¿Para qué sirve un festival de cine?

Con la inauguración este viernes de la 69ª edición del festival de San Sebastián, arranca en España la temporada de certámenes cinematográficos, que se concentran principalmente en otoño. En la web del ICAA, el organismo que rige el cine dentro del Ministerio de Cultura y Deporte, aparecen registrados 141 festivales, que son los que se presentan a ayudas estatales. Más de la mitad, 76, se celebran en los últimos cuatro meses del año. Y desde luego, la mayor parte de los principales se encadenan: San Sebastián, Sitges, Abycine de Albacete, Seminci de Valladolid, Sevilla y Gijón. Cada uno con su idiosincrasia, género y público, pero todos marcados por un hecho cierto: tras la pandemia, los festivales van a cambiar.

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En realidad, en España existen más de 400 festivales y muestras. Muchos de ellos son “lugares de encuentro, de charla, motivados por la pasión de sus organizadores por mostrar cines diferentes más allá de lo que se ve en salas; películas que llegan de muy mala manera… cuando llegan”. La definición la realiza Miguel Cordero, codirector del festival de Ascaso, en los Pirineos oscenses, una muestra que este verano ha alcanzado su décima edición y que se publicita como la más pequeña del mundo (en Ascaso solo hay empadronados siete habitantes). José Luis Rebordinos, director del certamen de San Sebastián, que vio nacer su pasión en los cineclubes del País Vasco, asegura que esa es aún una parte importante del Zinemaldia. “El público siempre tendrá acceso a las salas. Pero nosotros también tenemos que servir como punto de encuentro de la industria”, desmenuza. “Y por supuesto, como lugar de estreno y lanzamiento de nuevas películas”, que para eso el Zinemaldia es el único de la quincena de festivales de clase A (con una competición con filmes no estrenados previamente) de todo el mundo que se celebra en España. “Hay que repensarse todo el rato. Nunca podremos olvidarnos de la industria, de nuestro espíritu de puerta de entrada de Latinoamérica a España, y queremos que el festival tenga actividades todo el año”, insiste Rebordinos.

Con todo, la pandemia ha cambiado radicalmente el presente de las citas cinematográficas. Y la avalancha digital, como ventana en línea para ver cine, marcará el futuro de estos encuentros. Thierry Frémaux, delegado general de Cannes, explicaba hace 10 días en El País Semanal: “Seguirá habiendo festivales presenciales, sin duda alguna. El cine debe hacerse las preguntas pertinentes para afrontar el futuro y la fuerza de las plataformas, debe fortalecer su política educativa e insistir en su especificidad: la sala de cine. Desde este punto de vista, los certámenes cinematográficos serán cada vez más importantes en el futuro, darán al cine un prestigio incomparable. El festival es la forma más completa de descubrir una película: cada proyección es un acontecimiento. Un festival es un espectáculo vivo”. Esa misma línea defiende Alberto Barbera, director de la Mostra de Venecia, celebrada hace pocos días: “Hoy un festival sirve incluso más que antes. Es cierto que muchas películas no llegan a las salas tradicionales, pero estas ya solo representan la mitad de los canales de distribución. Todas las películas tienen ahora una oportunidad extraordinaria: las plataformas. Estos portales tienen una exigencia enorme de añadir constantemente nuevos contenidos. Y los festivales sirven como selección, aplicando el criterio de la calidad”.

El impulso a la creación

¿Existe el cine de festivales? Revisando las últimas cinco ediciones, aproximadamente un 25% de los títulos que compitieron en las secciones oficiales de Venecia y Berlín no llegaron a las carteleras españolas. De los filmes proyectados en San Sebastián ese porcentaje alcanza más del 80% y de Cannes, el más importante del mundo, casi el 100% de su sección oficial se ve en salas españolas. Como bien apunta Barbera, en los últimos tiempos, lo que no sale en cines puede que tenga otra vida en las plataformas.

