La vida de la jefa de Disney inspiró la película ‘Frozen'

Imagen de 'Los hermanos Willoughby'.
Imagen de ‘Los hermanos Willoughby’.

“Los señores Willoughby olvidaban a menudo que tenían hijos y se ponían de mal humor cuando se lo recordaban”. Estas tres líneas de texto de la segunda página de Los hermanos Willoughby, novela infantil de la escritora estadounidense Lois Lowry, objeto de lectura y comentario en algunos colegios españoles, expresa cómo están cambiando las cosas. ¡Para bien! En la literatura y en el cine para niños también caben los padres terribles, casi como cruel actualización de ciertos cuentos clásicos. “¡Niños! ¡Ojalá pudiéramos echarlos a la calle!”, clama un diálogo de la distinguida representación cinematográfica del libro (no ilustrado) de Lowry, que han llevado a cabo Chris Pearn y Cory Evans. Una película distinta, desequilibrada en su estructura y en su narración, pero de exquisitos diseños y demoledor sentido del humor (negro).

Los hermanos Willoughby es una historia de suma de momentos más que un relato de consistente construcción, trama clara y fluidez narrativa. Sin embargo, su tono, su ritmo y sus dibujos pueden con todo. Tono extravagante, alejado de la melaza habitual y de la corrección política, representado en el gran objetivo de los hermanos protagonistas: orfanarse, que no es ningún verbo, lo que ya da cuenta de la rareza del deseo. Ritmo vertiginoso comandado por la comedia física y un montaje cortante, rompiendo incesantemente la continuidad. Y dibujos singulares, alejados del realismo, pelo de ovillo de lana, cuerpos palillo, movimientos espasmódicos.

El toque final lo otorga la música compuesta por Mark Mothersbaugh, habituado a la animación infantil (Los Rugrats, Lluvia de albóndigas, La LEGO película…), pero que aquí está en la línea de otros trabajos: las bandas sonoras creadas para obras de Wes Anderson, lo que hace que la película entronque con los matices del extrañamiento de Academia Rushmore y Los Tenenbaums. “[Tras el accidente], los Willoughby recibieron la mala noticia de que sus padres seguían vivos”. Qué desfachatez, qué maravilla.


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