La prolongación del conflicto en Ucrania amenaza la unidad europea frente a Rusia


La Unión Europea asegura estar en disposición de castigar de manera inmediata a Rusia con unas sanciones económicas históricas si Moscú ordena la invasión de Ucrania. Pero esa unidad de los 27 socios de la Unión corre el riesgo de resquebrajarse, según reconocen fuentes comunitarias, si el presidente ruso, Vladímir Putin, opta por un acoso de intensidad variable contra Kiev o por una guerra híbrida en el Donbás, la región separatista, de incierta valoración. El Kremlin, de momento, ha pedido tiempo para evaluar las respuestas de la OTAN y de EE UU a las leoninas ofertas rusas de negociación. Una pausa que brinda a Putin la oportunidad de acentuar las diferentes posiciones que existen entre los socios de la UE y de visibilizar una división que había desaparecido ante la amenaza de un conflicto bélico.

“La UE está intentando retratarse como un actor con una idea de unidad hacia la escalada militar rusa, asegurando que habrá unas sanciones muy serias en caso de agresión”, apunta Ionela Maria Ciolan, investigadora del centro de análisis European Policy Centre. “Pero esta es la respuesta burocrática de Bruselas. Cuando miramos a los Estados miembro, hay diferentes grados de apoyo a Ucrania y diferentes actitudes”. Esta sensibilidad variable depende básicamente “de las diferentes relaciones con Rusia”, según la analista Ciolan.

Las categorías van desde los beligerantes países del Este, con los bálticos a la cabeza, ávidos por apoyar el envío de armas a Ucrania, a auténticos “caballos de Troya”, en palabras de Ciolan, como Hungría o Bulgaria, más próximos a Moscú. Entre medias quedan, Francia y Alemania, las dos grandes potencias militares de la UE (tras la salida del Reino Unido), que tratan de contemporizar, pero no han sido de momento capaces de articular una voz unitaria que lidere la posición de la UE, como solía ocurrir en tiempos de la ex canciller Angela Merkel, según esta analista. “Falta en Bruselas su liderazgo”, señala Ciolan. Y eso sigue dejando a la UE sin “brújula estratégica”, añade, y con su arquitectura de seguridad en manos de Estados Unidos y la OTAN.

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“Veo poco apetito hacia un compromiso total de tomar medidas contra Rusia en varios países europeos”, aporta Simone Tagliapietra, analista del instituto de pensamiento Bruegel, con sede en Bruselas. Tagliapietra acaba de publicar un estudio, junto a otros colegas, sobre el golpe que supondría un hipotético corte del suministro de gas ruso en Europa. Alemania, explica, muy dependiente del carburante de Moscú, sería el más expuesto a este zarpazo, con enormes consecuencias económicas. Lo que quizá explique, en parte, la postura de Berlín. “Veo, como todo el mundo, a Alemania siendo reacia a proporcionar apoyo militar [a Ucrania]”, añade este analista. También Italia, en pleno proceso de elección de presidente, está sumida en el silencio. “No está para nada claro lo que quieren hacer los Gobiernos de la UE”, concluye Tagliapietra.

“Biden lo tiene muy fácil porque representa a un solo país y puede adoptar las sanciones rápidamente, nosotros necesitamos la unanimidad y que todo el mundo comparta que hay motivos para adoptarlas”, apunta una fuente comunitaria. En caso de que llegara el momento de reaccionar a un ataque que no fuera claramente una invasión, se abriría un gran debate en Bruselas y las posiciones de los Veintisiete podrían dividirse, a grandes rasgos, en cuatro bloques.

Mano dura

Polonia y los tres países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) reclaman un castigo muy severo contra Rusia y en algunos casos incluso han demandado un ataque comercial preventivo. Los cuatro países se sienten amenazados por Putin y en el caso de Polonia y Lituania, directamente hostigados a través de Bielorrusia, que durante 2021 organizó una oleada migratoria procedente de terceros países hacia territorio polaco y lituano.

La zona del Báltico, además, ya era antes de la crisis ucraniana el mayor punto de fricción fronterizo entre la UE y Rusia. En 2021, los aviones de la OTAN intervinieron 370 veces en Europa para interceptar vuelos de aparatos ajenos a la Alianza. En 290 ocasiones eran aviones militares rusos y casi siempre sobre el espacio aéreo de los países bálticos. Para esos Estados, las sanciones contra Rusia deben ser muy duras. A ese grupo podrían unirse algunos socios comunitarios del sureste, como Rumania, el que mayor frontera terrestre comparte con Ucrania, temeroso de algún roce con el gigantesco vecino ruso.

