Una de las reacciones más curiosas que produce nuestro cuerpo es lo que conocemos como «piel de gallina». Numerosos son los factores que pueden generar este fenómeno, del que sabemos realmente poquísimo. Pensando en ello, vamos a analizar por qué se nos pone la piel de gallina, y qué hay detrás de este hecho.
En general, se tiende a pensar que la piel de gallina se da únicamente cuando experimentamos sensación de frío. Sin embargo, basta hacer un poco de memoria para que todos recordemos que hay otros episodios en los que observamos cómo los poros se abren y el vello de los brazos se eriza sin aviso previo, y sin evitarlo.
¿Por qué se nos pone la piel de gallina?
Este proceso es factible en todas las zonas del cuerpo contempladas dentro de la superficie pilosa, denominación que se otorga a aquellas en las que se cumplen condiciones particulares respecto de la presencia del vello. Excepto en manos, pies y genitales, la mayoría percibimos la piel de gallina en todo el organismo.
La clave está en que debajo de la piel tenemos músculos erectores, que se contraen creando una especie de capa protectora contra las bajas temperaturas, en un mecanismo natural al que nos referiremos como «piloerección».
Dicho reflejo físico frente a las condiciones externas no es exclusivo de los seres humanos, sino que compartimos la piloerección con prácticamente todos los mamíferos, porque tenemos muchas características en común.
Bubenik, un fisiólogo y profesor de zoología especialista en la materia, aseguró a la revista Scientific American que debemos este comportamiento a nuestros antepasados, que no tenían tantas herramientas para evitar congelarse al aire libre. Al tener el cuerpo cubierto de vellos, esta reacción los resguardaba del frío.
Igual en situaciones de estrés
Sin embargo, parece que no sólo liberamos adrenalina y sufrimos la piel de gallina cuando tenemos frío. También en circunstancias de mucho estrés, las mismas hormonas pueden segregarse y los vellos quedarse así.
Los músculos encargados de contraerse están conectados al sistema nervioso simpático, y eso explica por qué esta reacción es automática y no podemos -ni nunca vamos a poder- controlarla a voluntad para provocarla o impedirla. Sólo nos queda acostumbrarnos y anticiparnos a las causas que preceden a esos «pelos de punta».
Veremos si, con las investigaciones actuales, podemos descubrir nuevas evidencias respecto a este fenómeno, como si las generaciones futuras continuarán padeciéndola, o al no necesitarla desaparece como otros reflejos.
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