La venganza del “barrio horrible” de Atlanta

En enero de 2017, uno de los primeros insultos por Twitter de Donald Trump como presidente estuvo dedicado a los 292.000 vecinos de un barrio de sur Atlanta. “Es horrible”, “se está cayendo a pedazos” o “es un barrio infestado de crimen” fueron algunas de las perlas que el magnate republicano, por entonces recién instalado en la Casa Blanca, dirigió a Clayton, un condado mayoritariamente negro y popular de la capital de Georgia.

Como un búmeran, la dirección de aquel mensaje ha dado ahora la vuelta para estamparse en la frente de Trump. El “barrio horrible” ha sido el gran protagonista en el vuelco en los resultados electorales en el Estado. Trump empezó ganando, pero el masivo apoyo demócrata de los vecinos de Clayton (84%, el mayor en los 150 condados del Estado) precipitó el viernes las primeras ventajas de Biden, que con el 99% escrutado, acaricia la histórica primera victoria demócrata en Georgia en 24 años.

“Trump está pagando el precio de sus palabras. Nunca ha respetado a nadie y menos a nosotros”, dice a la puerta de su casa Alex Martens, un profesor de escuela jubilado de origen nigeriano y vecino de Clayton desde hace casi 20 años. Martens vive con su nieto Tony en una de las casitas prefabricadas de dos dormitorios distribuidas en hileras por una de las zonas residenciales del barrio. Un frondoso parque rodea la urbanización, pero sin iluminación pública en ninguna de las calles. “Es tranquilo aunque a veces pasan cosas”, reconoce Martens. Según los datos de la policía del condado, la tasa de casi todos los delitos se ha mantenido a raya durante los últimos años. Salvo las violaciones, que se duplicaron el año pasado. “No es un barrio ideal, pero aquello que dijo Trump fue por una pelea entre políticos. Él ni siquiera ha estado nunca aquí”, apunta otro vecino mientras come palomitas sentado en el soportal de su casa.

La pelea a la que se refiere, el origen de aquel insulto, fue su enfrentamiento con el legendario congresista John Lewis, el último representante de la generación de líderes negros que impulsaron en los sesenta la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos. Fallecido en verano a los 80 años, la última batalla de Lewis fue plantar cara a Trump. Con más de tres décadas de carrera en el Congreso representando el quinto distrito de Atlanta, del que forma parte Clayton, Lewis confrontó desde el primer momento al magnate republicano. Defendió abiertamente que no lo consideraba un presidente legítimo, por las dudas respecto la participación de ciberespías rusos que ayudaron a Trump en la elección de 2016. Y hasta se negó a participar en la toma de posesión, arrastrando con su enorme predicamento moral a más de una cincuentena de congresistas demócratas, que también boicotearon el acto. La presión del icónico líder afroamericano desencadenó la respuesta furiosa de Trump contra su condado.

“Me encanta el hecho de que Clayton County, el territorio de John Lewis, pueda dar la victoria a Biden en Georgia. Ahora mismo debe estar celebrándolo en el cielo con uno de sus famosos bailes”, dijo el viernes la exsenadora por Missouri, Claire McKaskill. Más allá del guiño a la justicia poética, Georgia, la tierra de Martin Luther King, es un Estado con una enorme tradición en la lucha por los derechos civiles. Pero no solo ha pesado el aura de las grandes figuras históricas en el vuelco electoral. El trabajo de una nueva generación de políticos afroamericanos, fundamentalmente mujeres, está empezando a dar sus frutos.

La abogada Stacey Abrams, 46 años, lleva una década dando la batalla contra la burocracia electoral, garantizando los derechos de los votantes más olvidados que muchas veces quedaban fuera por argucias y cuestiones formales como errores tipográficos en la papeleta. Abrams, la primera mujer negra en ser elegida candidata a gobernadora, ha logrado involucrar en el sistema a más de 800.000 nuevos votantes durante los últimos dos años. Desencadenado a su vez un efecto dominó en las instituciones, que ha aupado también a otra mujer afroamericana, Keisha Lance, 50 años, a la silla del Ayuntamiento de Atlanta.

“Llevamos mucho tiempo trabajando en las comunidades. Tratando de recomponer lo que Trump ha roto en los últimos cuatro años”, explica Loretta Pereira, 60 años, una de las organizadoras de la campaña demócrata en Clayton, que reconoce que detrás de la gigantesca participación electoral —Georgia batió su récord histórico en estos comicios— hay un fuerte componente de voto de castigo. “Trump ha despertado mucho rechazo. Ha dado alas al supremacismo blanco. Incluso hay vecinos afroamericanos que le votaron en 2016 y que por primera vez han apoyado ahora a un candidato demócrata. Existe hasta una asociación en Clayton: ‘Republicanos contra Trump”.

El voto afroamericano, espoleado además por el repunte del movimiento por la justicia racial Black Lives Matter ante los sucesivos episodios de violencia policial, ha sido decisivo para encarrilar la probable victoria de Biden en Georgia, pendiente todavía de un casi seguro recuento, dado el mínimo margen entre los dos candidatos. De lograrlo finalmente, se convertiría en el único oasis demócrata en medio del cinturón negro sureño. Trump ha arrasado en Alabama, Misisipi, Luisiana o Arkansas. Según los datos que se van cribando de estas elecciones interminables, Trump ha mantenido su cuota entre los votantes afroamericanos, así como otras minorías como los hispanos o los asiáticos. El mordisco diferencial ha llegado entre los votantes blancos, que son dos tercios del total del electorado. En 2016, Trump ganó el voto blanco con 20 puntos sobre Hillary Clinton. Mientras que en esta ocasión solo se ha impuesto por 15 sobre Biden.

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