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La Última Cena, mito y realidad de un momento clave en la construcción del cristianismo

La Última Cena se encuentra no solo en el centro de la liturgia del cristianismo, sino que también fue un momento esencial en la construcción de una nueva religión. Como todo lo que rodea la muerte de Jesús, este episodio, que se conmemora el Jueves Santo, se mueve en un inmenso terreno en el que se mezclan la fe, la teología y la historia. Casi la totalidad de los expertos creen que Jesús fue un personaje histórico y que fue ejecutado en la cruz por orden del gobernador romano Poncio Pilatos. Más allá de estos datos, las certezas son escasas. La investigadora de las religiones Karen Armstrong sostiene en su Historia de la Biblia (Debate) que “el único Jesús que conocemos realmente es el Jesús descrito en el Nuevo Testamento”. “No hay ninguna otra explicación coetánea de su misión y muerte. Ni siquiera podemos estar seguros de por qué lo crucificaron”, prosigue.

Entre los cuatro Evangelios, escritos en la segunda mitad del siglo I, existen muchas discrepancias sobre lo que cuentan y cómo lo cuentan, incluso en la descripción de la pasión y muerte de Jesús, que se conmemora en Semana Santa. No ocurre lo mismo con la Última Cena, narrada de forma muy parecida por los llamados Evangelios sinópticos —Marcos, Mateo y Lucas—. Se trata de una cena de Pascua, durante la que Jesús anuncia a los 12 apóstoles que uno de ellos le traicionará y sienta las bases del sacramento de la Eucaristía, cuando invita a sus más próximos seguidores a comer el pan y beber el vino como si fuesen su cuerpo y su sangre. Se trata de un rito descrito por primavera vez en la Primera Epístola de Pablo a los Corintios, uno de los textos fundacionales del cristianismo, redactado en torno al año 52. El Evangelio de Juan, que la mayoría de los expertos consideran que es un poco posterior a los otros textos, da una versión diferente del encuentro y cuenta, en cambio, que Jesús lavó los pies a los apóstoles y les transmitió un nuevo mandamiento: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. También durante esta cena fue cuando Jesús anunció que uno de los apóstoles iba a entregarle.

“No es improbable que se hubiera celebrado esta cena de despedida de un grupo de amigos, los seguidores de Jesús, en Jerusalén”, explica Mar Marcos, catedrática de Historia Antigua de la Universidad de Cantabria, que ha estudiado a fondo la historia del cristianismo primitivo. “De lo que se duda es de que fuera una cena pascual, como se afirma en los Evangelios. Más bien parece una cena normal, que no habría sido en jueves, sino en martes. La mención más antigua de ella se encuentra en la Primera Carta a los Corintios de Pablo de Tarso, quien la describe en una visión recibida de Cristo. Fue Pablo quien interpretó esa cena como un sacramento de unión mística entre Jesús y sus fieles, dando origen a la fundación de una religión nueva, separada del judaísmo”.

‘La última cena’, de Dieric Bouts (1464).WIKIMEDIA

Douglas Boin, profesor de la Universidad de San Luis (EE UU) experto en cristianismo antiguo y autor de libros como Coming Out Christian in the Roman World. How the Followers of Jesus Made a Place in Caesar’s Empire (Bloomsburry), se pronuncia en un sentido parecido: “Las primeras tradiciones orales sobre el cristianismo, que los estudiosos detectaron en las cartas de Pablo, sugieren casi con toda seguridad que Jesús celebró una comida con sus seguidores antes de su ejecución”. Según la profesora Marcos, este momento anterior a la pasión se convirtió casi de forma inmediata en un elemento crucial en la edificación del cristianismo, una religión que tenía que separarse del judaísmo del que provenía, y a la vez buscar su espacio en el mundo romano, de donde iban a surgir la mayoría de sus fieles.

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“Muy pronto la Última Cena adquirió un valor escatológico y fue interpretada como una despedida que ponía fin a un tiempo e iniciaba otro, a la espera de que, con la segunda venida de Jesús, instaurase de forma inmediata el reino de Dios”, explica. “Los evangelistas debieron tomar este episodio de la Carta a los Corintios y lo convirtieron en un elemento central de la nueva religión, alejada del judaísmo, que nunca hubiera aceptado esta ‘ingestión’ de Dios”, prosigue la investigadora. “Esta ‘comunión’ de dios se parecía al ritual sacrificial de la religión grecorromana y a la iniciación en los cultos mistéricos. La eucaristía es una forma de recordar, entre los seguidores de Jesús, que este murió por ellos y que volvería un día. Es el símbolo de una comunidad de fieles, la Iglesia, que espera el regreso de su salvador”.

Ramón Teja, experto en cristianismo antiguo, catedrático emérito de Historia Antigua de la Universidad de Cantabria y presidente honorario de la Sociedad Española de las Ciencias de las Religiones, también considera que “la Última Cena tiene una importancia capital para la consolidación del cristianismo” y destaca toda la escenografía que rodea este momento: una cena sacrificial, que celebraban todas las religiones antiguas, y que coincide en este caso con la cena de Pascua, en la que participaron 12 apóstoles, un número que tiene un enorme carga simbólica y que remite a las 12 tribus de Israel, además de la traición de Judas que Teja —y muchos otros expertos en la Biblia— considera un personaje “seguramente inventado”.

‘La Mesa Redonda experimenta una visión del Santo Grial’, de Évrard d’Espinques (1475).

Después de la crucifixión, aquella cena pascual es el momento del Nuevo Testamento que más iconografía ha generado. Una de las pinturas más famosas, interpretadas y copiadas del mundo occidental es La Última cena, de Leonardo Da Vinci, que puede contemplarse en el convento dominico de Santa Maria delle Grazie de Milán y que representa el momento en el que Jesús anuncia que uno de los apóstoles le traicionará. La búsqueda del Santo Grial, la copa que Jesús utilizó en la primera eucaristía, inspiró las historias del ciclo Artúrico, uno de los más perdurables relatos medievales, cuyos ecos llegan hasta la saga cinematográfica de Indiana Jones. Pocos personajes como Judas han tenido una presencia tan intensa en la cultura y la literatura occidental, desde Jorge Luis Borges hasta Anthony Burgess o Amos Oz.

“Los peregrinos medievales trataron incluso de identificar la habitación exacta de Jerusalén en la que ocurrieron los hechos”, señala Douglas Boin, “y algunos escritores y clérigos afirman haber encontrado la misma copa utilizada en la comida. Verificables o no, son estas historias las que ayudaron a construir la comunidad cristiana, lo que también explica que tantos artistas y escritores hayan vuelto a ellas desde entonces. El perenne, aunque equivocado, entusiasmo por identificar objetos, lugares y otros detalles precisos de la Última Cena es un recordatorio de que, sea lo que sea que los cristianos lograron preservar del primer siglo, lo hicieron sobre todo con sus historias”.

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