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Laëtitia, una heroína rodeada de violencias

La camarera Laëtitia Perrais fue asesinada a punto de cruzar el umbral hacia su futuro. Tenía 18 años y un pasado larguísimo. Conoció la violencia a la edad de los peluches y la siguió asediando al crecer. El 18 de enero de 2011 Tony Meilhon ejecutó la violencia definitiva (secuestro, violación y estrangulamiento). Meilhon había estado en la cárcel por un delito sexual, lo que desató en Francia un encarnizado debate sobre las penas a los reincidentes, que tuvo al entonces presidente Sarkozy como uno de sus grandes agitadores. También Meilhon había conocido la violencia desde niño. Demasiadas violencias que llevaron al historiador Ivan Jablonka a escarbar en el hecho en un libro, Laëtitia o el fin de los hombres (Anagrama), que arrasó en ventas, premios y valentías: “El caso Laëtitia revela el espectro de las masculinidades descarriadas en el siglo XXI, tiranías de machos, paternidades deformadas, el patriarcado que no termina de morir”. No era fácil trasladar al lenguaje fílmico una obra así, capaz de aunar el relato criminal con la vivisección sociológica e histórica. Si alguien podía salir airoso del traspaso era Jean-Xavier de Lestrade, responsable de la miniserie que se estrenó en 2019 en Francia y que ahora se puede ver en Filmin. “Se generó una gran atención mediática sobre el crimen y su asesino, Tony Meilhon, que tiene incluso página en Wikipedia. Sabemos mucho sobre la muerte de Laëtitia, pero no sabemos tanto sobre su vida. Mi principal propósito era contar que Laëtitia no solo fue la víctima de un crimen terrible, que tuvo una vida, en algunos aspectos trágica, y que también actuó como una heroína desde el principio al final”, explica Lestrade.

Para que la vida se impusiera a la muerte en la ficción, el director tomó una decisión firme: “En los seis episodios no ves cómo la matan. Desde el principio sabía que no quería mostrar cómo ella murió, quería que la gente la recordase en imágenes cantando, divirtiéndose, viviendo”.

Una imagen de la serie ‘Laëtitia o el fin de los hombres’.

El cineasta francés dudó antes de asumir la tarea pese a que le avalaban trabajos que demostraban su maestría para poner en pie crímenes reales con algo más que eficacia. En 2002 ganó un Oscar por Un culpable ideal, documental sobre el juicio contra Brenton Butler, un adolescente negro acusado de un asesinato que no cometió. Y su serie de 2004 The Staircase, que llevó a las pantallas la historia de la muerte de Kathleen Peterson y el juicio contra su marido, el escritor Michael Peterson, se convirtió en un éxito internacional. Crímenes, togas y adolescentes reaparecieron en La vida de Manon en 2014, el mismo año en que Ivan Jablonka contactó con la abogada de Jessica Perrais (en la serie, Sophie Breyer) para decirle que quería escribir un libro que hablaría de su hermana, sí, pero también de una generación y de una época. “Laëtitia no cuenta solo por su muerte”, expone en su libro, “su vida también nos importa porque la joven es un hecho social. Encarna dos fenómenos más grandes que ella: la vulnerabilidad de los niños y la violencia de género”.

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Apoyado en una luminosa Marie Colomb, capaz de ser una Laëtitia frágil y resolutiva, que en esas horas de rebelión y titubeos encuentra la muerte, Lestrade logra condensar en seis capítulos de 45 minutos las diferentes capas de la historia. Sortea así uno de los riesgos de las adaptaciones literarias complejas: ni cae en el subrayado ni elimina ramales para facilitar digestiones rápidas. Una de sus actrices habituales, Alix Poisson, deslumbra aquí en breves incursiones como la educadora de los servicios sociales que se responsabiliza de las mellizas Perrais cuando recalan en el sistema de protección de menores. La educadora renunciará a su trabajo por sentir que falló en su misión con las hermanas. “La vida de Laëtitia y Jessica te impresiona”, sostiene el director, “te puede recordar a Los Miserables, te tienes que preguntar si una democracia moderna protege a la gente que necesita ser protegida, en especial a los niños víctimas de abusos o violencia”.

Las actrices Sophie Breyer (izquierda) y Marie Colomb, en la serie ‘Laëtitia o el fin de los hombres’.

La responsabilidad individual y social es el gran asunto de esta serie. Si Tony Meilhon es un monstruo, ¿en qué momento se forjó?, ¿se alimentó por acción u omisión? Si Gilles Patron, padre de acogida de las hermanas, aparenta ser el perfecto ciudadano solidario, ¿cómo nadie detectó el disfraz? La serie saca a la luz más monstruos de los que se presumen de partida: el padre biológico de las niñas (un convincente Kévin Azaïs, que sigue en racha desde que ganó el César al actor revelación por Les combattants en 2014) o el padre de acogida (un Sam Karmann intimidatorio que si acaso chirría cuando abandona el autocontrol). Lestrade se sirve de flashbacks y de imágenes reales para mostrar el contexto que rodeó el caso, de las manifestaciones en apoyo a la familia a las críticas de Nicolas Sarkozy por la excarcelación de Meilhon (en la serie, interpretado por el actor de la Comedia Francesa, Noam Morgensztern). “Sarkozy intentó explotar la gran pena que la gente sintió. Dijo que los jueces no habían hecho su trabajo y trató de usar el caso de Laëtitia para iniciar una política muy represiva de largas condenas”, recuerda el director.

Una imagen de la serie ‘Laëtitia o el fin de los hombres’.

En esta historia de violencia de los hombres contra las mujeres hay también algunos hombres buenos, como el comisario Frantz Touchais (interpretado por Yannick Choirat, con largo historial teatral) o el juez Martinot. Y hay violencias explícitas y violencias implícitas. Laëtitia es víctima de su padre, de su cuidador y de su asesino, pero también de un Estado que no protegió ni su infancia ni la del criminal mientras fue un niño desamparado. Y sobre eso incide la crítica de Lestrade: “El propósito de la serie es decir a la gente que el origen de la violencia no reside en que los jueces sean blandos, el origen de la violencia está en que no protegemos lo suficiente a la gente cuando necesita ser protegida”.

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