El agua salada que alimenta las bateas en Vigo ha corroído la sala de máquinas del Athletic hasta hacerla gripar. Abro el cuaderno de notas por la página de las ocasiones, lo encuentro vacío. Página en blanco; el miedo de todo escritor, de todo cronista deportivo y el de cualquier entrenador precavido. Los puntos están muy bien, claro, y marchar los séptimos es hasta para reconfortarse oteando la clasificación, pero las caras son largas entre la parroquia rojiblanca después de lo visto el domingo en Balaídos.
Nadie se fía ya de este Athletic. Hay que reconocerlo. El equipo que ha pertrechado
Gaizka
Garitano
es sólido atrás, pelea a muerte cada balón, presiona con orden y ganas y compite en todas partes y ante cualquiera, pero algo chirría. Es como en esas reuniones familiares en las que todo marcha rodado pero en las que todos los presentes temen que alguien mencione el tema tabú que echará abajo el conjuro dando pie a la amarga discusión.
¿Quién se preocupa de distribuir el balón y dotarle de profundidad? Nadie
Ser compacto está muy bien si los partidos fueran a los puntos, como en el boxeo. En fútbol hay que marcar goles y para ello hay que chutar a la portería contraria. Son las verdades del barquero, pero en Lezama parece que las han olvidado. ¿Quién se preocupa de distribuir el balón y dotarle de profundidad? Nadie. ¿No lo hay o el entrenador prefiere más músculo?
Vigo era como nuestra segunda casa, como un San
Mamés txiki observando los resultados del equipo en las últimas temporadas. Bueno, pues ni así. Hasta en una ría reseca donde nadie anotaba, llega el Athletic y resucita a los celestes. Primer gol de
Iago
Aspas
de la temporada. Segunda derrota consecutiva tras la encajada en la anterior jornada ante el Valencia y parón. ¿Propósito de enmienda?
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