EL PAÍS

La vida se apaga en Chasiv Yar, antesala del infierno de Bajmut

Las rosas florecen vigorosas en los parterres de la desolada Chasiv Yar como si alguien se hubiera quedado para cuidarlas. Su colorido gana la batalla a la maleza, que se ha ido haciendo fuerte en esta casi desierta y castigada localidad asomada a las puertas de Bajmut (región de Donetsk), la localidad conquistada por tropas rusas el mes pasado. Allí, los soldados locales avanzaron el domingo entre 600 y 1.000 metros en los flancos sur y norte, según informó en la televisión nacional Serhiy Cherevaty, portavoz de las Fuerzas Armadas en el este del país.

En la cruenta batalla de Bajmut ha desempeñado un papel fundamental la empresa de mercenarios Wagner, cuyo líder, Yevgueni Prigozhin, lanzó el sábado el mayor desafío en años al presidente ruso, Vladímir Putin, al iniciar una rebelión de la que luego desistió. Varios de los escasos vecinos que sobreviven en Chasiv Yar —poco más de 1.000— aseguran que la pérdida de esa emblemática localidad para Kiev no ha alterado su particular infierno de ataques cotidianos. “En los últimos meses, la situación se ha vuelto más dura cada día”, aseguraba la mañana del jueves —antes del motín de Wagner— Serhi Chaus, jefe de la Administración militar de Chasiv Yar, cargo que se corresponde con el de alcalde en tiempos de guerra. El 99% de los edificios de viviendas y el 80% de las casas están dañadas o destruidas, según él.

Varios grafitis hechos con espray negro sobre una plantilla adornan una plaza del centro con la imagen del general Valeri Zaluzhni, máximo jefe de las Fuerzas Armadas ucranias. Su figura ha ido ganando en popularidad los últimos meses. El militar aparece en la pintada sonriente y haciendo con dos dedos de la mano derecha la V de la victoria. Una pincelada de optimismo en medio de un panorama ruinoso y de toques fantasmagóricos. “Los ataques continúan al igual que antes, pero no le puedo dar más detalles. Solo los responsables militares pueden comentar estas cosas…”, insiste el alcalde con algunas detonaciones sonando de fondo mientras supervisa la atención a un grupo de vecinos.

Bajmut no es un tesoro estratégico dentro de la guerra, no al menos más que otros enclaves que pasan más por alto los dos ejércitos. Pero tras casi un año de batalla y miles de vidas perdidas en ambos bandos, nadie quiere ceder. Avanzado mayo, con los mercenarios de la empresa Wagner como punta de lanza, Moscú se hizo con lo que queda de esa ciudad, básicamente ruinas. Una de las dudas que flotan tras el amotinamiento el sábado en Rusia del jefe de esos mercenarios es cuál será el papel que jueguen a partir de ahora sus hombres, muchos de ellos despiadados, sin preparación y empleados como carne de cañón. Mientras, en el teatro bélico de Bajmut, Kiev trata de recuperar el terreno perdido en un frente que ocupa decenas de kilómetros en los alrededores, donde también se ubica Chasiv Yar.

Cuando el oscurantismo de la guerra ha hecho ya callo entre los que resisten, cualquier luz es capaz de iluminar de optimismo su existencia. “Ahora es verano, podemos cuidar el jardín y es más fácil sobrevivir”, agradece Natalia, de 60 años. Vive sola y camina hacia un punto de reparto de pan, ajena a la columna de humo que se alza a sus espaldas tras el impacto de un proyectil a un par de kilómetros. Su amiga Marina, de 57, vive en compañía de su hijo y admite que ya se han hecho a convivir con el miedo como un compañero más. “¡No pasarán!”, grita sonriente y en español al conocer la nacionalidad del reportero. Esta expresión, popularizada por la resistencia ante el golpe del bando nacional en la guerra civil española, es ampliamente conocida entre los ucranios y empleada en el actual conflicto armado.

El jefe de la Administración militar de Chasiv Yar (cargo equivalente al alcalde), Serhi Chaus, despedía a un civil que iba a ser evacuado con el brazo roto tras un bombardeo.Luis de Vega

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Chasiv Yar contaba con 12.000 vecinos cuando en febrero del año pasado Rusia desató la gran invasión de Ucrania. El rigor cotidiano de la artillería, los misiles y los bombardeos aéreos no ha cesado desde entonces. Los últimos niños fueron evacuados hace tres meses y la población estos días representa alrededor del 10% de la que había antes de la guerra, es decir, algo más de un millar de habitantes, según estimaciones del alcalde. “La situación es difícil permanentemente” porque “hay bombardeos diarios por parte de la Federación de Rusia, por lo que la ciudad sufre ataques y destrucción todos los días. Recientemente, el número de heridos y muertos entre la población local ha aumentado”, comenta Serhi Chaus.

