La velocidad de propagación del coronavirus desde China y las actuaciones radicales que le han seguido han puesto en evidencia las relaciones de dependencia que se han creado durante las últimas décadas en la economía mundial. Como un dominó, la pregunta sobre qué medidas tomar en los diferentes países afectados ha abierto una nueva zona de incertidumbres. Caída de las bolsas, bajada brutal del precio del petróleo, impacto en las cifras de crecimiento, graves amenazas sobre las actividades vinculadas al turismo y los viajes o escasez en los productos de primera necesidad en los supermercados son algunas de las malas noticias que no paran de acumularse. Estamos frente a un futuro complicado y es muy pronto aún para prever cuándo volverá la calma.
Esta situación que perturba al planeta en su conjunto es grave, no tanto por los efectos cuantitativos de la letalidad, sino por los efectos sistémicos de la geovelocidad de propagación del Covid-19. En un mundo con un modo de vida basado en las interdependencias, nunca a nivel planetario hemos asistido a una demostración tal de los principios claves de la complejidad. Desde el punto de vista de la vida urbana en todo el planeta, este axioma, que repetimos sin cesar después de tantos años, se ha visto perfectamente ilustrado: habitamos ciudades vivas que son, al mismo tiempo, imperfectas, incompletas y frágiles.
“Nada volverá a ser como antes”, nos escuchamos decir. Este mundo siempre quiere avanzar a más velocidad, con más productividad, más globalización y rentabilidad y choca de repente con una barrera viral, una advertencia severa e, incluso, un cuestionamiento. Según la opinión unánime de todos los especialistas, el “distanciamiento social” es la madre de todas las batallas para ralentizar la penetración de este virus en todas las geografías y esferas de la vida cotidiana. Por lo tanto, compartimos, por primera vez en la historia moderna, el mismo enfoque único: el distanciamiento como elemento clave en la contención de una enfermedad viral, presente de manera simultánea en los cinco continentes, aunque en distinto grado. Todos los otros virus en el pasado mantenían una ubicación concreta, presentándose ante nuestros ojos como una amenaza distante como el ébola, el zika e incluso el H5N1, por ejemplo.
Lo que cambia con el coronavirus es la expresión del poder de las ciudades, que se encuentran en el centro de esta violenta perturbación del sistema. Sí, el siglo XXI, el de las ciudades, metrópolis o megalópolis como expresión del hecho urbano, amenazado con otras disfunciones que se hacen enormes en su capacidad de perturbar masivamente la vida urbana. Si bien el origen del virus se encuentra en Wuhan, lo llamativo es la cuarentena de diferentes ciudades chinas afectadas por el virus que en menos de 10 días supuso el bloqueo de 70 millones de habitantes.
Ver ciudades-mundo como Shanghái reducidas al mínimo de sus actividades, con la suspensión de toda entrada o salida, la ausencia de vuelos y de contactos físicos, muestra otra faceta inédita de este mundo urbano, generalmente productivo, estresado, siempre acelerado. Las imágenes satelitales de la disminución de la contaminación muestran también el impacto de este antropoceno sobre la calidad del aire, debido al estilo de vida urbano de producción, consumo y desplazamientos.
Ver ciudades-mundo como Shanghái, reducidas al mínimo de sus actividades con la suspensión de toda entrada o salida, la ausencia de vuelos y de contactos físicos, ofrece otra faceta de este mundo urbano
Los temores sobre el crecimiento mundial están directamente vinculados a la caída de la actividad en las ciudades. Por primera vez a escala planetaria, el PIB se ve sometido a una prueba severa por parte del modo de vida urbano, que debe cambiar de ritmo brutalmente. Los responsables políticos de los Estados afrontan las necesidades de relocalizar la producción, de limitar las dependencias bilaterales entre países, de encontrar estilos de vida más resilientes, por ejemplo, ante estos episodios brutales que podrían repetirse en los próximos años.
¿Es esta lección suficiente? Otro enfoque, también el nuestro, es el de los amantes e investigadores del hecho urbano en todo el mundo. El aislamiento de cada una de las ciudades chinas, donde comenzamos a conocer la operativa; el que está en marcha en Italia, tocando el pulmón económico de Lombardía y una de las principales ciudades europeas, Milán, nos lleva a otras consideraciones. La relocalización deseada de los Estados no puede sino ir acompañada de otro enfoque, que debe producirse paralelamente a escala urbana.
La relocalización estatal debe acompañarse de una doble acción: la descentralización masiva hacia las ciudades y territorios y en el interior de cada ciudad; una multicentralidad como modo de planificación de la vida urbana y territorial. La verdadera resiliencia urbana y territorial será la de la vida policéntrica, la del verdadero redescubrimiento de la proximidad en todos sus aspectos; de la puesta en valor de la “ciudad de las distancias cortas”, de las regiones y los territorios con marcos multipolares.
Sí, la ciudad del cuarto de hora, el territorio de media hora, la ciudad y el territorio de proximidad… Todos son enfoques propuestos para construir otra forma de existir frente a los desafíos inevitables de la calidad de vida. Reencontrar lo cercano también es volverse resiliente ante las graves perturbaciones que puedan ocurrir regularmente en nuestros universos vitales. Reencontrar las calles tranquilas y verdes, la movilidad ciclista o peatonal, hacer compras de proximidad, acceder a múltiples servicios, tener a mano diversidad de posibilidades para afrontar lo cotidiano, encontrar la manera de trabajar cerca de casa de forma presencial o digital, hacer que un mismo lugar tenga muchos usos y que cada uno sea un nuevo campo de opciones son respuestas que van al fondo de las cosas.
El desafío que nos ocupa, ante la crisis del coronavirus, es el de cambiar radicalmente el estilo de vida, aquí y ahora. Es un poco brutal lo que nos sucede, pero depende de nosotros estudiarlo, interpretarlo y contribuir a aportar respuestas.
Aquellos que trabajamos en el cronourbanismo, la cronotopia, la topofilia como herramientas poderosas para cambiar de paradigma, para cambiar el ritmo de vida en la urbe, para reencontrar una nueva convergencia del tiempo útil y de los espacios urbanos, para amar la proximidad y nuestros lugares de vida, decimos que sí, que más que nunca el policentrismo está en el centro de los cambios por venir, para vivir de forma diferente.
Carlos Moreno es profesor y especialista en inteligencia urbana y ciudades inteligentes en la Universidad de París.
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