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La votación consagra la división del centro derecha y del nacionalismo catalán

El portavoz de ERC, Gabriel Rufián, durante su intervención en el pleno del Congreso que este jueves debate y vota la prórroga del estado de alarma durante seis meses. EFE/ ZipiZipi / EFE

Ciudadanos votó al final un sí crítico al estado de alarma hasta el 9 de mayo; el PP, una abstención con muchos reparos; y Vox, un no rotundo y faltón. Ese fue el panorama de división en el centro derecha que reflejó la votación de ayer. La fragmentación fue igual de fratricida en el nacionalismo catalán. El partido conocido hasta ahora como Junts per Catalunya consagró en el Congreso su descomposición en dos grupos y ha perdido totalmente la hegemonía de la interlocución con el Gobierno en favor de ERC, de nuevo el socio principal.

En el bando del sí a que el decreto de alarma se pueda extender seis meses se situaron este jueves en el Congreso, con la mayoría gubernamental habitual, Ciudadanos y el PDeCat, dos formaciones en teoría del ámbito del centro derecha que sin embargo se repelen en Cataluña y en Madrid.

La líder de Cs, Inés Arrimadas, lleva unas semanas instalada en un complejo terreno de nadie en la política española, un pretendido árbitro que ella denominó ayer “Pepito Grillo”. Critica a la oposición más dura —de Vox y en ocasiones del PP— por no ser responsables ante el largo y dramático invierno que pronostica la pandemia; pero arremete sin concesiones contra la coalición en el Gobierno, y en especial contra las obsesiones que parece despertar en Unidas Podemos. Al final Cs dio su sí al decreto, pero Arrimadas cuestionó la “vergüenza” política del ministro Salvador Illa por prestarse a cubrir el hueco que ayer no quiso ejercer el presidente, Pedro Sánchez. Y hasta tuvo conatos de enfrentamientos y palabras cruzadas con el vicepresidente de la Cámara, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, porque le cortó bruscamente su intervención al pasarse de tiempo.

El papel ahora en el Parlamento de Arrimadas y Cs no está claro, sobre todo ante el nivel de enconamiento que se ha destapado entre el líder de la ultraderecha, Santiago Abascal, y de la derecha en ocasiones moderada, Pablo Casado. Abascal pareció este jueves querer buscar la revancha dialéctica del repaso que le propinó el jueves de la semana pasada Casado en el debate de su fracasada moción de censura contra Sánchez. Hasta le nombró “ministro servil de la oposición” y se mofó de que el PP solo se atreviera a abstenerse. Vox persigue el señuelo de ser la única y verdadera oposición en las Cortes al Ejecutivo y de conectar así con el enfado que observa en las calles.

Casado no estaba en este caso para Abascal y sus provocaciones, y apenas reparó en esa rivalidad. El PP cree que esa batalla está ya superada, que no le reporta nada, y pretende evitarla. Su debate interno estaba en reconocer qué le beneficiaba más en la votación: un sí crítico o una abstención plagada de advertencias. La noche anterior gastaron muchas horas en dilucidar si a Casado le convenía intervenir, aunque el presidente no lo hiciese, o dejar esa posición para un debate más técnico a cargo de la portavoz, Cuca Gamarra. Al final Casado se sintió aludido por Illa y subió a la tribuna presumiendo de “ingenuidad” y asegurando que improvisaba lo que en realidad era un discurso muy elaborado. Gamarra enseñó más tarde la decena de folios que se había redactado para apuntalar los argumentos de Casado.

El PP votó abstención, porque no podía votar no ante la virulencia de los malos datos que refleja esta segunda ola de la pandemia, y descartó el sí porque no puede asumir que se le regale así al Gobierno un estado de alarma con tantas prerrogativas durante seis meses. Fue una abstención con muchos matices. Los populares reconocen que en las próximas semanas los datos del virus serán peores y que podrían tener que implantarse más restricciones, con lo que el actual decreto podría quedarse rápidamente viejo. Fuentes próximas a Casado lamentaron que el Gobierno no hubiera hecho algún esfuerzo más para sumarles al bloque del sí, con una llamada, gesto o invitación del presidente a su líder para consensuar un periodo de la alarma algo inferior a seis meses.

Los demás partidos fueron apareciendo por la tribuna para exponer sus quejas, lamentos, reparos y exigencias al comportamiento del Gobierno. Y, sobre todo, por parte de los socios habituales de investidura, para advertirles de que están jugando peligrosamente en ocasiones con fuego al dar por descontados sus votos. Gabriel Rufián, de ERC, fue el más directo en ese sentido.

El gran dilema de Rufián es un reflejo perfecto de la actual interlocución del nacionalismo catalán ahora con el Gobierno central en Madrid. Sus ácidas diatribas, como espetar ayer “al carajo el relato” o su catarata de hastiados “ya vale” ante el sombrío panorama que se vislumbra en esta segunda ola de la covid-19, son escuchados con atención por la coalición gubernamental, que le ha encaramado como su camarada principal. Pero Rufián es una parte de ERC con más eco en Madrid que en Cataluña y no se recata, además, en fustigar dialécticamente a los diputados de Junts, con los que gobiernan en la Generalitat.

Rufián se atribuyó todo el mérito de que gracias a su negociación en 48 horas con el PSOE había logrado que el Ejecutivo cediera que el presidente comparecerá cada dos meses para hacer balance del virus, el ministro Illa cada mes (ahora lo hace cada dos semanas) y de que las restricciones podrían levantarse en cuatro meses si las autonomías así lo concuerdan en sus foros de discusión. La portavoz de JunstxCat, Laura Borràs, relativizó semejante logro: “Tampoco vayamos a emocionarnos, no bajemos tanto el listón, si quieren facilitar faciliten, pero no nos hagan comulgar con ruedas de molino”.

Borràs y los cuatro diputados de JuntsxCat se quedaron en la abstención distanciada. Los otros cuatro diputados antes de esa formación y ahora del PDeCat se fugaron al sí. Su portavoz, Ferran Bell, dijo que eso no era una ruptura, sino que “en razón” no podían hacer otra cosa. Ese colapso se produce en vísperas de la negociación de los presupuestos del Estado y ante la campaña de las elecciones catalanas del 14 de febrero, donde esos dos partidos se presentarán por separado.

Récord de afiliación en Vox

El líder de Vox, Santiago Abascal, intentó en el debate de ayer repatir sus ataques al Gobierno, al presidente ausente, a sus socios y a Pablo Casado y la abstención del PP, a los que ya no considera oposición. A la salida, Abascal reconoció a EL PAÍS que esa postura del PP les beneficia: “Hemos tenido durante cuatro días números de afiliación récord, con más de 500 nuevos militantes diarios, y muchos llegan del PP con ganas de enseñarnos cómo rompen el carné”.


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