Lanzarote: la isla que no quería crecer tanto


“Ha llegado el momento de parar”, escribió en un manifiesto en 1985 el artista César Manrique; y la isla canaria de Lanzarote paró. En 2021 se cumplieron 30 años de la entrada en vigor de su Plan Insular de Ordenación del Territorio (PIOT), una legislación pionera que por primera vez puso límites al crecimiento urbanístico en esta frágil y hermosa tierra de volcanes. En aquella época, se quería construir establecimientos hoteleros por toda la isla para cerca de 300.000 camas, cuatro veces las que hay hoy. Sin embargo, una parte de la población comprendió que el pintor y escultor Manrique tenía razón cuando comenzó a pedir que se protegiese este paisaje desértico considerado hasta entonces como baldío y de poco valor. Tras crecientes protestas, finalmente, el Cabildo de Lanzarote fue a buscar al arquitecto Fernando Prats —que había participado en la renovación urbanística del barrio de Vallecas en Madrid— con un encargo muy particular: un plan, no para levantar más edificios, sino para evitar que se construyeran tantos.

“Fueron unos años mágicos, una pequeña utopía, toda la disciplina urbanística estaba para controlar el crecimiento, era una revolución”, rememora Prats (hoy con 77 años), que asegura que nada más conocer a Manrique conectó con sus ideas: “César hace ver a la gente de la isla la pérdida cultural que puede suponer la banalidad turística y propone un turismo distinto. Es alguien con una influencia enorme, hasta para sus enemigos. Ningún alcalde se atreve a decir abiertamente que no, aunque los promotores se ponen a trabajar a toda prisa”.

Pocas veces un territorio en España ha reflexionado de forma más abierta sobre sus límites de crecimiento y su capacidad de carga ecológica. Como cuenta Prats, en aquellos años se llegó a plantear incluso si llevar a gente de Lanzarote a otras islas y se debatió cómo utilizar el aeropuerto “como grifo de la isla” para controlar la población. “El problema era lo que no se veía, hicimos un primer trabajo de afloramiento de lo que se quería urbanizar y era bestial: en una isla de fragilidad extrema se estaban comprometiendo 300.000 camas”, relata el urbanista.

Su estrategia fue intentar desclasificar todo proyecto urbanístico que se pudiera antes de que estuviera jurídicamente consolidado. El equipo montado allí por Prats consigue anular una decena de planes parciales sin ejecutar y borrar de las previsiones urbanísticas 250.000 plazas para alojamientos turísticos. Además, por primera vez se pone un techo de 110.000 plazas para la isla y se introducen exigentes requisitos para aumentar la calidad del turismo, como la obligación de cuatro estrellas para los hoteles y cuatro llaves para los apartamentos. La entrada en vigor del PIOT en 1991 resulta decisiva para que dos años después la isla en su totalidad sea declarada por la Unesco como reserva de la biosfera.

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“A mí me han formado para montar, no para desmontar, pero aquello era absolutamente innovador, exigía inventar muchas cosas, sin dejar de cumplir la ley”, incide Prats, que acabó dimitiendo tras una fuerte contraofensiva en los tribunales a su plan y el cambio político en la isla.

Pasadas tres décadas desde que Lanzarote activara el freno, aunque las áreas urbanizadas han seguido expandiéndose y han estallado enormes escándalos de corrupción con numerosos incumplimientos de aquel plan insular, el cemento no ha crecido tanto como se preveía en aquellos años y se ha concentrado, sobre todo, en los núcleos urbanos ya existentes. Sin embargo, la visión de los límites ambientales de los territorios también ha evolucionado. “Aquel plan estaba dirigido a evitar un desbordamiento suicida, ahora el problema es la dependencia del exterior”, destaca el arquitecto. “Antes toda la política local se hacía a través de los planes urbanísticos, pero el problema ya no es solo el crecimiento urbanístico, ahora el envite es mucho mayor, pues hay que afrontar la crisis climática o de pérdida de la biodiversidad”, señala.

Hoy el desafío va más allá del urbanismo: la huella actual de la isla

Para evaluar realmente dónde está esta isla con respecto a sus límites ya no basta en la actualidad con fijarse en el urbanismo o en el estado de conservación del paisaje. Hoy en día, la huella de este territorio se dispara sobre todo por su dependencia del exterior, como se puede ver en esta representación del funcionamiento de Lanzarote considerando los flujos relacionados con los hidrocarburos, la electricidad, el agua, los alimentos y los residuos.

Para Dolores Corujo, actual presidenta del Cabildo, la administración de ámbito insular, “el Lanzarote que conocemos no existiría sin el Plan Insular de 1991″. “Sería irreconocible, porque el planeamiento anterior permitía edificar medio millón de camas turísticas. Piénsese que solo en la isla de La Graciosa se iban a construir 25.000 camas turísticas y en un lugar tan emblemático como las playas del Caletón Blanco casi 10.000″, comenta la representante lanzaroteña, que destaca el papel determinante de dos personas para detener este tsunami de cemento: el urbanista Fernando Prats y el político Enrique Pérez Parrilla, dirigente canario fallecido en 2020 que era presidente del Cabildo en los años en los que se puso en marcha el PIOT.