Contemporizadores

Francia encabeza al grupo de países europeos partidarios de alcanzar una entente con Moscú que recupere la estabilidad en el flanco oriental del continente. El presidente francés, Emmanuel Macron, tiene previsto hablar este viernes con Putin, para tantear esa posibilidad. Además de Francia, los partidarios de contemporizar cuentan entre sus filas España y, sobre todo, Alemania. Los tres países defienden la necesidad de ser intransigentes con Rusia si se consuma una agresión militar contra Ucrania. Pero están decididos a explotar todas las vías diplomáticas posibles mientras exista una oportunidad de evitar el conflicto. A este grupo podrían sumarse numerosos socios europeos (como el Benelux o Portugal), sobre todo si el avanza diálogo con Moscú. Si fracasa la negociación, Alemania es el país que más tiene que perder, tanto por sus vínculos económicos y históricos con Rusia, como por verse obligada, con toda probabilidad, a renunciar al Nord Stream II, un gasoducto recién terminado que une a los dos países pero que no ha podido aún estrenarse.

Caballos de Troya

Moscú cuenta con aliados más o menos estrechos en el seno de la UE, cuyo grado de tolerancia hacia la actitud de Putin varía en función de intereses muy diversos. Ni siquiera los más cercanos, como Italia, Hungría, Austria o Chipre, han osado oponerse a las sanciones contra Rusia por la anexión de Crimea. Y secundarían, según Bruselas, el castigo por una nueva agresión militar. Pero los ánimos pueden flaquear si Ucrania sufre un acoso permanente pero sin una invasión reconocida desde el exterior.

La cámara de comercio ítalo-rusa no dudó este miércoles, a pesar de la tensión en torno a Ucrania, en celebrar un acto con presencia de las principales empresas italianas y la intervención por videoconferencia de Putin. Y el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, incluso tiene previsto visitar Moscú el 1 de febrero y reunirse con Putin para estrechar unos lazos económicos ya de por sí estrechos: Hungría fue el primer Estado miembro en recibir las vacunas rusas.

Los posibles caballos de Troya, entre los que también podría incluirse Bulgaria, podrían invocar intereses especiales para no secundar un castigo a Rusia si no hay una agresión clara: Italia, sus importantes vínculos comerciales; Chipre, su estrecha relación financiera o Malta, su dependencia del gas ruso. Budapest además está esgrimiendo la situación de la minoría húngara en Ucrania para limitar su solidaridad con ese país.

Orejas al lobo

La creciente agresividad del régimen de Putin ha disparado las alarmas no solo en los países vecinos sino en otros más alejados y que mantenían una histórica neutralidad. Es el caso de Suecia y Finlandia, países de la UE que no pertenecen a la OTAN, pero que esta misma semana han reafirmado su derecho a ingresar y han anunciado un refuerzo de su estrecha colaboración con la Alianza. O de Irlanda, que en el otro extremo del tablero europeo ha alertado esta semana con inquietud de que Rusia va a realizar maniobras navales con 140 barcos y 10.000 marinos a solo 200 kilómetros de la costa irlandesa.

Los precedentes de Crimea y Bielorrusia

A favor de un rápido acuerdo en la UE para adoptar sanciones juega el precedente de las represalias impuestas tras la decisión de Rusia en 2014 de iniciar la agresión contra Ucrania. Moscú acordó el 1 de marzo de aquel año el uso de la fuerza en el este y el sur del país vecino. Y las primeras represalias, muy suaves, se aprobaron dos días después. Las sanciones se fueron endureciendo a medida que la agresión rusa y en particular tras la ocupación de la península ucraniana de Crimea. Desde entonces, las sanciones se han revalidado cada seis por unanimidad y siguen en vigor.

Fuentes comunitarias, sin embargo, apuntan que en otras ocasiones se han producido mayores retrasos. Fue el caso de las sanciones contra Bielorrusia por el presunto pucherazo de Alexandr Lukashenko en las elecciones de agosto de 2020. El castigo europeo tardó meses en llegar porque algunos socios se resistían o supeditaban su apoyo concesiones en otros expedientes sin relación con Bielorrusia.

“Esto no ocurrirá en esta ocasión, nadie se atreverá a hacer regateos si hay una invasión militar de Ucrania, es demasiado grave”, vaticinaba el martes el Alto Representante de la UE, Josep Borrell, durante un acto en Bruselas del Instituto Europeo de Estudios de Seguridad. Pero en el mismo acto, el ex primer ministro de Finlandia y actual director de la escuela de gobernanza del Instituto europeo de Florencia, Alex Stubb, advertía de que “Putin no está buscando un conflicto global de gran magnitud, sino provocar un conflicto y mantenerlo congelado”. Un escenario violento pero inmóvil que, caso de confirmarse, podría sacar a flote la división europea.

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