El cuarto episodio de la serie documental sobre Michael Jordan y los Chicago Bulls de la temporada 1997-1998 volvió a dejar dos capítulos con muchos momentos interesantes, y con algunas imágenes inéditas hasta el momento. A pesar de que The Last Dance no revela nada nuevo sobre uno de los deportistas más estudiados de la historia, si que muestra perspectivas únicas de eventos más mitológicos que reales hasta ahora.
En el séptimo y octavo capítulo vemos a un Jordan humano, que llora ante la presión de los críticos y también se derrumba cuando recuerda a su padre, que siempre estuvo a su lado como amigo y consejero, hasta que murió trágicamente en el verano de 1993. Le vemos intentando disfrutar, y consiguiendolo según explica él mismo en el documental, en las ligas menores de béisbol, cumpliendo un sueño de infancia. Y no solo vemos la vulnerabilidad del astro fuera de la pista, también le vemos chocar con límites encima de ella, como cuando protagoniza dos pérdidas claves y cae ante los Orlando Magic con el 45 a sus espaldas, poco después de haber revolucionado a la NBA con su retorno tras 21 meses inactivo.
Especulaciones y retirada
Muchos factores se entrelazan en la primera retirada de Michael Jordan. La muerte de su padre, como él mismo reconoce, es lo que le decantó por relajarse un poco y probar suerte en su deporte favorito, el béisbol. El shock por el asesinato a su progenitor, combinado con las especulaciones de que su relación con el mundo de las apuestas y el juego tuvo algo que ver en la tragedia, hacen que Jordan cumpla un deseo que, desde Barcelona 92, valora. Sin Jordan, a los Bulls no les va mal, pero tampoco les va de maravilla.
Compañero Scottie
Los Bulls pasan de repente a ser el equipo de Pippen, uno de los mejores escuderos de la historia. El peso, quizás, es demasiado elevado. La temporada de Chicago es magnífica, y alcanzan los playoffs con un buen récord. Los New York Knicks acaban siendo demasiado, y además sellan ese aura de segundo a bordo de Scottie, que abandona a su equipo, enfadado por una decisión táctica, en el tercer partido de la serie. Bill Cartwright, según explican los integrantes de ese equipo, incluso llora en el vestuario tras lo que todos consideran una falta de compañerismo muy grave de Pippen. Para Jordan, esa será una mancha que siempre perseguirá a su colega, que no entra al trapo durante el metraje. “Era más simpático, más suave en su liderazgo”, comenta Kerr.
El béisbol
Según los responsables del desembarco de MJ en las ligas menores con los Birmingham Barons, Jordan no lo hizo nada mal, por mucho que algunas portadas como la de Sports Illustrated pidieran a página completa que dejara de avergonzar a ese deporte con su mal rendimiento. Ese tipo de comentarios espolearon la vena competitiva del jugador, uno de los mejores atletas de la historia más allá del universo del baloncesto.
Jordan empezó con una racha de 13 partidos golpeando la madera, y tras un bajón esperado, recuperó la forma para acabar con un promedio bateador de .202, con 51 carreras impulsadas. “Con 1.500 golpes hubiera encontrado su camino hasta la Major League”, asegura Terry Francona, su entrenador en ese momento y ganador de las World Series a posteriori. Para entendernos, el promedio de los bateadores de la MLB fue de .270 en 1994. Nada mal para un tipo que, sobre el papel, jugaba a baloncesto.
El triángulo con Kukoc
Durante el año y medio de ausencia de Michael Jordan, los Bulls perfeccionaron el toque coral que propuso desde el primer momento Phil Jackson. Ese triángulo se ganó muchos elogios, y la llegada del talento europeo de Toni Kukoc volvió a destacar el papel en los despachos de Jerry Krause, una de las principales dianas del documental para crear el siempre bienvenido villano que toda buena historia necesita.
El precio de ganar
Villano, precisamente, sería otra palabra que podría describir bastante bien a Jordan. En la cuarta entrega de la saga, sus compañeros repasan varias anécdotas que escenifican el terror que MJ infundía entre los suyos y, claro está, entre sus rivales. Preguntado sobre su actitud competitiva y su mentalidad ganadora, Jordan reta a la audiencia: “Ese eres tú, que nunca has ganado nada”. A pesar de su sinceridad, el derroche emocional del momento, después de haber visto a sus compañeros diciendo que era un “capullo” o alguien “poco simpático”, Jordan pide un descanso con lágrimas en los ojos.
El juego dentro del juego
La narración se relanza en el capítulo octavo con un par de anécdotas de Jordan inventándose piques imaginarios con sus rivales. Que George Karl no se dignara a saludarle en un restaurante le sirvió para querer aniquilar a los Seattle Supersonics en las Finales de 1996. También recuerdan la anécdota con LaBradford Smith, un jugador del montón que decidió tener la mejor noche de su carrera ante Jordan. Ese día, el tipo metió 37 puntos, pero el problema era que al día siguiente volvían a enfrentarse a los Bulls en un back-to-back poco habitual en esa época.
Jordan explicó que Smith le había abrazado y le había dicho “buen partido” tras el encuentro. Le pareció una ofensa terrible, así que Mike metió 36 puntos en la primera mitad del partido que le sirvió como enésima reivindicación y revancha particular. Lo mismo ocurrió con BJ Armstrong, que como miembro de los Charlotte Hornets celebró una de sus victorias de playoffs ante los Bulls y acabó pagando los platos rotos en su siguiente choque. Más tarde, Jordan reconoció que se inventó el incidente con Smith, y muchos otros, para motivarse a sí mismo.
“I’m back”
Es quizás el mensaje más corto y más relevante que jamás haya enviado un atleta. En marzo de 1995, la NBA celebró por todo lo alto el retorno de su máxima estrella. Todo empezó en un uno contra uno improvisado entre Jordan y uno de sus excompañeros, BJ Armstrong. Entonces, Pippen salió por televisión bromeando y provocando a Jordan para que volviera. No tardó mucho en confirmarlo con su escueto mensaje: “He vuelto”. Fue un 19 de marzo, y el 28 ya estaba maravillando a medio mundo con 55 puntos en el Madison Square Garden. Pues sí, Mike había vuelto y todavía era capaz de brillar como nunca.
El training camp de Space Jam
Después del mazazo de perder en los playoffs contra su excompañero Horace Grant y sus Orlando Magic, Jordan se propuso estar más preparado que nunca para conseguir su objetivo, volver a alzar el trofeo de campeón con los Chicago Bulls. Su preparación coincidió con el rodaje de la mítica película Space Jam, y con la cabeza puesta en la temporada 1995-1996, Jordan puso una condición para seguir adelante con el rodaje: quería una pista de baloncesto y un gimansio.
Dicho y hecho. Los productores construyeron bajo una carpa gigante una pista de entrenamiento que prácticamente dejaría en ridículo las instalaciones del Palau Blaugrana. Jordan rodaba todo el día, y sobre las siete de la tarde, se entrenaba a destajo. Primero en solitario, y después descubrió junto a su entrenador personal que, si invitaba a los mejores jugadores de la liga, podría empezar a estudiarles de cara a los playoffs de la siguiente primavera. Como recuerda Pippen o Reggie Miller, uno de sus grandes rivales durante la segunda dinastía, el astro estuvo todo el día conectado al mejor baloncesto del planeta.
Poco después, durante la pretemporada oficial de Chicago, Jordan tuvo su conocido encontronazo con Steve Kerr, y después, ese equipo se unió como nunca se habían unido los Bulls y terminó la temporada con el, hasta entonces, mejor récord de la historia: 72-10.
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