me lo van a empapelar’. Pero luego ya lo vas aceptando poco a poco…”.
El documental muestra a Evaristo, 61 años, en su faceta como padre. Antes de salir al escenario en la última gira besa a su pareja y a su hija, de poco más de un año. “A mi chiquitica lo que quiero es convertirla en una salvaje educada. Me gustaría un mundo en el que tuviera un poco de libertad, pero libertad de la buena. Que tuviera su tiempo para ella. La gente tendría que ser dueña de su tiempo”, apunta. Durante una de sus reflexiones en el monte, el cantante se cruza con una monja y la saluda: “Aupa”. Cuando se ha alejado dice a la cámara: “Había unas cuando yo era pequeño que te decían: ‘Ave María purísima’; y si no respondías ‘sin pecado concebida’ te caía un coscorrón, con todos los nudillos. ¡Zas! Eran todas franquistas. Estas serán del PNV, que también son de izquierdas”, señala con ironía.
Después de ver la reacción de los miles de seguidores que llenaron sus recitales, Corcuera vaticina: “Han durado 40 años y creo que la cosa va a seguir, porque están en forma y su mensaje sigue vigente”. Evaristo remacha en No somos nada: “Faltan miles de canciones por hacer. Me voy a morir sin hacerlas. Pero, bueno, ya grabamos unos cuantos discos y hay algunas canciones que son bastante majas. Para ser de pueblo, no estuvo mal”.
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