La educación es uno de los términos más citados por los turcos en las encuestas como principales problemas del país. Al zapatero Ünal, que tiene tres hijas de 12, 15 y 16 años, le angustia especialmente: “[El presidente Recep Tayyip] Erdogan ha hecho cosas buenas, por ejemplo hospitales, pero ya es hora de que se vaya. ¿A mí de qué me sirve que haga puentes o canales en Estambul? Yo quiero fábricas, empleo, oportunidades para mí y para mis hijas. Por el bien de ellas, es necesario un cambio”.
El sistema educativo es muy competitivo en Turquía. Desde los siete años, los alumnos turcos se enfrentan a un maratón de exámenes: por lograr plaza en un buen colegio público, por entrar en uno de los liceos que enseñan en lenguas extranjeras, por obtener una beca que les permita acceder a la educación privada… Pero eso no significa que sea de mayor calidad. En el último informe PISA Turquía puntuó bastante por debajo de la media y quedó en el puesto 49º de los 72 países de la OCDE que participaron, cinco por debajo que en el anterior informe, de 2012. Es más, en ciencias y en comprensión lectora cayó casi diez escalones, situándose en los puestos 52º y 50º, respectivamente. Los expertos lo atribuyen a que la educación turca se basa en la repetición y la memorización, en lugar de promover el pensamiento crítico y creativo, a las sucesivas reformas, cinco en los últimos 15 años, tanto en los exámenes de acceso como en el currículo —que ha visto entrar conceptos como la “yihad” y retirarse temas dedicados a la “evolución”— y a las continuas polémicas por la filtración de las preguntas de los exámenes a las academias privadas gestionadas por organizaciones islamistas.
Otro importante factor son las desigualdades entre el este y el oeste del país y entre los diversos segmentos sociales. Ferhat, hijo de maestros y nieto de campesinos, nació y se crio en un pueblo de Agri, provincia fronteriza con Irán: “Mis padres me enviaron a una escuela privada porque en la pública gastaban más tiempo tratando de mantener encendida la estufa que estudiando. Pero cuando nos trasladamos a Esmirna me di cuenta de que hasta la escuela pública de aquí era mejor que la privada de allí. Aún así, como los profesores de la escuela pública ganan poco (unos 700 euros al mes), los mejores son fichados por los centros más elitistas”.
En el último informe PISA Turquía quedó en el puesto 49º entre los 72 países de la OCDE
La ratio de aprobados en los exámenes de acceso a la universidad se ha incrementado en la última década y actualmente cerca del 90% de los dos millones de estudiantes que participan obtienen plaza, pero solo las notas más altas logran entrar en universidades dignas de ese nombre, que se cuentan con los dedos de las manos. “Un alto porcentaje de los universitarios está insatisfecho con el nivel de enseñanza. Más de la mitad no creen que puedan trabajar en un sector relacionado con sus estudios y el 75% de los jóvenes que trabajan no están contentos con su empleo”, explica Fatos Karahasan, autora del libro Abran paso a los jóvenes, en entrevista con EL PAÍS.
Hasta hace pocos años, un título universitario era un boleto seguro para obtener un buen empleo en Turquía. Pero ya no es así, el paro juvenil ha aumentado desde el 13% al inicio de la pasada década hasta superar el 20% y entre los titulados universitarios alcanza el 30%. “Yo lo que no entiendo es por qué el Gobierno continúa inaugurando universidades en cada provincia, si ni siquiera hay profesores suficientes y los graduados no encontramos trabajo”, se queja Hakan, un joven de la provincia de Malatya (Anatolia Oriental). “Antes, los jóvenes titulados iban a la empresa privada porque sabían que allí ganarían más dinero. Ahora, en cambio, buscan trabajo en la Administración Pública y para ello tienen que someterse a los dictados del AKP (el partido gobernante)”, denuncia el diputado opositor Özcan Purçu: “Además, estamos sufriendo una importante fuga de cerebros”.
¿Cómo afectará esta situación a las elecciones? La propuesta estrella de Erdogan para los jóvenes han sido los Cafés Nacionales, cafeterías gratuitas para que los jóvenes se reúnan, lean o estudien, y “salvarlos” así de las malas influencias. Un proyecto muy criticado por la oposición, para la que simplemente se tratará de lugares en los que los desempleados pasarán el rato.
El paro juvenil entre los titulados universitarios alcanza el 30%
La investigación de Karahasan revela que, a raíz de la “sobreprotección paterna”, la nueva generación de turcos es “conformista” y, en su mayoría (84%), se siente alejada de la política. “Creo que parte de los jóvenes votarán lo que les digan sus padres —sostiene la autora—. Sin embargo, otra parte decidirá sobre la base de la información que recibe a través de las redes sociales”. Y allí, en los nuevos medios, es dónde mejor se mueve una oposición que ha sido prácticamente exiliada de los medios de comunicación tradicionales.
“Nuestras encuestas muestran que, en esta región, Erdogan mantiene sus antiguos votantes pero no consigue nuevos”, explica Ümit Yaldiz, director de Integral Arastirma en Izmir. “Los jóvenes optan por nuevos partidos o por el candidato socialdemócrata Muharrem Ince, porque habla en una lengua que entienden”, dice. Las promesas que ha hecho de un salario garantizado para los jóvenes y más becas públicas también contribuyen a esta tendencia.
Yilmaz y Ferhat votarán a la oposición, pero no se hacen ilusiones: “En nuestro instituto, casi todos los estudiantes se quieren ir del país. Yo también, aunque no sé si podré costeármelo. Y no es que no amemos Turquía, es que este Gobierno está creando una generación sin esperanzas”, dice Yilmaz.
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