El salón de una casa en Madrid. Un escritorio. El esqueleto de un rollo de celo a modo de peana. Sobre él, un teléfono apoyado en la pantalla de un ordenador. Y a grabar. Con un plató tan simple —sin micrófono, sin iluminación—, Sheila Blanco ha conquistado las redes con vídeos en los que narra la vida de grandes compositores de música clásica al ritmo de sus obras más famosas. Los llama Bioclassics y condensan en 90 segundos el meollo de un perfil periodístico, con una prosodia y expresión oral de alta destreza y una técnica vocal intachable, todo al alcance del dedo del espectador: una ecuación de éxito en tiempos de ocio digital.
Blanco (Salamanca, 1982) desarrolló dos vocaciones desde niña: la música y el periodismo. Estudió piano en el conservatorio mientras iba al colegio y continuó con canto lírico a la vez que estaba matriculada en Comunicación Audiovisual. Al salir de la facultad trabajó en radios y televisiones. En 2009 prefirió irse al paro y atender sus pulsiones musicales. “El tiempo pasa rápido y me dije: ‘Me voy a dedicar a cantar. Ahora o nunca”, cuenta hoy en su salón-estudio, en cuyas paredes cuelgan iconos: un bajo Höfner como el de Paul McCartney, una figura geométrica con el rostro de Bowie o el disco Omega, de Morente con Lagartija Nick. Blanco apostó por su instinto, pero abandonó la lírica y se sumergió en el góspel y el jazz. Y entonces, con ese bagaje, volvió a los medios, pero con la música por delante: Anda ya, La Voz Kids, Sofá sonoro, La ventana.
Bowie, presente en su casa. L. V.
Lo que no podía imaginar es que serían los clásicos los que le darían más repercusión. El pasado enero, en su sección del programa de Carles Francino, homenajeó a Bach con una biografía cantada sobre el fragmento más famoso de su Badinerie. Grabó una versión casera —con su chelo y su móvil— y se convirtió en fenómeno en España y Latinoamérica. “Me parecía cachondo contar su vida sobre su propia música. Pero no pensaba que se haría viral”, asegura. Continuó con Mozart, Beethoven, Brahms, Debussy, Händel y Wagner. Los Bioclassics le han dado la oportunidad de divulgar la música clásica desde lo pedagógico y lo lúdico, para “quitarle esa pátina de gueto vip”. Tanto que por ellos se han interesado colegios y conservatorios, el Museo del Prado o el Ministerio de Cultura. La cocina de los vídeos es “un proceso obsesivo”, en el que empieza anotando los hitos profesionales y personales del compositor y luego los encaja en la métrica de la música.
Pero la versatilidad de Blanco no se detiene ahí: acaba de lanzar un disco en el que musicaliza los versos de la generación de mujeres poetas del 27. “Nos han contado una historia incompleta, sin ellas. Ojalá un día se obligue a los libros de texto a incluir sus obras”, dice. Aunque el proceso de creación es distinto al de los Bioclassics, el espíritu es el mismo: acercar la cultura a través de la emoción, el arma más poderosa de la música y de la comunicación.
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