Apple inició su espectáculo anual del iPhone con un video hábilmente producido, protagonizado por Octavia Spencer, que defiende su buena fe ambiental. Así que tal vez no sea sorprendente que la mayoría de los comentarios se inclinaran hacia el escepticismo.
Y no sin una buena razón. Apple es la empresa más valiosa del mundo. No llegó allí diciéndole a la gente que comprara menos. Además, el lavado verde es una tradición consagrada. Las afirmaciones medioambientales de las empresas son recibidas con escepticismo por defecto.
Pero hay razones para creer que Apple podría realmente hablar en serio.
Desde que Tim Cook asumió el mando en 2011, Apple se ha vuelto cada vez más ambiciosa (y vocal) en cuanto a mejorar su desempeño ambiental. Primero, la empresa compró suficiente energía renovable para alimentar sus operaciones directas. En 2016, empezó a utilizar materiales reciclados en sus productos, empezando por la soldadura de estaño en la placa lógica del iPhone 6S. Luego, en 2020, la empresa se fijó el objetivo de reducir a cero las emisiones de carbono de todos sus productos para 2030.
Es un objetivo importante y Apple debería cumplirlo. Si bien aún quedan siete años hasta la fecha límite, hasta ahora la empresa ha logrado avances sólidos.
El enfoque de Apple para llegar a cero emisiones netas para sus productos es notable porque se extiende a terceros fabricantes, envíos e incluso uso por parte del consumidor, profundamente en el territorio del Alcance 3.
De toda la contaminación por carbono que una empresa tiene que eliminar, las emisiones de Alcance 3 (aquellas sobre las que la empresa no tiene control directo) son, con diferencia, las más difíciles. Las empresas tienen un control limitado sobre cómo los proveedores externos alimentan sus fábricas y oficinas o obtienen sus materiales, lo que lo convierte en una parte desafiante de la ecuación. Pero sí tienen cierta influencia a través de los contratos que firman. Y en las negociaciones contractuales, Apple tiende a tener mucha influencia.
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