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La ruleta rusa interminable del Real Madrid

“Hace sol y acabo de dar un paseo por el Retiro; esta primavera en semifinales de Champions del Madrid es la vida que imaginaba antes de nacer”, escribí en un mensaje. Diluvió por la tarde, se levantó viento y el Madrid, en Mánchester, empezó perdiendo 2-0 en el minuto 11. Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes.

Y sin embargo, qué partidazo después. Qué felicidad haber llegado hasta aquí, y de la manera en que se ha llegado, para pasarlo tan mal y tan bien. Qué difícil y divertido es vivir la experiencia Real Madrid. Un equipo que en Europa ha cargado el tambor de la pistola con una bala y lleva apretando el gatillo en cada eliminatoria, en cada partido, cada 10 minutos, a veces en cada balón jugado en defensa. No hay tregua entre la tristeza y la euforia, todo es excesivo en este universo, todo ya es rock&roll y nadie puede prometer que no les metan un saco en el Bernabéu, ni que lo metan ellos (en el descuento). Prueba del disparate de Champions que se está marcando el Madrid con dos jugadores franquicia de 34 y 36 años es que, tras la derrota ante el City, el ánimo del antimadridismo es pesimista, como si se le hubiese inoculado al fin una suerte de derrotismo que no tiene correspondencia en el resultado presente, sino futuro.

No hay mejor ejemplo que lo ocurrido en dos minutos en la banda izquierda de Mendy y Vinicius, que regalaron un golazo al City con un pase del francés al brasileño que vio pasar delante de él a un avión que le quitó la pelota, y terminó la historia con cabezazo espléndido de Foden. Poco después, un balón al brasileño presuntamente dormido terminó en una jugada antológica en la que, durante algunos metros, corrió más con la pelota que los defensores que le seguían. Le hizo un traje monumental a Fernandinho y condujo y condujo, carrera cruel para el Etihad y para Guardiola, que cayó de rodillas en la banda con la maniobra de Vinicius, hasta terminar de la manera en que jamás terminaría Vinicius una jugada parecida hace dos años. Se llama edad: la gente crece. Alguna para bien.

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El Madrid estuvo debajo del marcador y del juego todo el partido, y debajo del dibujo de Guardiola en el centro del campo mandando a paseo un planteamiento inicial desastroso de Ancelotti, que puso a Kroos más como objeto de sacrificio que como stopper. Se prometía un baño de los de apagar el televisor en el minuto 33. Ese fue el minuto elegido para que Benzema rematase un centro de Mendy que no suponía una ocasión clara sino un centro más de Mendy, ni siquiera cerca de la portería. Pero la había pedido el delantero, y el defensa lo vio. Lo que hizo Benzema fue inventar primero una ocasión donde no había nada, y después, ya puestos, inventó el gol. A la primera, un remate inverosímil, otro más de un jugador intratable. Dejó para el final un penalti cuando venía de fallar dos seguidos en Liga, sin rastro de sudor en el rostro, agarrándose la barba en el disparo que suponía prácticamente seguir en Europa o no. Se fue al balón y lo marcó a lo Panenka, arrastrando la bota despacio, levantando el balón lo suficiente como para provocar un infarto, que debe ser el Panenka francés porque ya Zidane lo ejecutó en una final de la Copa del Mundo aún con más riesgo que Benzema.

No invita a nada la vuelta en el Bernabéu, como tampoco lo hacía cuando el PSG pasó por encima del Madrid en París. Si bien el City, un equipazo de la mejor liga del mundo, no es el PSG de las figuras de colección del jeque que se derrumbaron con el primer soplido de Benzema. Ahora nadie sabe dónde está la bala en el tambor interminable de la pistola del Madrid en Champions, que apretó el gatillo cuatro veces que fueron cuatro goles, y vuelve vivo en un torneo que tiene mucho de último baile de una generación salvaje y ganadora, dificilísima de tumbar e imposible ya de destruir.

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