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La ultraderecha estadounidense tiene el ojo puesto en las elecciones brasileñas

La ultraderecha estadounidense tiene el ojo puesto en las elecciones brasileñas

Un día después de la primera vuelta de las elecciones en Brasil, Steve Bannon, exasesor de Donald Trump en la Casa Blanca, dedicó largos minutos de su podcast War Room (Sala de guerra) a tratar de demostrar que hubo fraude en los comicios brasileños. Para ello recurrió a un viejo amigo, Matthew Tyrmand, miembro de la junta directiva de Project Veritas, una organización conservadora que utiliza cámaras ocultas para intimidar y ‘desenmascarar’ a los periodistas liberales. “Allí hubo fraude, definitivamente hubo fraude”, dijo Tyrmand. “No fue limpio, eso no parece limpio, no huele limpio”, dijo. A lo largo del día, ambos compartieron varias noticias falsas sobre las elecciones en sus cuentas de Twitter y en Gettr, una red de ultraderecha fundada por otro partidario de Trump, su antiguo portavoz Steven Miller.

Puede parecer extraño que dos personalidades de la extrema derecha estadounidense estén tan comprometidas en unas elecciones que se celebran a diez mil kilómetros de distancia. Pero las investigaciones realizadas por el equipo de Agencia Pública revelaron que existe una enorme cercanía e intercambio de favores entre la alt-right estadounidense, aquellos que apoyaron el desquiciado intento de Donald Trump de subvertir la democracia de su país con la mentira de que existió fraude en las urnas, y la familia de Jair Bolsonaro, el presidente ultra y excapitán del Ejército que busca la reelección.

Reproducir y traducir las noticias falsas sobre el fraude electoral en ambos países le sirve a los dos bandos. En su campaña, Bolsonaro parece copiar a Donald Trump. Y no solo porque repite que ha habido o habrá fraude en las urnas sin ninguna prueba. Al igual que Trump, Bolsonaro metió a sus hijos en política para crear una dinastía propia. Eduardo Bolsonaro, su tercer hijo, es diputado federal por São Paulo y, por ser el único que habla inglés, su padre intentó ubicarlo como embajador del gobierno brasileño en Washington. No lo consiguió, pero fue elegido presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes; al mismo tiempo, es una especie de representante de su padre ante la derecha estadounidense, con la que ha mantenido al menos 77 reuniones desde que su padre asumió el cargo, como reveló una investigación de Agencia Publica.

La alianza con Donald Trump y su entorno nació cuando Jair Bolsonaro aún era un presidente en ciernes. Pocos meses después de asumir la presidencia, fue recibido con bombos y platillos en la Casa Blanca. Cuatro años después, en vísperas de las elecciones brasileñas, Trump declaró su “completo y total respaldo” a la reelección de Bolsonaro, a quien llamó “Trump tropical”.

Estas alianzas internacionales han sido claves para Bolsonaro, cada vez más aislado debido a su agenda antiderechos. Además de Trump y su hijo Donald Junior —que grabó un vídeo en la víspera de las elecciones diciendo que “Bolsonaro es la única persona que puede detener el avance del comunismo y el socialismo en Sudamérica”—, Viktor Orban, el autocrático presidente de Hungría, también grabó un vídeo apoyando su reelección.

Con Bolsonaro, Brasil ha ocupado un espacio relevante en la articulación global de la extrema derecha, capitaneada desde los sectores más radicalizados de Estados Unidos. Es uno de los 32 países que firmaron la Declaración del Consenso de Ginebra, un empeño conservador contra los derechos reproductivos de las mujeres que afirma que “no existe un derecho internacional al aborto”, y ha participado en una importante labor de presión para que se abandonen las agendas a favor de las minorías y los derechos LGBTQ+ en la ONU y otros organismos multilaterales. Con 215 millones de habitantes, tener a Brasil como aliado supone un enorme peso para hacer avanzar las agendas conservadoras en el mundo.

Por eso las elecciones brasileñas son consideradas por Steve Bannon como las “segundas más importantes del mundo”. El resultado de la primera vuelta, que permitió al partido de Bolsonaro ganar un número importante de escaños en el parlamento, ha permitido al excapitán solidificar su poder.

