La quinta victoria de Orbán consolida su régimen iliberal en Hungría

La quinta victoria de Orbán consolida su régimen iliberal en Hungría


El ultraconservador Viktor Orbán ganó este domingo por cuarta vez consecutiva —la quinta de su carrera— las elecciones en Hungría. La oposición, que se había unido en bloque en la coalición Unidos por Hungría como única vía para desalojar a Orbán se estrelló al final contra la realidad. “Queridos amigos, hemos tenido una gran victoria. Tan grande que se puede ver desde la luna, incluso desde Bruselas”, proclamó Orbán.

La victoria del primer ministro consolida el régimen iliberal que ha cimentado en los últimos 12 años sobre una idea de la patria profundamente nacionalista y cristiana. La guerra en Ucrania atravesó la campaña electoral, pero finalmente no pasó factura a uno de los más firmes aliados del presidente ruso, Vladímir Putin, en la UE.

Sobre las diez de la noche, la oposición, con caras largas, ya daba por hecho su derrota en su cuartel general en la pista de hielo de Városliget, en Budapest, donde tenía previsto comparecer el candidato a primer ministro, Péter Márki-Zay. El partido de Orbán obtuvo el 54% de los votos en las listas nacionales, que reparten 93 diputados, y logró 88 de los 106 escaños que se distribuyen en mandatos directos de cada circunscripción.

Una victoria rotunda que muestra que, en el caso de Orbán, el poder no le desgasta. La movilización cayó dos puntos respecto a las elecciones de 2018, con una participación del 68%. Entra además en el Parlamento Nuestro País, una fuerza de extrema derecha con antiguos miembros de Jobbik, el partido que viró de la ultraderecha al centro.

Orbán sale fortalecido de estas elecciones ante su país y ante la Unión Europea. En su búsqueda de modelos para construir un Estado iliberal, el primer ministro decidió mirar más al Este, especialmente a Rusia y China, antes que a Occidente. El respaldo de sus votantes, incluso en una situación de especial inestabilidad con una guerra al otro lado de la frontera, legitima su trayectoria en casa. Ahora deberá considerar si quiere reconstruir la confianza de sus socios tanto en la UE como en su vecindario, con el Grupo de Visegrado (V4).

Está por ver si la coyuntura económica, con la inflación disparada, podría obligar a Orbán a buscar algún acuerdo con la Unión para obtener los fondos de recuperación que la Comisión Europea aún no le ha transferido por problemas como la corrupción y el deterioro del Estado de derecho. En la recta final de la campaña escribió a Bruselas para solicitarlos, incluyendo los préstamos que había rechazado anteriormente, con el argumento de que los necesita para hacer frente al gran flujo de refugiados, aunque la mayoría de los que llegan a Hungría están de paso.

La mayor preocupación de los ciudadanos en Hungría es el coste de la vida, según un estudio del think tank Policy Solutions. La inflación está en su máximo en 15 años, el 8,3% en febrero, según Reuters, y la confianza del consumidor ha caído 11 puntos en marzo. Orbán anunció un paquete de gasto antes de las elecciones que buscaba amortiguar la pérdida de poder adquisitivo. Entre otras medidas, el Gobierno devolvió la práctica totalidad de los impuestos de 2021 a las familias con hijos y dio una paga extra a los pensionistas. Además, puso límites de precios en alimentos básicos y en la gasolina, y extendió los que ya estaban en marcha en las facturas domésticas de energía.

Esos casi 5.000 millones de euros invertidos justo antes de los comicios han contribuido también a que el déficit se dispare. Con el crecimiento tocado por la guerra, algunos economistas consideran que los planes fiscales del Gobierno ya no son realistas y que deberá hacer ajustes.

Vínculos con el Kremlin

Los votantes de Fidesz no han penalizado los vínculos de Orbán con el Kremlin. Maria Szabo, una jubilada de 72 años, recordaba con pesar la época comunista al salir de votar en un colegio de la Colina de las Rosas, en Budapest. Como ha repetido el partido durante la campaña, Szabo tenía interiorizado que la oposición pretendía devolver a Hungría a esos años. “La relación de Orbán con Rusia es solo por el gas, pero él ha criticado a Putin y dice que no quiere meterse en la guerra”, defendía.

Fuera de sus fronteras, sin embargo, la agresión de Rusia a Ucrania ha dejado a Orbán más aislado en la UE. Aunque votó a favor de las primeras cuatro rondas de sanciones, se niega a enviar armas o a que las de otros países atraviesen su territorio. Su postura, que en Varsovia se ve como favorable a Putin, le ha costado el alejamiento, al menos temporal, de Polonia, su gran aliado en las disputas contra Bruselas, y el resto del V4, República Checa y Eslovaquia.

Orbán ha chocado con Bruselas por asuntos como el Estado de derecho, el trato a los migrantes, los demandantes de asilo, la sociedad civil y los derechos del colectivo LGTBI —un referéndum buscaba también este domingo legitimar la ley que prohíbe los contenidos homosexuales en la escuela—. Pero, según los resultados conocidos este domingo, Orbán ha logrado mantener el respaldo de sus votantes. “Es asqueroso cómo le atacan los cabecillas de la UE”, protestaba la jubilada Szabo.

Observadores de la OSCE y de Vox en un país polarizado

En la orilla Pest del Danubio, ni la nieve ni el frío de la mañana de este domingo frenaban la alta participación en el colegio Hermann Ottó, en el antiguo barrio de la intelectualidad judía de Budapest. El centro era un hervidero de votantes, la inmensa mayoría, de la oposición. Pasaron también por allí observadores de la Organización para la Cooperación y la Seguridad en Europa (OSCE), que tiene una misión de más de 300 personas que examinaban la limpieza de los comicios. Casi se cruzaron con la contramisión internacional capitaneados por los ultraconservadores polacos de Ordo Iuris. Juan José Liarte Pedreño, portavoz de Vox en la Asamblea de Murcia, y Álvaro Berrocal, coordinador del grupo parlamentario, fueron los encargados de pasar por allí. De todo lo que llevaban visto y escuchado, aseguraban no haber percibido ninguna irregularidad.

Hungría está profundamente polarizada. Los votantes de la oposición consideran que el país y sus instituciones democráticas van a la deriva. “Lo que pasa aquí es moralmente injustificable”, decía Blanca Kover, una estudiante de matemáticas que acababa de estrenar su derecho al voto. Gabor Balint, programador de 34 años, considera “una vergüenza” la posición de Hungría respecto “a la guerra, el derrumbe del Estado de derecho y el enriquecimiento de los amigos del Gobierno con el dinero público”.

Algunas voces de la coalición opositora anticipan que el proceso de señalar culpables de la derrota comenzará enseguida. Se antoja complicado que partidos tan dispares como Jobbik, antes de ultraderecha, los socialdemócratas del DK o los verdes y liberales, logren trabajar juntos durante los próximos cuatro años. Vieron cerca la posibilidad de un cambio, pero todo apunta a que Hungría ha decidido que todo siga igual.

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