La cineasta francesa Audrey Diwan, ganadora del último León de Oro de Venecia, a su llegada a San Sebastián, donde forma parte de su jurado.
La cineasta francesa Audrey Diwan, ganadora del último León de Oro de Venecia, a su llegada a San Sebastián, donde forma parte de su jurado.Juan Herrero / EFE

Y a eso están muy atentos los creadores como Juanjo Giménez, Palma de Oro en Cannes con su corto Timecode, y que ha participado en el pasado festival de Venecia con su largo Tres: “Cada vez hay menos salas. Y cada vez más centradas en el cine de Hollywood. Para una película como la mía, un festival sirve para hacerla visible. Los medios digitales han contribuido a una enorme democratización del cine, pero también hace que se cree una avalancha difícil de digerir para el público”.

Desde la sala de edición donde monta Alcarràs, su segundo largo, Carla Simón rememora lo importante que fueron los certámenes para la preproducción y lanzamiento de Verano 1993, premio a mejor ópera prima en la Berlinale de 2017, ganadora de la Biznaga de Oro en el de Málaga y de tres Goyas. “Tengo una visión romántica del cine, y para mí los festivales festejan este arte y descubren películas. En mi caso, Verano 1993 vivió el impulso de los certámenes, y como creadora puedes ver incluso si interesa el proyecto antes de rodarlo. Eso no lo logras en un certamen en línea. Son festivales, cierto, porque ves películas, aunque la experiencia no se iguala”. Jaime Rosales, uno de los cineastas españoles más queridos en Cannes, lo refrenda: “Participar en un festival te da un sello de calidad. Así que los certámenes son útiles porque generan publicidad sobre la película a través del eco de los medios de comunicación; sirven de filtro para que los compradores se interesen por tu filme dentro de la inmensa oferta mundial de películas, y dan prestigio al creador, lo que se traducirá en apoyos a futuros proyectos. Y no entramos a valorar el rendimiento económico que obtiene la ciudad donde se organiza el evento”.

Cine en línea y cine en salas

Lo que lleva a la gran pregunta: ¿un festival de cine en internet es un festival de cine? Rosales explica: “Es una versión rebajada de un festival. Y consecuentemente, esas tres utilidades rebajan su impacto. Pero es un festival y puede ser mejor que nada”. Jaume Ripoll, de la plataforma Filmin, que albergó durante el confinamiento numerosas programaciones de festivales que por la obligación sanitaria solo se celebraron en línea, y director del Atlàntida Film Fest, certamen híbrido que se desarrolla entre Mallorca (sede física) y Filmin (sede virtual), explica: “Todas las patas del certamen son importantes. Incluso añadiría que para la crítica sirve para que levanten testimonio de la fotografía de un tiempo. En realidad hablamos mucho sobre el cine —tráileres, recaudaciones, alfombras rojas— pero poco sobre las películas”. Ripoll, firme defensor del formato híbrido impulsado por la pandemia, añade: “No tiene sentido que los de clase A muestren sus estrenos en línea; sin embargo, el resto estamos abocados a ese paradigma. De paso, llevaremos cine muy especial a una audiencia que de otra forma no tendría acceso a él”.

Preparativos en la puerta principal del Kursaal de la 69ª edición del certamen de San Sebastián.
Preparativos en la puerta principal del Kursaal de la 69ª edición del certamen de San Sebastián.Juan Herrero / EFE

Para audiencia, la fiel y numerosa de Sitges, el certamen especializado (en su caso en cine de terror y fantástico) más importante de Europa, gracias a sus numerosas visitas de creadores, su homérica programación y un público —antes de la pandemia— de pago de más de 75.000 espectadores, según cuenta Ángel Sala, su director, a los que hay que sumar otros 75.000 que asisten a actos gratuitos del certamen. “Estamos en pleno cambio. Hay un debate abierto sobre plataformas, ventanas de exclusividad, nuevos modelos, que también afectan a los festivales”, explica Sala. “¿Seguirán siendo tan importantes las secciones competitivas? ¿Y la presencia física de los creadores? ¿Tenemos que dar la espalda a cosas buenas que nos ha dejado el confinamiento, como el uso masivo de nuevas tecnologías? Si no potenciamos esto último, nos quedaremos obsoletos. Los festivales tienen que especializarse, alejarse de las multisalas para aportar algo distinto al público, convertirnos en un servicio. El uso de internet es una herramienta complementaria muy útil, casi fundamental, pero en su naturaleza un festival es físico, vive de la interacción de público y cineastas”.


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