La vida entre las sombras de los rusos que viven en Ucrania

La vida entre las sombras de los rusos que viven en Ucrania

Según las autoridades de Ucrania, en las próximas semanas se tirarán 60 estatuas, se cambiarán 460 nombres de calles y hasta la estación del metro León Tolstói de Kiev cambiará de nombre. Desde el comienzo de la invasión rusa a finales de febrero, Ucrania intenta borrar el pasado común soviético, pero lo que es imposible de borrar son los miles de rusos de a pie que siguen viviendo en el país, ocultos a las miradas de sus vecinos o tratando de esconder una identidad que los delata como ciudadanos del país de Vladímir Putin.

Mientras Ucrania pasa página a marchas forzadas a los vínculos que la mantuvieron unida a Rusia hasta 1991, los rusos que viven en Ucrania se invisibilizan y se mueven entre las sombras hasta que arrecie el temporal de ira: unos disimulan el acento, otros han dejado de ver a los amigos, otros han dejado de salir a la calle y otros evitan cualquier trámite que requiera enseñar un documento oficial.

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No es fácil localizar a quien acepte contar la experiencia de vivir en un país que de un día a otro los mira con desconfianza o los considera quintacolumnistas del ejército invasor. Menos aún, publicar una foto que revele su origen ruso, aunque muchos de ellos maldigan cada bomba que cae en suelo ucranio.

Yulia nació en San Petersburgo hace 31 años, cuando aún se llamaba Leningrado, y comenzó a vivir en Kiev con su novio hace tres años. En los últimos días de febrero, cuando comenzaron los bombardeos, Yulia, como miles de personas, tuvo que refugiarse en los sótanos de la capital cuando comenzaron a caer misiles rusos “a cinco minutos” de su casa. Desde entonces su vida solo ha ido a peor. “Es una situación que no acabo de entender. No era consciente de cuánto odio había acumulado ni cuánto desamor se puede sentir hacia el vecino, de acuerdo con lo que veo en las televisiones rusas y ucranias”, explica. “Incluso entre mis amigos siempre vimos la invasión de Crimea o las guerras en Donetsk y Lugansk como asuntos entre los políticos que escapaban a nuestras relaciones personales, pero esto ya no es así”, detalla al explicar que ha limitado al máximo sus movimientos.

“Entiendo la reacción de las dos partes: por un lado, el miedo y el odio que se percibe en Ucrania porque estamos en contra de esta invasión. Y también la parálisis existente en Rusia y el pánico a protestar y expresarse públicamente en la calle o en las redes sociales por el miedo entre la población al Gobierno de Putin”, explica. Yulia, que fue gerente de una empresa financiera hasta hace un año, se siente en medio de un conflicto del que recibe todas las consecuencias “Viví el dolor y el miedo de los ucranios cuando tuve que dejar mi casa y huir a los refugios subterráneos. Además, tampoco puedo acceder a mi dinero. Mis tarjetas rusas están bloqueadas por las sanciones y mis tarjetas ucranias también están bloqueadas por el hecho de haber nacido en Rusia”, dice.

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“La mayoría de mi familia me ha dejado de hablar, incluidos mis hermanos. Solo mantengo contacto con mis padres, pero he decidido quedarme en Ucrania, porque ahora mismo sería moralmente inaceptable volver a Rusia y no sentirse una mierda”, explica vía Zoom.

Prohibición de los partidos prorrusos

El ambiente de rechazo a cualquier cosa que huela a Rusia se cuela en la frutería y en las instituciones a partes iguales. La semana pasada, el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, prohibió cualquier partido político de ideología prorrusa con una ley que castiga a las formaciones de “carácter antiucranio” que intenten “socavar la soberanía o la integridad territorial del país”. Según la ley aprobada masivamente en el Congreso, están prohibidos los partidos que describan la invasión como “un conflicto interno, un conflicto civil o una guerra civil” o nieguen “la ocupación temporal de una parte del territorio”. Las propiedades y activos de cinco partidos y asociaciones prohibidos en el marco de esta nueva ley pasaron a manos del gobierno.

Precisamente desde la entrada en vigor de la ley marcial que rige desde finales de febrero, se han suspendido distintos partidos políticos y se han cerrado varias cadenas de televisión, ante lo que algunos opositores consideran un giro autoritario de Zelenski. Varios activistas han denunciado en los últimos meses al servicio de seguridad ucraniano por realizar detenciones de carácter ideológico amparadas por la ley marcial.

Pero si hay un lugar complicado para ser ruso en Ucrania es la ciudad de Odesa, tercera localidad en importancia del país y un símbolo geográfico y cultural de la Rusia mítica que Putin evoca periódicamente. En esta ciudad costera del mar Negro, la división entre Ucrania y Rusia es mayor que en otras regiones del Oeste del país. Los enfrentamientos callejeros de años anteriores entre nacionalistas ucranios y rusos terminaron con decenas de muertos. Actualmente, los combates entre ambos ejércitos se libran a 130 kilómetros del casco urbano.

Allí vive Ludmila, nacida hace 35 años en Moscú, pero que reconoce que desde el comienzo de la guerra su vida ha empeorado significativamente desde que tuvo que cerrar su negocio de moda para mujer. “De repente, mis tarjetas de crédito dejaron de funcionar debido a las sanciones y tampoco puedo acceder a ningún tipo de ayuda estatal porque no soy ucrania”, explica vía telefónica. “Acababa de tener un bebé y me quedé sin liquidez ni medios de subsistencia y, como todos, también temí por vida”, señala.

Ludmila, casada con un ucranio, no pudo registrar en la oficina correspondiente a su hijo porque el notario se negó a hacerlo por su origen ruso. “Desde entonces, trato de evitar cualquier lugar donde se necesite mostrar documentos para no provocar cualquier incidente”, explica. “Entiendo perfectamente la rabia de muchos ucranios hacia todos los rusos, pero espero que el tiempo demuestre que los que nos quedamos a vivir en Ucrania no tenemos nada que ver con quienes hacen esta guerra”.

“Mis contactos con amigos rusos se han reducido significativamente debido a su opinión política. No discutí con nadie, la gente misma dejó de preguntar ¿cómo estás?” y se distanció de mí al apoyar esta guerra. La mayoría ni siquiera me llamaron o escribieron ni una sola palabra durante este tiempo”, recuerda con amargura. “Incluso con muchos familiares se ha repetido esto y con mis padres he acordado no hablar de lo que está pasando para no pelearnos”.

El distanciamiento de su familia es algo que repiten muchos de quienes se quedaron a vivir en Ucrania. Lo más duro para Ludmila es admitir que no podrá volver a Rusia y que sus padres tendrán que conocer a su nieta en un tercer país debido a la guerra. Ella, como muchos otros, se siente embajadora de una realidad difícil de explicar “Muchos rusos viven bajo la presión de una inmensa propaganda. Hay una guerra mediática a gran escala, por lo que es difícil para los ucranios comprender que en realidad no todos los rusos son pro-Putin ni apoyan la guerra”.

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