Frederic-Auguste Bartholdi recorrió Estados Unidos de costa a costa buscando inspiración para crear el monumento perfecto con el que celebrar los progresos que los americanos estaban dando hacia el logro de la libertad y la justicia para todos. Al artista francés le fascinaban las esculturas colosales de la antigüedad, por el poderoso impacto que tenían para expresar ideas inmensas. Así creó Lady Liberty, la estatua que simboliza lo que es América y las ironías de su historia.
Casi 150 años después de aquel viaje, la icónica estatua de la Libertad estrena nuevo museo justo a sus espaldas, en la orilla oeste mirando a Ellis Island. El espacio ocupa 2.400 metros cuadrados. Entre los mecenas que participaron en la financiación del proyecto se encuentra la diseñadora de moda Diane von Fürstenberg, los empresarios Jeff Bezos, patrón de Amazon, y Sergey Brin, cofundador de Google y el ex alcalde Michael Bloomberg.
La estatua de la Libertad se dedicó al pueblo estadounidense en octubre 1886. El museo original está situado en un sótano oscuro en el pedestal sobre el que se alza la estatua. Antes de los atentados del 11-S, el acceso era libre. “Solo había que ponerse en cola y tener mucha paciencia”, recuerda John Piltzecker, el supervisor principal encargado de la preservación de Liberty Island y Ellis Island. Tras el ataque terrorista se decidió limitar las visitas, por motivos de seguridad.
El momento es visitado por 4,3 millones de personas cada año. En un día de fin de semana en verano, llegan a 25.000 visitantes. El acceso al pedestal se permite con una entrada específica a 5.000 personas diarias y solo 500 pueden subir a la corona para ver el mundo como la estatua de la Libertad. Piltzercker explica que sacando el museo del pedestal, se logra ofrecer una nueva perspectiva.
El recorrido por el nuevo museo arranca con un vídeo dividido en tres salas que sumerge al público en la historia del monumento desde que fue concebido en 1870 y su conexión con los valores que simboliza en el presente, compartidos por todo el mundo. De ahí se pasa a una galería que profundiza en el proceso que siguió del joven artista francés al diseñar y dar forma a la colosal escultura.
La antorcha original es el artefacto estrella del museo. Se reemplazó en 1986 por una reproducción porque se estaba deteriorando con rapidez. Ahora está protegida en su propia sala, en la que las paredes se sustituyen por una gran cristalera en ángulo que permite ver al fondo el perfil de Manhattan y el puerto de Nueva York. Hay también una reproducción original de la cara de la estatua que se puede tocar.
No es la única pieza antigua que el visitante se encuentra en la muestra. Hay un mural, bautizado Liberty Stars —estrellas de la libertad— hecho con las barras originales de acero que se estilizaron en la armadura de la escultura para sostenerla en pie. Eran como las costillas de la estatua. Pero como sucedió con la antorcha, se estaban degradando y fueron sustituidas en la renovación del monumento.
Nicholas Garrison, de la firma encargada del diseño de la muestra, recuerda que la estatua fue un “icono de esperanza” que con su luz inspiró a millones de inmigrantes que llegaron de todo el mundo al puerto de Nueva York. “Este es un espacio para que lo disfrute todo el que visite la isla”, añade Nicholas Garrison, arquitecto del museo, que insiste en la importancia de la muestra para promover el mensaje que lo convirtió en un símbolo y que resuena por todo el mundo.
El exterior del museo se eleva gracias a unas escaleras, hechas con el mismo material que la base de la estatua, que llevan al techo, cubierto por césped y que cuenta con un mirador para hacer fotografías escénicas del skyline de Manhattan. El proyecto, que costó unos 100 millones de dólares, se financió exclusivamente con donaciones. El acceso al museo es gratuito con el billete del ferry a Liberty y Ellis Island.
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