‘Lola, hermana del artista’ (hacia 1896), de Pablo Ruiz Picasso.FotoGasull
El XX, y no el XXI, fue el siglo de las mujeres. En comparación con los movimientos de emancipación surgidos en los últimos 150 años, las recientes manifestaciones por la igualdad y contra la violencia de género son casi anecdóticas. Todo había quedado escrito en las declaraciones constitucionales del sufragio femenino en Nueva Zelanda, en los países nórdicos, en EE UU, e incluso antes, en los siglos XVIII y XIX, cuando las mujeres lucharon en soledad para superar la ansiedad de la autoría.
En el ámbito del arte, es desconcertante comprobar que, a veces, la cura es más dudosa que los síntomas. Por ejemplo, cuando se observa la reciente recuperación de los nombres de muchas autoras, supuestas musas de grandes maestros que siguen aspirando a escapar de su condición, ángeles del hogar convertidos en demonios, cuyas vidas tuvieron que ser silenciadas. Fueron los fantasmas que ocuparon secretamente los condominios masculinos y ahora eclosionan como crisálidas en subastas y exposiciones internacionales. Debemos considerar encomiable el deshielo de un canon que las ignoró, pero el sistema de valores que rige ese cambio nos sigue incomodando. En política, en economía, en la paz y en la guerra, seguimos siendo Lady Macbeth demandando a los dioses que nos despojen del sexo (hoy sería “género”) en favor de una ambición y un poder típicamente masculinos, que no osamos desmantelar.
El caso de Picasso es paradigmático. Desde hace dos años, distintas instituciones internacionales han resaltado el papel que jugaron dos artistas por derecho propio que formaron parte de su primer círculo: Dora Maar, amante de Picasso entre 1936 y 1946, y Françoise Gilot, compañera del artista entre 1943 y 1953 y madre de Claude y Paloma Picasso. A ellas se les suma ahora la hermana del pintor, Lola Ruiz Picasso. Sobre su lugar en la vida y la obra del artista, el Museu Picasso de Barcelona exhibe una modesta pero fundamental exposición que sirve para echar el cierre a la conmemoración de los 50 años de la donación de la colección personal del artista a la ciudad, resguardada en los domicilios familiares del matrimonio Vilató Ruiz.
Los retratos de Lola simbolizan al artista, en una identificación entre la joven y su hermano mayor
Lola actuó de custodio de una nutrida documentación, correspondencia, fotografías y pinturas que incluyen las obras de su etapa de formación y se extienden hasta las pinturas de 1917 (Arlequín) que hizo junto con los Ballets Rusos. En total, 900 obras. Comisariada por Malén Gual, la muestra explica hechos aparentemente sin importancia aunque esenciales. En realidad, se trata más bien de una muestra de gabinete para entender el alcance de una sensibilidad aguzada, a ratos excéntrica, que en sus cartas al hermano solía poner un énfasis casi extático en la vida cotidiana barcelonesa que Picasso dejó atrás, en 1904, para instalarse definitivamente en París.
Vista de la exposición dedicada a Dora Maar en la Tate Modern (Londres), en 2019.Alamy Stock Photo
Lola fue hija, hermana, madre y abuela de pintores. Fue bordadora y también pintora; no buena, la verdad. Mujer hiperactiva, dio a luz a seis hijos. Como contraste, sufrió una artritis reumatoide que no le hizo perder ese pronto explosivo por el que la apodaban La Terremotica. Picasso la retrató hasta 66 veces. El primer dibujo es de 1894 y aparece en uno de los cuadernos del artista realizado en A Coruña. De ese año es Retrato de Lola: Picasso tiene 13 años, y la modelo, 10, aunque en la imagen parezca mayor, pues la disfraza con una mantilla para disimular su aire infantil. Ese fue el primer óleo de Picasso. En la selección de escenas y posturas de Lola que vemos en otros bocetos y pinturas, encontramos una particular psicohistoria: el pintor construye un ideal femenino, lo hace evolucionar y proporciona a la modelo la libertad de convertirse en diferentes tipos de mujer. Los retratos simbolizan también la propia imagen del artista, en una identificación entre la joven y su hermano mayor que resulta bastante clásica. De las notas que muestran las vitrinas, se deduce que los dos tenían un humor y un carácter parecido.
El caso de Dora Maar será diferente. Es la mujer que llora, la mujer torturada, aunque nunca victimizada. Fotógrafa muy valorada en el grupo surrealista cuando conoce a Picasso, documenta todo el proceso de ejecución del Guernica, cambia la cámara por el caballete —no volverá a la fotografía hasta los ochenta—, pinta retratos de Picasso e interpreta los que el artista hace de ella. El desamor la empuja a una vida destartalada, oculta en la villa provenzal de Ménerbes que Picasso le había regalado. En un ingenioso juego de palabras, su entorno la apodaba Picassiette por su tacañería y su forma de picotear de los platos ajenos en sus raros encuentros sociales. Hoy se la considera una de las fotógrafas surrealistas más genuinas. En 2019, el Centro Pompidou le dedicó la retrospectiva más amplia hasta la fecha: 430 obras que viajaron a la Tate Modern y al Getty de Los Ángeles.
‘Paloma à la guitare’, de Françoise Gilot, expuesta en la sede de la casa de subastas Sotheby’s en Londres, en mayo de 2021.John Phillips (Getty Images for Sotheby’s)
Por su parte, Françoise Gilot era una artista de 21 años cuando conoció a Picasso, que tenía 61. El pintor, sentado en la mesa de un restaurante con Dora Maar, se dirigió a aquella joven para ofrecerle un cuenco de cerezas. Gilot le dijo que era pintora: “Es lo más gracioso que he escuchado en todo el día. Yo también soy pintor”. Gilot le pidió clases de grabado. La relación duró nueve años. Fue la única mujer que abandonó a Picasso y todavía vive para contarlo. A sus 100 años, aparece en los medios como una influencer y su obra se expone en galerías y museos de EE UU y Europa. Hace unas semanas, su óleo Paloma à la guitare (1964) se subastó en Sotheby’s por 1,3 millones de dólares (1,1 millones de euros), seis veces el precio de salida. Ni Maar ni Gilot escondieron sus obras en los armarios de la cocina. Siempre vislumbraron un escape. Fueron musas pensantes, intérpretes y críticas de sus propias ficciones, monstruos. Su lucha no fue contra la influencia de sus predecesores, sino contra la interpretación que se ha hecho de ellas.
‘Lola Ruiz Picasso’. Museu Picasso. Barcelona. Hasta el 27 de febrero.
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