‘La unidad’: así se hace una buena serie de acción policial

La segunda temporada de La unidad ha llegado en el momento justo para hablar de ella sin caer en ciertas trampas. En efecto, estamos ante una serie policial bien hecha y sin complejos, pero en una época en la que ya nadie levanta una ceja cuando ve un producto así realizado en España. Y el público ha respondido: tras el éxito de la primera temporada, su continuación ha sido la producción más vista en Movistar Plus+ en marzo y en breve empezará el rodaje de la tercera temporada, donde, como ha podido saber EL PAÍS en primicia, se trasladarán hasta Afganistán. El reciente fin del despliegue de las fuerzas occidentales en este país da a la intriga una nueva dimensión.

La nueva tanda de capítulos de la serie, producida por Buendía y creada por Dani de la Torre (dirección) y Alberto Marini (guion), retoma la acción prácticamente donde lo dejó en la temporada anterior —haberla visto es recomendable y enriquece la experiencia, pero no es necesario— y despliega con cuidado cada una de las vertientes que quedaron abiertas en la trama y en la vida de los personajes. Por muy bien que funcionara, no podían quedarse en lo que ya habían explorado, así que De la Torre y Marini han buscado un giro que les permita, por un lado, explorar las raíces del odio terrorista y, por otro, pegar al espectador a la silla. Así lo explica el guionista: “En esta segunda temporada hemos optado por cambiar la receta. Si en la primera el objetivo era detener el terror, ahora podemos decir que el terror ya está en casa. Hemos puesto a nuestros protagonistas en una situación totalmente nueva, difícil, incómoda para ellos: están en el punto de mira de la amenaza terrorista”.

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Conviene no desvelar mucho más de la intriga de estos seis capítulos, disponibles ya en la plataforma. Un formato ideal para un atracón, pero que aguanta muy bien una periodicidad semanal. Vayamos, eso sí, con algunas de sus virtudes, que no son pocas. Primero, el escenario, un Madrid espléndido, más bien nocturno, en el que luce igual una persecución por el centro que una espectacular toma aérea. Después, la acción, rodada con un acierto técnico que ya se da por supuesto pero, sobre todo, como pilar de un desarrollo argumental que se apoya en ella y en sus subidas de adrenalina y es capaz de ir mucho más allá.

El espectador tiene, así, dos motivaciones para no moverse del sitio: en cualquier momento puede pasar cualquier cosa, sí, pero además empatiza con los protagonistas, quiere saber cómo se desarrolla la vida y el trabajo de la Comisaria Jefa de Brigada, Carla (Nathalie Poza), de Marcos (Michel Noher), jefe del Grupo de Investigación y ex de Carla, que es además su responsable directa y con la que tiene una hija, Lua (Alba Bersabé). La niña no se librará tampoco de la amenaza de los terroristas. Pero son los secundarios quienes agarran al espectador, que sufrirá con el jefe de operaciones (un magnífico Luis Zahera) o se identificará con el genio y la personalidad de la inspectora Miriam (Marian Álvarez), que gana protagonismo en esta segunda temporada. Moussa Echarif, Fariba Sheikhan o Aroa Rodríguez completan un excelente reparto en el lado policial.

En ‘La unidad’, los radicales vuelven a recurrir a jóvenes para reclutar a sus terroristas.

En el bando de los terroristas se nos muestra todo el espectro: hay dos hermanos malos, muy malos, empachados por el odio y los deseos de venganza, dos personajes al límite del estereotipo en ciertos momentos. Ella (una enérgica Intissar El Meskine) recuerda en ciertas ocasiones a Lisbeth Salander, como tantas y tantas que, en un bando y en otro, han seguido la estela estética del personaje de Stieg Larsson. Hay, también, un ideólogo escondido en sus riquezas y su presunta colaboración con Occidente (la serie se detiene en la paradoja de la poligamia y otras incongruencias de la vida de este señor) y un grupo de jóvenes progresivamente radicalizados. Es aquí donde, quizás por necesidades del guion de una serie que marcha a toda máquina, se dan demasiada prisa en mostrarnos cómo cambian de parecer unos jóvenes por otro lado muy maleables. La falta de escrúpulos de los que han financiado siempre todo este despliegue terrorista está, por el contrario, bien explicada con tres llamadas y un par de detalles. También se ve así la bajeza del que maneja los hilos de las alcantarillas del Estado. Y no, en ningún caso, con grandes discursos. No hacen falta: unos personajes bien perfilados definen con sus acciones y en diálogos bien medidos el sentir de sus creadores.

Raúl Fernández como Roberto y Marian Álvarez como Miriam en una escena de la segunda temporada.

Queda la clave argumental que camina paralela a la amenaza del terror y eleva el interés de la serie. En la unidad hay un topo, alguien que trabaja para el mal, y eso, bien lo saben los aficionados al género del espionaje, es el germen del que surgen la paranoia, la desconfianza y, por qué no decirlo, los peores instintos. Ya no existen compañeros, solo sospechosos, y más si tienen afinidad étnica con el enemigo.

El final reúne todas las virtudes de la serie. Aumenta el número de inocentes caídos, no es agradable, no está hecho para estómagos sensibles, pero qué quieren, así es la vida.

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