Muchos de los que resisten en Chasiv Yar son gente mayor, detalla el alcalde. “Personas que no tienen la oportunidad o el deseo de cambiar su lugar de residencia. Para ellos es difícil abandonar el lugar donde vivieron toda su vida”, añade. Es el caso de dos mujeres que llegan en bicicleta hasta el punto de atención. “El hogar es el hogar”, afirma concluyente Ludmila, de 64 años, que se queja de que algunos aprovechan el caos para robar en las casas. “No vemos a los responsables, pero sí sus consecuencias”, señala. Junto a ella, Ira, de 53, apunta sus comentarios. Cuentan que es a partir de la una del mediodía cuando se intensifican los ataques a lo largo de las horas. Ninguna de ellas tiene pensado aceptar ser evacuadas… “Salvo si la situación empeora”, añaden sin referirse expresamente a un posible avance ruso sobre Chasiv Yar.

Con tan escaso número de habitantes, las evacuaciones tienen lugar a cuentagotas. El alcalde se asoma a la ventanilla del copiloto de un coche en el que viaja un vecino con el brazo roto en uno de los bombardeos recientes. Un hombre, de unos 60 años, es el único que sale indemne de la población. Lo hace en la furgoneta de Chaus, una antigua ambulancia habilitada como vehículo multiusos. Reconoce que les hace falta “de todo”: comida, agua, medicinas, productos de higiene… Pero “tenemos una gran cantidad de voluntarios que nos ayudan, varias organizaciones y fundaciones. Contactamos a todos en caso de cualquier necesidad. Sabemos a quién recurrir, qué comprar”, afirma.

Varios vecinos acuden a cargar agua en Chasiv Yar, pues el suministro lleva meses cortado en esta localidad a las puertas de Bajmut.Luis de Vega

¿Y cómo es ser el responsable de una ciudad tan próxima al frente? “Este es un trabajo en el que no hay días libres. No hemos parado desde el comienzo de la guerra”, cuenta el alcalde, que va y viene cada día ante las dificultades que entraña residir permanentemente en Chasiv Yar. En todo caso, “la planificación casi no es posible; cada dos minutos cambia algo”.

La intención, dentro de la actual contraofensiva, es conseguir cercar el frente de Bajmut y dejar dentro a 50.000 rusos, explica Mamai, apodo de guerra tomado de un héroe cosaco que emplea un coronel del cuerpo de guardias de fronteras desplegado en la zona. La realidad sobre el terreno, según los partes diarios de las autoridades ucranias, es que ese embolsamiento de enemigos no va a lograrse en el corto plazo.

Rodeado de varios de sus hombres, Mamai toma un café junto a un vehículo blindado modelo Kozac (cosaco) de fabricación ucrania en una gasolinera de Konstiantinivka, enclave logístico del ejército local a unos 25 kilómetros de Bajmut. Uno de los uniformados sale de la tienda con una bolsa cargada de latas de bebida energética. “¡Energía para Chasiv Yar!”, pregona mientras reparte la mercancía entre los presentes. Minutos después, el Kozac, empleado transporte de tropas y con protección antiminas, enfila hacia esa localidad. Lo hace por carreteras secundarias y caminos que serpentean entre campos de amapolas sobre los que se alzan algunas columnas de humo por los impactos de proyectiles.

Ciudadanos tras recoger ayuda humanitaria en Chasiv Yar.Luis de Vega

Por las calles de Chasiv Yar son mucho más visibles los militares instalados en las casas de ciudadanos evacuados que ese millar largo de civiles que se han quedado. Algunos charlan y reparan sus vehículos delante del portal en una escena que se repite en los edificios que ocupan. Otros deambulan en bicicleta o a pie de un lado a otro. Algunos llevan bolsas con víveres. Los autóctonos son más visibles en los alrededores del centro de atención, abierto en los bajos de un bloque en el que se distribuye la ayuda humanitaria. Allí pueden también cargar sus teléfonos móviles gracias a un generador, conectarse a internet, abastecerse de agua, tomar alguna bebida o ser atendidos por las autoridades.

La mañana transcurre con relativa calma, sin ataques directos en el casco urbano. Varios hombres conversan en animada tertulia a la sombra de un árbol. Uno de ellos pregunta por un sobrecito que se ha encontrado. Se trata de una crema para aplicar en casos de quemaduras. Se lo guarda. La presencia de la cámara inquieta al grupo. Aseguran que los periodistas atraen las bombas rusas y recuerdan un caso anterior en que, al día siguiente de la emisión de un reportaje en la televisión, llegó una lluvia de bombas. El sonido de un avión rasga amenazante el cielo. Nadie se inmuta ni se siente directamente amenazado. Bajo el grafiti del general Zaluzhni figura una leyenda: “No importa lo duro que pueda ser todo esto para nosotros, pero sin duda, no será una vergüenza”.

Grafiti en el centro de Chasiv Yar con la imagen del general jefe de las Fuerzas Armadas de Ucrania, Valeri Zaluzhni, en el que se lee: “No importa lo duro que pueda ser para nosotros, pero sin duda no será una vergüenza”. Luis de Vega

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