El viernes, en un polideportivo de Clive, un suburbio de Des Moines, Justin Vernon, el artista detrás del exitoso grupo de pop Bon Iver, terminaba su concierto cantando por Bob Dylan que “los tiempos están cambiando”. “Hay solo unas pocas oportunidades en una vida para cambiar el curso de la historia. ¿Quién iba a saber que Iowa tendría esa oportunidad?”, dijo. No le hizo falta mencionar el nombre del candidato al que venía a apoyar, que ni siquiera estaba en la ciudad, para detonar la euforia de los dos mil congregados. El sábado, en la ciudad de Cedar Rapids, con el grupo Vampire Weekend y ya con el candidato como cabeza de cartel, acudieron tres mil personas. No se ha visto nada comparable en la campaña de las primarias del Partido Demócrata que arrancan este lunes en Iowa.
Bernie Sanders marca el ritmo en la recta final de la campaña. Aunque el centrista Joe Biden lidera los sondeos a nivel nacional, Sanders le pisa los talones en todo el país y es el favorito en esta primera prueba. Solo en los eventos de Donald Trump en las últimas primarias republicanas se recuerdan multitudes comparables a las que congrega el senador. Arrastra hordas de jóvenes. El entusiasmo es contagioso. El establishment demócrata que lo teme, los jóvenes que le apoyan masivamente, los moderados que solo quieren evitar cuatro años más de Trump, el país entero asistirá el lunes al reencuentro de la revolución de Bernie Sanders con los votantes, cuatro años después.
Tras perder las primarias de 2016 contra Hillary Clinton, el sanderismo se ha expandido. Tres años de Administración Trump parecen haber roto algunas de las barreras que contenían el potencial del candidato. Sanidad pública para todos, salario mínimo de 15 dólares la hora, universidad gratuita. Sus propuestas, tachadas de radicales hace cuatro años, están hoy en el centro del debate. Y su capacidad de ganar a Trump ya no se descarta de antemano.
“Hay mucha discusión sobre elegibilidad, sobre qué candidato tiene más posibilidades de derrotar a Trump. Hagamos una encuesta científica”, propuso a un grupo de simpatizantes, durante una parada en una cafetería de la localidad de Grinnell. Les pidió que alzaran la mano si consideraban que él era el mejor preparado, y procedió a declararse ganador basándose “en un profundo análisis del electorado estadounidense”.
Pero es cierto que la inercia parece estar de su lado. En los eventos de otros candidatos, se encuentran votantes que apoyaron a Clinton en 2016 pero que hoy, con la urgencia de derrotar a Trump, se plantean votar por Sanders. Como Blake Miller, de 50 años, asistente a un encuentro de Joe Biden con votantes, que apoyó Clinton en 2016. Aún no ha decidido su voto, asegura, pero ve “más energía en la izquierda” y su “única prioridad” es “sacar a Trump de la Casa Blanca”.
También se encuentran, en los eventos de Bernie Sanders, votantes que sucumbieron en 2016 a la furia antisistema de Trump y que este año apoyarán a Sanders. Es el caso de Elric Ekstrand, de 22 años, que asiste con su hermana Chance, de 18, al concierto de Bon Iver para Sanders. “Voté por Trump hace cuatro años porque no me gustaba Hillary, y cuando resultó nominada, muchos de los youtubers partidarios de Bernie a los que seguía me convencieron de votar por Trump. Me llegó su mensaje de dar caña a Washington. Pero hoy creo que Bernie tiene muchas posibilidades”.
—Y si Sanders no gana, ¿votará al candidato que finalmente elijan los demócratas?
—Sería una decisión muy dura. No quiero a Trump otra vez, pero no sé si podría votar por alguien como Joe Biden.
Al calor de la recta final, reviven los viejos fantasmas del pasado. El espectro de la división que lastró las primarias de 2016 ensombrece los últimos días de campaña. Lo resucitan oradores como Michael Moore, el cineasta ganador de la Palma de Oro de Cannes en 2004, que arremete con dureza desde el escenario contra el Comité Nacional Demócrata por cambiar las reglas de los debates para que el multimillonario Michael Bloomberg pueda participar en los siguientes. Igual que, desde el mismo escenario, no duda en abuchear a Hillary Clinton la congresista Rashida Tlaib, de la popular hornada de jóvenes que llegó el año pasado a la Cámara baja y que, como Alexandria Ocasio-Cortez e Ihan Omar, se politizaron con Sanders y se han unido a su campaña.
La condición de favorito de Sanders, en un Estado que hace cuatro años perdió por la mínima, le ha convertido también en objeto de las críticas de otros candidatos, que temen que un buen resultado en Iowa desencadene una sucesión de victorias que le acerquen a la nominación. “Definitivamente, no quiero que 2020 se parezca a 2016 de ninguna manera. La mejor forma de ganar es la mejor forma de gobernar: dejar atrás la política del pasado”, decía el pragmático Pete Buttigieg, tercero en los promedios de encuestas del Estado, en un acto en una escuela de la localidad rural de Anamosa. “El senador Sanders sugiere que o es la revolución o es el statu quo, que no hay nada entremedio. Yo estoy aquí para recordar que tenemos una mayoría de estadounidenses, más que cuando Obama estaba liderando el cambio”.
El legado de Barack Obama es el argumento estrella de Joe Biden, que fue su vicepresidente y hoy es favorito a nivel nacional. Menciona su nombre una y otra vez. Funciona entre cierto público, y el de sus actos en Iowa es llamativamente mayor, pero cada vez se extienden más las dudas de que una simple oferta de vuelta al pasado, a un pasado que terminó precisamente con la elección de Donald Trump, sea un mensaje capaz de entusiasmar al país.
Sin el sondeo de referencia
La encuesta del diario Des Moines Register se publica desde 76 años el fin de semana previo a las primarias de Iowa. Es la referencia absoluta en un Estado particularmente difícil de predecir, pues abundan los votantes que llegan indecisos a la recta final, y constituye el mejor termómetro del vigor de los candidatos. Pero la noche del sábado, horas antes de su esperada publicación, el diario anunció en una decisión sin precedentes que este año no se haría publica debido a unas irregularidades detectadas en la metodología. El motivo es una queja de la campaña de Pete Buttigieg, que aseguró que en la llamada a un votante no se había incluido el nombre de su candidato entre las opciones. Sin la encuesta de referencia, la incertidumbre de este lunes es aún mayor.
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