Wali durante una de sus jornadas en Kiev.

La tercera guerra de Wali, el célebre francotirador canadiense: “No podía negarme a ir a Ucrania”

Wali durante una de sus jornadas en Kiev.
Wali durante una de sus jornadas en Kiev.Cortesía

Una semana después de morir en un ataque a la ciudad de Mariupol, según informaron algunos medios rusos a mediados de marzo, el francotirador canadiense Wali publicó un mensaje en sus redes y se quejó de las noticias: “Soy la última persona en enterarse de mi muerte”, le dijo a la cadena CBC. Lo que había ocurrido era una tragedia más del orden cotidiano que de tipo bélico: había marchado al frente en Irpin sin su teléfono móvil y se demoró en desmentir los rumores difundidos por la máquina de propaganda del Kremlin.

Además, le explica ahora a EL PAÍS desde la región de Kiev, él nunca ha estado en Mariupol. “Me sorprendió una fake news tan simple. Mejor hubieran dicho que asesiné a prisioneros de guerra”, suelta Wali, que lleva cinco semanas en suelo ucranio. Es uno de los miles de extranjeros que han llegado al país para combatir la invasión rusa, pero no es un voluntario más. Su historia ha aparecido en múltiples medios desde los primeros días del conflicto, aunque más vinculada con su leyenda que con la realidad. “El mejor francotirador del mundo al servicio de Ucrania”, tituló una revista francesa; “Puede matar a 40 soldados en un día”, publicó un portal digital de la India; “Tiene el récord de la muerte a mayor distancia (3.540 metros)”, indicó un diario español.

Wali confirma que él no fue el autor del disparo que, en junio de 2017, mató a un combatiente del Estado Islámico a más de 3,5 kilómetros de distancia y estableció una nueva marca mundial. Fue obra en realidad de otro canadiense. “Soy bueno con el rifle, pero nada más. La leyenda y el símbolo son distintos a la persona”, comenta por teléfono; lo hace con una mezcla de risa, humildad diluida y tos persistente (“hemos respirado mucho humo”, explica, como resultado de los bombardeos).

Más allá del mito que se ha construido alrededor de este canadiense de 40 años, hijo de madre quebequesa y padre ecuatoriano, su personaje tiene un origen muy real. Wali —que ha pedido que su nombre real no sea publicado— formó parte de las Fuerzas Armadas de Canadá durante 12 años. Estuvo en un regimiento de artillería en Nuevo Brunswick, en la infantería en Quebec y participó en dos misiones en Afganistán, donde cumplió tareas de patrullaje y formó a tropas locales. Pero su figura empezó a llamar la atención en 2015, pocos meses después de darse de baja del Ejército, cuando decidió viajar al norte de Irak para luchar contra el Estado Islámico con los Peshmerga, la milicia kurda. “El único lenguaje que comprenden los yihadistas es el de la violencia”, dijo aquellos días en una entrevista.

Un tanque quemado se ve cerca de la ciudad de Gostomel, que fue recapturado por el ejército ucraniano en la zona de Kiev.
Un tanque quemado se ve cerca de la ciudad de Gostomel, que fue recapturado por el ejército ucraniano en la zona de Kiev.OLEG PETRASYUK (EFE)

Ahí se forjó esa reputación de combatiente enrolado en conflictos ajenos. Y con esa fama llegó a Ucrania, convocado por un amigo exmilitar, que le dijo que debían hacer algo. Wali cuenta que estaba al tanto de las tensiones entre Kiev y Moscú, pero no conocía el tema en profundidad. “No todo es negro o blanco, pero lo que vimos fue una agresión a gran escala”, afirma. Cuando regresó de Irak a Canadá en octubre de 2015, tras cuatro meses con los Peshmerga, empezó a trabajar como informático. Después conoció a su actual pareja y tuvieron un hijo. “Mi situación familiar ahora es distinta a la que tenía cuando me uní a los kurdos, pero no podía negarme”, dice.

“Siento un compromiso con mi familia, pero también con mi comunidad y con la humanidad. Presto apoyo por medio de lo que sé hacer”, explica. Pero reconoce también el llamado de la adrenalina que da el campo de batalla: “Me parece que así somos muchos militares. Es una mezcla de personalidad y de sentido del deber”. Integrado en una unidad del ejército ucranio, cuenta que cumple con varias funciones: comunicaciones con la artillería, labores de vigilancia, identificación de puntos del enemigo. Pero hasta el momento ha jalado pocas veces el gatillo.

Wali habla una y otra vez de la guerra mediática; de la información como herramienta bélica. Además de haberse convertido en una figura seguida por los medios, él mismo ha ido construyendo su relevancia a través de distintos canales de comunicación. Es un usuario activo de las redes sociales y también filmó un documental sobre su experiencia en Irak. Su batalla se bate en dos frentes: en uno emplea la mira telescópica y en otro publica mensajes y opiniones.

“Busco apoyos con todo esto. Sumar combatientes, recibir más armamento”, expresa. La presencia mediática de Wali le ha generado un cúmulo de comentarios a favor, pero también han surgido las críticas. Una de ellas es que puede provocar que jóvenes o inexpertos viajen para empuñar las armas. “La guerra es muy dura. Jamás diré lo contrario”, sostiene, y comenta que no hay seguros para los extranjeros, además de que un individuo sin experiencia militar sería un fardo en vez de un apoyo. “Dicho esto, tengo confianza en cada persona. Me dirijo a adultos que pueden tomar sus propias decisiones”.

La Brigada Normand —formada por combatientes internacionales, canadienses en su mayoría— difundió el 19 de marzo un comunicado en el que señalaba que la atención mediática generada por Wali —y no avalada por el alto mando— se estaba convirtiendo en “un peligro para la misión, para su familia y para él mismo”. De común acuerdo, tuvo que cambiar de compañeros. El francotirador responde: “No me gustaba el ambiente y me fui. No es el fin del mundo. Me sumé a una unidad del ejército ucranio. Critican mi lado mediático, pero no se opusieron al principio”.

Wali no sabe aún cuánto tiempo más permanecerá en suelo ucranio. Dice que le tienen sin cuidado las repercusiones que pueda enfrentar en Canadá. “Es como estar inquieto por mancharme del lodo tras el paso de un huracán”, comenta. Cuando volvió de Irak, de hecho, no tuvo problemas legales. El código criminal canadiense tiene zonas grises al respecto, aunque contempla en algunas de sus partes que un individuo que combata en el exterior puede ser juzgado si cometió crímenes de guerra o si perteneció o apoyó a una agrupación catalogada como terrorista por Ottawa. Sabe que sería una presa ansiada para las fuerzas rusas, que ya difundieron el bulo de su muerte. Pero no le preocupa tanto, asegura: “Es una posibilidad, aunque me parece que tienen objetivos más prioritarios. No creo que pongan tanta energía en mí”.

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