Sobre los actuales límites ambientales de la isla, Corujo considera que la lección más importante de aquellos años fue aprender a distinguir entre crecimiento y desarrollo: “Establecer límites al crecimiento no significa de ninguna manera frenar el desarrollo, sino todo lo contrario”. La presidenta del Cabildo de Lanzarote está de acuerdo en la necesidad de descarbonizar la economía para luchar contra el calentamiento del planeta, aunque no pone en duda el modelo de desarrollo basado en el traslado de turistas en avión a la isla. “El turismo siempre tendrá un peso importante en nuestra economía y el turismo implica de manera inevitable movilidad aérea. Tendrán que combinarse mejoras de carácter tecnológico con estrategias de compensación de emisiones o de reducción de CO₂, pero pensar en Canarias sin que el turismo tenga un peso destacado en su economía es sencillamente imposible”, subraya.

La lucha contra el cambio climático y la necesidad de eliminar las emisiones de CO₂ en las próximas décadas obliga a replantear los esquemas de funcionamiento de todos los territorios habitados. Esto resulta todavía más complejo en lugares aislados como islas y se convierte en un auténtico rompecabezas ambiental en zonas de especial fragilidad y escasez de recursos propios, como ocurre en Lanzarote. En este punto, existe una corriente que considera que ya no vale con frenar el crecimiento y que en los países más ricos se debe optar por decrecer. Para Quino Miguélez, técnico en la Oficina de la Reserva de la Biosfera de Lanzarote, la isla debe ser un laboratorio donde ensayar alternativas para compatibilizar el desarrollo humano con la protección ambiental. “Lanzarote puede ser un ejemplo para el mundo: la humanidad no entiende que existen unos límites y que no podemos separarnos de la naturaleza”, recalca.

‘Momento de parar’, manifiesto de César Manrique (1985)

Alcanzar la meta de la utopía es conseguir lo imposible. La utopía puede ser una realidad cuando el alma se manifiesta volcándose con entusiasmo de salto-récord para conseguir esa singularidad de la creación. La plenitud de saber dar esa conjunción armónica, solamente alcanzada por la inteligencia de un instinto intuitivo que ni el hombre mismo puede controlar a través de esa aparente lógica establecida, es lo que puede satisfacer plenamente la capacidad de crear. Por profecía del destino, en la isla de Lanzarote se logró el milagro de la utopía. El pueblo de Lanzarote ha conseguido por primera vez en su historia un sentido general de conceptos estéticos, por sus ejemplares obras realizadas. Su insólita naturaleza, a través de un nuevo sentido estético, ha podido lograrse por un nuevo concepto del Arte con profundo sentido didáctico. Así ha llegado, por ese entendimiento antropológico de una general visión, a la aceptación plena del cuidado de la belleza, de su arquitectura y de sus espacios. En otro nivel, los lanzaroteños han entrado en algo que nunca se han atrevido a utilizar: la fuerza de la autodeterminación y solidaridad, al empezar a darse cuenta de la destrucción de su armonía, de su medio y de su identidad. Lo que realmente no se puede creer es que, después de haberse conseguido en la isla de Lanzarote el milagro de la unidad armónica, y de ese nuevo concepto Naturaleza-Arte, no se haya comprendido en absoluto y sin la más mínima visión de futuro, lo que podría haber sido su brillante porvenir. De haberlo entendido, podríamos haber dado un ejemplo a nivel mundial con orgullo y una riqueza permanente, y no se daría el suicidio que estamos provocando, por un torpe egoísmo sin límites. Lo verdaderamente dramático es que después de los esfuerzos y trabajos realizados con un desbordante entusiasmo de amor y entendimiento de la enorme belleza escondida y sin catalogar de nuestra vulcanología, para elevarla al más alto nivel, surjan ahora una serie de “personajes” con el solo propósito de explotar ese prestigio conseguido por nuestro pueblo, sin importarles en absoluto la ruina de la isla, exterminando, en el más mínimo tiempo, el legado de centenares de milenios de evolución vulcanológica y geológica. La pregunta: ¿Quiénes son los responsables? Creemos que cualquier gobierno tiene la obligación de cuidar el espacio que nos sirve para el desarrollo de nuestras vidas, de la educación y cultura, de nuestras riquezas y, sobre todo, de la “permanencia de esa riqueza”. Siempre estamos oyendo disculpas, inconvenientes, aprobaciones anteriores, leyes caducas y un sinfín de aparentes tropiezos que parecen imposibles de corregir, con tal de no parar esa barbaridad que se nos echa encima. Todo se puede corregir. Depende del entusiasmo, de tener una verdad en las manos y una valiente y honrada decisión. El único inconveniente, y eso ya lo sabe todo el mundo, es cuestión de compra y venta. ¿Tendríamos esperanza? ¿Podremos salvar ya lo que nos queda? ¿Es cuestión de visión inteligente? Creo que el caso no puede ser más evidente, descarado y elemental para darse cuenta que ha llegado el momento de PARAR.

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