La idea le llega a Picasso, como él mismo explica más tarde, antes siquiera de tener tiempo para pensar, el instinto infantil del artista. Rebuscando en un montón de chatarra en la cuneta de una carretera, el malagueño encuentra un manillar de bicicleta oxidado y, a su lado, un viejo sillín Brooks agrietado. En un flash el ojo íbero de Picasso ve en ambos objetos la cabeza de un toro desarmada que es obligatorio recomponer. Como tal, como Cabeza de Toro, 1942, el manillar y el sillín cuelgan a la altura de una canasta de baloncesto en una exposición en Santander que el pelotón pasa rozando hacia la meta de Bezana, donde, el día que cumple 25 años, Fabio Jakobsen se regala una tercera victoria al sprint. La celebra, en imitación de otro gran artista creador y ciclista, Peter Sagan, adoptando la postura del increíble Hulk, tan verde al cruzar la línea.
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A rueda del gigante belga Jordi Meeus, un jovencito novato del Bora que le enseña la trazada involuntariamente en los complicados recovecos de la llegada, el neerlandés resucitado acomete la tarea de tal manera, embistiendo en la curva, más que pedaleando, gozando del peligro que ama y del subidón de adrenalina, que más que un ciclista parece eso, un toro bravo, y quizás haya que pensar que aunque parezca una cabeza de toro la escultura lo que en realidad creó el instinto de Picasso, tan vivo e infantil, fue a un ciclista, que no es otra cosa que un sillín y un manillar lanzados a toda velocidad, con desprecio del riesgo, con amor por la emoción que le invade y contagia a los que le ven, y su hermanillo, de no más de 12 años, salta de alegría en la línea de meta.
“Estoy en la luna. Seguro que todos los niños del mundo que quieran ser ciclistas sueñan con lo que yo he conseguido, tres victorias de etapa, el maillot verde, el día de mi cumpleaños… Y un año después de dudar, en mis idas y venidas del hospital, si volvería a ser ciclista”, dice Jakobsen, cuyo objetivo los días de Vuelta que quedan, cinco hasta el domingo jubiloso en Santiago, será el de sobrevivir al fuera de control en las montañas de Asturias y Galicia, donde los toros y los ciclistas que más que pedalear acometan serán otros, los escaladores y los que creen que pueden ganar la Vuelta, una fe que no posee a tantos la víspera de Lagos.
Obviamente, el líder de rojo, el noruego Odd Eiking, ya desde hace una semana ahí, no es uno de ellos, de los que tienen fe. “No cuenten conmigo, en Lagos no resistiré”, advierte el ciclista, uno de los pocos de entre los mejores que ya ha subido desde Cangas de Onís pasando por la gruta de la Virgen por los 12 kilómetros de la empinada carretera (al 7% de media) que lleva hasta los 1.085 metros de los Lagos de Enol y La Ercina. Lo hizo en 2016, cuando solo tenía 20 años y era una de las mejores promesas del FDJ, el equipo francés que le expulsó de la Vuelta, ya en Madrid, el año siguiente por, oficialmente, llegar borracho a la salida de la última etapa, al día siguiente del traslado desde el Angliru en el que se despidió del ciclismo Alberto Contador. Llegó a seis minutos del ganador de la etapa y de la Vuelta, Nairo Quintana.
En su tercera Vuelta, Eiking vuelve a Lagos de líder (con 54s sobre el francés Guillaume Martin, su compañero de la fuga de los 11 minutos regalados en Rincón de la Victoria, el martes hace ocho días, quien también es hombre de poca fe; 1m 36s sobre el donante del rojo, el líder virtual Primoz Roglic, y 2m 11s sobre el mejor español, Enric Mas), y solo espera no descomponerse mucho cuando los mejores empiecen a atacar, lo que esperan los aficionados deseosos.
“La Vuelta se podrá decidir en esta etapa más que en el Gamoniteiru al día siguiente”, analiza Contador, comentarista de televisión en su nueva vida postciclista, quien cree que la clave no será tanto la subida final sino el trabajo de zapa que el Movistar y el Ineos, los equipos bicéfalos de Mas, Superman López, Egan Bernal y Adam Yates realicen en la doble ascensión, ya pasada la ruta que remonta el Cares por Arenas de Cabrales hasta Cangas, a la Collada Llomena (ocho kilómetros al 9%), el puerto inédito en la Vuelta que el buen conocedor de todas las carreteras y montañas asturianas y las bicicletas, José Enrique Cima, define como “trampa”. “Si aíslan ahí a Roglic, el esloveno tendrá luego que multiplicarse para salir a los ataques, y a ver, a ver…”
Y uno que atacará, seguro, así lo anunció y será fiel a su palabra, es Enric Mas, que se cayó saliendo de Laredo junto a medio pelotón y, según su equipo, solo se rompió la ropa. El mallorquín y Superman han subido una vez en competición. Fue en 2018, la última que ascendió la Vuelta a esos parajes y ganó el francés Thibaut Pinot, y no se les dio nada mal (entraron a 28s, López, y a 34s), aunque el colombiano aún lamenta no haber ganado una etapa en la que atacó y voló. Roglic y Bernal no la conocen, sin embargo. Que la ignorancia no le preocupe a Roglic, amante de los análisis engañosos en vídeo de las subidas, es una suposición, pues desde que no es líder el esloveno se ha liberado del engorro de hablar para la prensa. Que a él no le importa mucho lo dice el propio Bernal. “Nunca he estado por Asturias”, dice el colombiano. “Pero me han dicho que es muy dura. No me gusta ver vídeos porque no me quedo con nada. Ya estudiaré detenidamente el perfil… Y ya comprobaré si me va mejor la lluvia que anuncian o el calor que hemos pasado”.
La esperanza española es Mas. Alejado del ruido y de los focos, Mikel Landa, lee y espera tiempos mejores después de una Vuelta en la que la carretera no le ha permitido disfrutar ni un día. No por ello el landismo desiste, antes al contrario. La fe de los creyentes en sus artistas siempre es más fuerte cuanto más grande parece la decepción a los pobres que no entienden en qué consiste el verdadero genio, como los ojos infantiles que ven una cabeza de toro en una bici descoyuntada. Y crean ciclistas.
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