Los aficionados del Athletic pueden sentirse ofendidos por el videoarbitraje del encuentro del pasado domingo en San Mamés, pero seguro que no se sienten sorprendidos. Es lo que tiene la vieja normalidad. El virus, la pandemia, no afecta a los trencillas; siempre a la sombra del mejor árbol. Se arriman a su sombra bastante más que los toreros meritorios a las astas bravas.
En el fútbol, la nueva normalidad consiste en que si antes te cabreabas por la ceguera de los árbitros ante determinados colores, ahora te indignas al saber que el juez supremo está viendo el posible penalti en pantalla gigante, desde una docena de ángulos distintos y a cámara superlenta. Ya no cabe error. Se trata de intencionalidad con el silbato.
Hay más miedo en el colectivo arbitral a perjudicar a los grandes y a ser diana de su poder mediático que a la propagación de la peste. En el fútbol del VAR, el terror viral consiste en verte en las portadas de la galaxia mediática de Madrid y Barcelona, que tanto da uno como otro. Damnificar a un grande puede entorpecer una carrera con el silbato.
Ni San Fermín
Esto no lo arregla ni San Fermín, ahora que está sin trabajo. La cerviz de los árbitros se inclina ante los grandes clubes como ante los señores feudales lo hacían los campesinos en el Medievo. Lo de este último compromiso liguero disputado en San Mamés fue un clásico: el del robo del poderoso.
Así, así gana el Madrid. Menos mal que las gradas del nuevo estadio rojiblanco estaban vacías este último domingo, si no nos cierran La Catedral. La bilis se tragó en los bares en muchos otros lugares de dentro y fuera de Bizkaia.
Source link