Brasil ha sido citado no menos de 99 veces en el último año en el podcast War Room. “Brasil, con esta disputa entre Lula y Bolsonaro, va a ser el último bastión en el que intentemos decir algo”, dijo Bannon en julio de este año. La opinión de los extremistas estadounidenses es que el populismo de derecha ha avanzado, pero necesita enfrentarse a la influencia china en América Latina.

Una de las consecuencias de esta alianza es el avance del discurso antidemocrático en la sociedad. Los ataques a la Corte Suprema, el tribunal constitucional que ha impedido repetidamente los avances autoritarios, son efectivamente promovidos por Bolsonaro y sus partidarios. Bolsonaro ha amenazado con cambiar la Constitución para aumentar el número de jueces en la Corte, lo mismo que hizo Hugo Chávez en Venezuela, en un intento de solidificar su poder. Estos ataques son aplaudidos por la derecha estadounidense, que incluso repite en sus redes sociales que el tribunal brasileño está compuesto por “comunistas”.

Esta es la principal clave para entender la alianza entre grupos radicalizados en Brasil, Estados Unidos y otras partes del mundo: no es sólo el avance de la derecha, sino el avance de las tácticas para derrotar a la democracia.

Es un aspecto que la prensa todavía se niega a ver. Se ha prestado poca atención, por ejemplo, al hecho de que Eduardo Bolsonaro estuvo en Washington el 6 de enero de 2021: sí, el día de la invasión del Capitolio.

Acudió a Estados Unidos el 4 de enero de 2021, sin preparativos oficiales, por invitación de Ivanka Trump. Pasó la mayor parte del tiempo con aliados cercanos a Trump, como la propia Ivanka, su marido Jared Kushner y Mike Lindell, CEO de My Pillow, que ayudó a toda la campaña Stop The Steal, que promovió la falsa narrativa sobre el fraude en las elecciones estadounidenses de 2020.

Eduardo Bolsonaro no solo era hijo del presidente de Brasil, sino que también presidía en ese momento la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados. Imagínese que fuera el hijo de Vladimir Putin, caminando por las calles de Washington el día del mayor levantamiento antidemocrático de la historia de Estados Unidos.

Hasta hoy, Eduardo Bolsonaro nunca ha explicado el propósito de su visita. Pero mientras estaba en Washington, varios de sus aliados en el Congreso brasileño utilizaban las redes sociales para dar a conocer la “gran mentira” que promovía Trump sobre el fraude electoral. Seis parlamentarios brasileños elogiaron los acontecimientos del 6 de enero.

Tras el ataque al Capitolio, Bolsonaro se mostró indiferente. “Ustedes saben que estoy relacionado con Trump, así que ya conocen mi respuesta aquí”, dijo a los periodistas, negándose a condenar los ataques. “Hubo gente que votó tres, cuatro veces, gente muerta que votó”, dijo.

Jair Bolsonaro fue el penúltimo jefe de Estado en reconocer la victoria de Joe Biden, apenas unas horas después de Vladimir Putin y antes de Kim Jong-Il.

La visita de Eduardo ha llamado la atención de la comisión del Congreso estadounidense que investiga la invasión del Capitolio. Los vínculos internacionales son el objeto de la actual fase de investigación de la comisión, que debe entregar su informe a finales de diciembre.

La presencia del hijo de un dignatario extranjero es notable, según el representante Jamie Raskin, que forma parte del comité. Raskin me dijo que está investigando las relaciones entre autócratas como Bolsonaro, Trump, el presidente húngaro Viktor Orban y también el presidente ruso Vladimir Putin. He preguntado si nos encontramos ante una conspiración internacional para minar la democracia a escala mundial.

“No sé si usaría esas palabras, pero definitivamente creo que los gobiernos democráticos y los partidos políticos están en una batalla con los autócratas, los cleptócratas y los teócratas”, respondió. “Hay una lucha muy poderosa entre las fuerzas democráticas de cada país y las fuerzas del autoritarismo. Esto también ocurre a nivel mundial”.

Natalia Viana es cofundadora y directora ejecutiva de Agencia Pública.


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