El historiador Federico Lorenz, retratado en Buenos Aires el pasado 30 de marzo.

“La situación en Malvinas no ha cambiado porque hemos dejado de pensar cómo cambiarla”

El historiador Federico Lorenz, retratado en Buenos Aires el pasado 30 de marzo.
El historiador Federico Lorenz, retratado en Buenos Aires el pasado 30 de marzo.Enrique García

El 2 de abril de 1982, la Junta militar argentina decidió el desembarco de sus tropas en las islas Malvinas. Miles de soldados, entre ellos jóvenes proscritos y sin experiencia militar, llegaron al frío de unas lejanas islas en el sur del Atlántico con una consigna: “Venimos a liberarlos”. En el archipiélago, territorio controlado por el Reino Unido, la radio británica contaba los horrores de la dictadura argentina. Según el testimonio de los veteranos de la guerra, los isleños los recibieron con sospecha: ¿Viene a liberarnos un país gobernado por una dictadura? Diez semanas después, las fuerzas británicas desalojaron a las tropas argentinas. Pero el conflicto, que este sábado cumple 40 años, quedó como una memoria imborrable en la conciencia nacional.

“Si un sentido tienen las conmemoraciones es que la experiencia humana tiene tres ejes temporales: el pasado, el presente y el futuro. Las conmemoraciones argentinas tienen más que ver con el pasado que con el futuro, y eso es un problema”, afirma el historiador Federico Lorenz (Buenos Aires, 51 años). Autor de más de una decena de libros sobre el conflicto entre Argentina y el Reino Unido, profesor, curador y exdirector del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur entre 2016 y 2018, Lorenz es una de las voces más autorizadas sobre el combate marcado a fuego en la memoria de los argentinos. Un par de días antes del aniversario de la guerra, Lorenz se reúne con EL PAÍS para analizar por qué el conflicto es un reclamo vivo en el país. “Creo que una manera de hacer el homenaje es pensar qué país queremos para darle sentido a eso que vivieron esos jóvenes que fueron a combatir viviendo en dictadura”, dice el historiador. “Muchos no lo eligieron, pero terminaron siendo la esperanza de una regeneración nacional. Hay que hacerse cargo de eso”.

Pregunta. ¿Qué significa la consigna ‘Las Malvinas son argentinas’ a 40 años de la guerra?

Respuesta. Es una posibilidad de descentralizarnos para pensarnos como nación. El litoral argentino, desde Malvinas a Tierra de Fuego, es un espacio que obliga a pensar en los puntos de contacto más que en las fronteras. Creo que es algo que no hacemos con las islas y que sirve para pensar la vida de las personas más allá de las disputas nacionales. Uno llega al sur argentino y se da cuenta de que la gente tiene más cosas en común con los isleños que con la gente de Buenos Aires. Sin abandonar las consignas, que no se plantea, hay que plantear un trabajo de educación social.

P. ¿Por qué es imposible dejar las consignas de lado?

R. Hay muchos elementos. El primero es el antiimperialista, aunque en la práctica, en los ochenta, la potencia imperialista era Estados Unidos y no el Reino Unido. También hay una idea de país no realizado, de país con un destino manifiesto que quería ser la Europa de América y que no puede completarse hasta que consiga las islas. Esa es una idea que se lleva construyendo desde que hay Estado moderno en la Argentina.

P. ¿Son esas banderas un motor para algo más?

R. Desde ya. El gran problema es que desde los cincuenta, desde el derrocamiento de Juan Domingo Perón, Malvinas empezó a funcionar en términos de política interna. Hoy, que la situación está estancada desde la guerra, son una bandera muy importante. Y también es muy importante no correrse del eje retórico. La situación de hecho no ha cambiado porque hemos dejado de pensar cómo cambiarla.

P. ¿Qué se puede hacer para cambiarla?

R. Si los argentinos se mantienen en una lógica de sostener ritualmente ciertas ideas sin pensar en políticas concretas ante el conflicto, a largo plazo las Malvinas van a terminar extrañadas del país. De algún modo estamos hablando de unas islas que ya no existen. Congelados en el trauma de la guerra y del reclamo, dejamos de pensar en cómo vinculamos las islas con nosotros.

P. ¿Cómo pensar la relación de otra manera?

R. Tal vez desde una lógica regional. El extremo austral de América es una región transnacional. Los vínculos a escala local son más estrechos que los nacionales. Pasa en muchas fronteras y es un ejercicio analítico cómodo sin el elemento pasional.

P. ¿Es posible quitarle el elemento pasional?

R. El tiempo hace su trabajo… En algún momento creo que cierta intensidad bajará y permitirá cierta racionalidad para pensar la cuestión. De Malvinas como de tantas otras. Al final se trata de esa lógica política en la que discutir en realidad es esperar a que termines de decir lo tuyo para decir lo mío. Respeto que hables, pero lo que importa es lo que yo te voy a decir ahora.

