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La soledad lleva a la pérdida de habilidades para tareas cotidianas

Una trabajadora ayuda a una paciente de la residencia de mayores Vitalia Canillejas, donde se ejercitan terapias para ganar autonomía frente a las secuelas del aislamiento.
Una trabajadora ayuda a una paciente de la residencia de mayores Vitalia Canillejas, donde se ejercitan terapias para ganar autonomía frente a las secuelas del aislamiento.David Fernández / EFE

Cada peldaño que se asciende en la escala del aislamiento supone la pérdida de una funcionalidad física cotidiana. Se empieza por la propensión a las caídas, la incapacidad de dar paseos largos o la imposibilidad de llevar la bolsa de la compra y se termina sin poder cerrar una ventana o levantarse. El final es la dependencia absoluta. Un estudio publicado en American Journal of Preventive Medicine ha analizado durante nueve años a 12.427 personas para establecer la relación directa entre el aislamiento progresivo y las incapacidades que va generando. “La soledad es la nueva pandemia”, afirma Jesús del Pozo-Cruz, uno de los autores e investigador principal del grupo internacional Epidemiology of Physical Activity and Fitness Across Lifespan (EPAFit), de la Universidad de Sevilla (US).

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El aislamiento no es una consecuencia de la covid, aunque esta haya puesto el foco en esta circunstancia vital por su imposición. Su extensión y sus consecuencias se han analizado ampliamente y sus efectos en la salud física y mental han sido protagonistas este miércoles del 23 Congreso Europeo de Endocrinología. Según Chiara Simeoli, investigadora de la Universidad de Nápoles, “la soledad es un factor de estrés psicológico significativo que causa efectos severos en la salud mental, aún más en las personas con condiciones preexistentes”.

Un ejemplo de esas condiciones previas es la diabetes. Un estudio de la endocrinóloga Liana Jashi presentado en el congreso europeo confirma que, entre estos pacientes, el aislamiento supone un menor acceso a la atención médica y un aumento de peso así como del consumo de cigarrillos y de alcohol. La actividad física disminuye en este colectivo un 29,8% “y el ejercicio es vital para prevenir más problemas físicos y psicológicos”, según la médica.

El aislamiento afecta a todos. Aunque se agrava con el envejecimiento, los mayores de 50 años empiezan a tener problemas y también los jóvenes

Jesús Del Pozo-Cruz, investigador de la Universidad de Sevilla

El estudio de Del Pozo-Cruz, en el que han participado investigadores de Dinamarca y Australia, se centra precisamente en esa disminución de la actividad para establecer una relación bidireccional entre el aislamiento y la pérdida de funcionalidades físicas: ambas son causa y efecto. El trabajo, a partir de 54.860 observaciones de personas al año durante casi una década, es el primero que se extiende más allá de una comunidad concreta y que prescinde de otros condicionantes socioeconómicos, como la educación o el nivel de renta. “El aislamiento afecta a todos. Aunque se agrava con el envejecimiento, los mayores de 50 años empiezan a tener problemas y también los jóvenes, que lo sufren igual y en los que tiene los mismos efectos, aunque estos últimos tienen más capacidad de reacción”, explica el investigador de la US.

Relación entre la batería de rendimiento físico (columna izquierda) y el índice de aislamiento social (abajo). La gráfica muestra que, a menor soledad (valores entre 0 y 1), mayor capacidad física (sobre 9). / J. Del P-C.

El estudio tuvo en cuenta un Índice de Aislamiento Social con seis escalas. Cero representa el menor nivel de soledad y llega hasta el sexto peldaño conforme se van perdiendo, por fallecimiento o alejamiento, relaciones sociales, personas con las que se convive y familiares cercanos. El otro lado del espejo es la batería de rendimiento físico, que evalúa de cero a 12 las capacidades, siendo cero la dependencia total y 12 la mejor condición.

Estadísticamente, el estudio reflejó que cada aumento de una unidad en el Índice de Aislamiento Social resultó en una disminución promedio de 0,27 unidades en la batería de rendimiento físico, una relación que aumenta con la edad. Del Pozo-Cruz resume: “En términos generales, por cada punto que se gana en el Índice de Aislamiento se pierde una función física que lleva a la fragilidad y a la dependencia”.

Las personas que están socialmente aisladas tienen más riesgo de mortalidad prematura y son más propensas a presentar problemas de salud mental y desarrollar demencia

La cadena es más larga. El propio estudio afirma que “las personas que están socialmente aisladas tienen más riesgo de mortalidad prematura y son más propensas a presentar problemas de salud mental y desarrollar demencia”. A esa predisposición se suman las comorbilidades (coexistencia de dos o más enfermedades en un mismo individuo, generalmente relacionadas), que conforman el cóctel completo de factores asociados. Según la investigación: “Es probable que las consecuencias de estar aislado se compongan con estas vulnerabilidades relacionadas con la edad, generando un efecto negativo más fuerte de la soledad en el funcionamiento físico entre los mayores. Este escenario es consistente con hallazgos empíricos anteriores”.

En el lado opuesto se encuentran los adultos mayores socialmente integrados y que, por esta condición, pueden ser más propensos a participar en actividades físicas y evitar el sedentarismo, lo que a su vez provoca mejoras en su funcionalidad.“Las conexiones sociales promueven otros comportamientos positivos (por ejemplo, una dieta saludable), lo que potencialmente desacelera los declives físicos asociados con el envejecimiento”, concluye el estudio.

En España, el 36,8% de las personas de más de 65 años vive en hogares unipersonales. Entre la población de mayor edad, el 56% de los hombres y el 72% de las mujeres refieren sentir algún tipo de soledad

La investigación, que admite que se dan limitaciones marcadas por el origen de los datos a partir de respuestas personales, que pueden incluir sesgos, y por las dificultades de identificar estimaciones inequívocamente causales, considera sin embargo que es lo suficientemente “robusto” y que se suma a la creciente evidencia sobre las consecuencias negativas del aislamiento social. En este sentido, Del Pozo-Cruz reclama intervenciones de salud pública hacia las personas en riesgo de aislamiento, con programas de desarrollo de habilidades, contacto personal programado y actividades con animales. “Es necesario promover ejercicios físicos en grupo y, si estos están dirigidos por profesionales, mejor”, afirma.

Un estudio publicado en Science direct sobre la importancia de tener en cuenta el aislamiento en los sistemas de atención primaria señala que, en España, el 36,8% de las personas de más de 65 años vive en hogares unipersonales. Entre la población de mayor edad, el 56% de los hombres y el 72% de las mujeres refieren sentir algún tipo de soledad, una proporción que aumenta al ritmo del envejecimiento.

Este estudio coincide con los mencionados: la soledad incrementa el sedentarismo, el tabaquismo, el consumo excesivo de alcohol y la alimentación inadecuada. También afecta a la cantidad y la calidad del sueño. La explicación fisiopatológica se fundamenta en que el aislamiento perjudica no solo los hábitos saludables, sino también las regulaciones biológicas de los sistemas endocrino, cardiovascular, inmune e inflamatorio; la presión arterial y la actividad adrenocortical del eje hipotálamo-hipofisario.

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