P. ¿Cómo convive el desconocimiento con el apasionamiento?

R. Se puede responder con una consigna: Malvinas es un sentimiento. Si le preguntas a cualquier argentino si las Malvinas son argentinas te va a decir que sí. La respuesta a la que hay que prestar atención es al por qué. Las islas son un tatuaje en el corazón de los argentinos y no es sencillo lidiar con eso. El registro de las convicciones y las pasiones no conviven necesariamente. Por eso se puede conciliar saber poco de las islas con saber lo necesario: que son argentinas.

El historiador, escritor y profesor Federico Lorenz, el pasado 30 de marzo durante una entrevista con EL PAÍS en Buenos Aires.
El historiador, escritor y profesor Federico Lorenz, el pasado 30 de marzo durante una entrevista con EL PAÍS en Buenos Aires.ENRIQUE GARCIA MEDINA

P. ¿Cuál es la relación de Argentina con los isleños?

R. Fue muy cambiante, y eso también es dañino en términos de política exterior. Pasás de la política de seducción a una de decir que son ocupadores. Pasás de llevarles fruta fresca, poner vuelos semanales, construir pistas de aterrizaje y becas estudiantiles a desembarcar militarmente 10 años después. Desde el punto de vista de los isleños, no somos confiables.

P. ¿Reconocer esa voz sería una derrota?

R. No lo creo. La idea de negociación implica ceder, pero para ceder primero hay que escuchar. Creo que sería todo más sencillo comenzando acá: qué tipo de sociedad queremos ser, qué economía queremos tener. Y después ver cómo encajan las Malvinas en eso, no al revés. Me parece que ese es el punto.

P. ¿Cómo se desata el reclamo de una guerra iniciada por una dictadura?

R. Este país puede estar orgulloso porque encaró el regreso de la democracia juzgando a los terroristas de Estado. Pero ¿qué se construye con eso? Las identificaciones de los soldados en las islas las hizo el Equipo de Antropología Forense, creado para identificar a las víctimas del Gobierno militar. No es que los soldados sean víctimas de la dictadura, pero que un instrumento que construimos para revisar nuestro pasado y acercarnos a la verdad sirva también para que los familiares de los muertos de Malvinas sepan dónde están sus hijos, es algo que te enaltece como pueblo. No hacemos todo mal, pero creo que la Argentina no está acostumbrada a los grises, los grises no convocan, no sirven en una tribuna.

P. ¿Cómo comenzó su curiosidad sobre el conflicto?

R. Cuando estudiaba para profesor, a principios de los noventa, empecé a hacer entrevistas a veteranos. Solía preguntar qué es lo que más recordaban de la guerra, y me llamó la atención que la mayoría elegía hablar de la posguerra, de la manera en la que habían vuelto. Para mí siempre hubo que pensar la guerra de Malvinas junto a la dictadura. En esa época investigar este tema te arrojaba a cuestiones complicadas. Si estás investigando una guerra nacida en dictadura, la siguiente pregunta es cuánto de la lógica de la guerra estaba en el pensamiento político de la sociedad contemporánea. Eso estaba en los militares represores que a su terrorismo de Estado lo llamaban guerra, pero también en las organizaciones armadas. La paleta de gris es monumental. Por eso reducir el conflicto a 1982 es insatisfactorio.

P. ¿Qué recuerda de sus entrevistas con excombatientes?

R. Recuerdo dos momentos muy claramente. El primero es uno que me dijo: “Yo quiero que me recuerden ahora, pero nos van a recordar cuando estemos muertos”. Después otro que me contó que usaba la medalla por debajo de la campera [abrigo], porque le daba vergüenza. Las cosas han cambiado mucho desde entonces, pero ahí había algo.

P. ¿Qué?

R. Una profunda negación de la sociedad de su responsabilidad en haber alentado a esos jóvenes y haberles dado la espalda cuando la guerra terminó. Por eso es cómodo refugiarse en las consignas. A nadie le gusta cuestionar lo que hizo mal.

P. ¿Cuánta de esa responsabilidad viene del relato que impuso la dictadura?

R. Muchísima. La guerra coincidió con lo que después llamamos el “show del horror”. Las revistas prohibidas de la época sacaban en la tapa a una vedette desnuda y dentro el testimonio de un superviviente de la represión militar. Venía todo junto. Las revelaciones sobre la dictadura se comieron lo específico que tuvo la guerra. Pero la diferencia con Malvinas es que fue el hecho más público de la dictadura, por eso es más difícil responder a la pregunta de dónde estaba yo mientras pasaba esto con un “No sabía”.

P. Usted es profesor de secundaria, ¿cuál debería ser el foco de la discusión en ese ambiente?

R. Las Malvinas deberían ser un tema de todo el año, no del 2 de abril. En gran medida, la recuperación de la democracia, como la conocemos, se la debemos a los combatientes de Malvinas. Claramente no murieron por eso y no fueron a la guerra por eso. Pero socialmente, que los militares se fueran del poder condicionados como se fueron, se debe a Malvinas.

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