¿Es verdad que va a haber otra Filomena en enero? Esta es la pregunta del millón en todas las conversaciones desde que hace unos meses renació el fenómeno de las cabañuelas, un método que usaban pastores y labriegos de España y Latinoamérica para predecir el tiempo cuando no existía la meteorología. “En los ochenta aún se hablaba de esto, pero pensaba que estaba superado y que hoy en día nadie iba a creer en semejante cosa, es inaudito”, reflexiona con una pereza infinita Ángel Rivera, antiguo portavoz de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet). La culpa la tienen la caza de clics en internet, las redes sociales y Jorge Rey, un niño de 15 años de Monasterio de Rodilla (Burgos) que lo aprendió de un pastor y al que algunos califican de meteorólogo y entrevistan como si lo fuera. La predicción del adolescente, que se define como “naturalista y hombre del tiempo”, habla de nevadas intensas en su comunidad. A pesar de que las cabañuelas son muy abstractas y locales, asegura que habrá otra Filomena el 24 de enero.
Hasta ahora, no dejaba de ser una nota pintoresca y muchos meteorólogos no querían ni comentarlo para no darle pábulo. Sin citar a las cabañuelas, Aemet publicó un vídeo en noviembre en el que se insistía en que la probabilidad de que se repita esta nevada es de apenas el 1%. Pero el domingo, en el Telediario de la 1, una periodista deslizó que el Ayuntamiento de Madrid ha reforzado un 35% efectivos para hacer frente a la Filomena que predicen las cabañuelas. El Ayuntamiento, que usa “por supuesto” los partes de Aemet, “no tiene nada que decir” y se remite a una nota de prensa del viernes, en la que no aparecen ni cabañuelas ni Filomena 2. El aumento de medios es real, pero la causa no: se debe a los nuevos pliegos del contrato de limpieza, elaborados según las necesidades de la ciudad y no en previsión de otra eventual nevada histórica. La periodista pidió perdón por su “error” en Twitter, que achacó a una “mala composición de la frase”, pero su gravedad preocupó a los meteorólogos.
Ante las críticas recibidas por como acabo este directo hablando de Las Cabañuelas. Mi respeto siempre a la ciencia y a mis compañeros del @ElTiempo_tve. Y mis más sinceras disculpas si les ha molestado que hablara de ello. A ellos y a los que se dedican a la meteorología.
— Rosa Correa (@rosacorrea_tv) January 9, 2022
“Es un método no científico de pseudopredicción, el horóscopo de la meteorología”, sentencia Beatriz Hervella, portavoz de Aemet. Consiste en observar parámetros del tiempo ―como la temperatura, la forma de las nubes o la dirección del viento― y comportamientos animales ―como el vuelo de las aves, la presencia de hormigas aladas o el orejeo de las mulas― durante los primeros 12 días de agosto ―enero en Latinoamérica―, que se consideran de ida, y los 12 siguientes, de vuelta. Sus resultados se proyectan a los 12 meses del año. El origen del término está en la festividad judía de los Tabernáculos, mencionada en documentos del siglo XI. “Es una tradición folclórica que no tiene rigor ni validez”, explica Hervella, ya que no se sigue el método científico ni se somete a validación ni evaluación. Aemet tiene, por ejemplo, un grado de acierto a un día vista del 84,3% en las temperaturas máximas, con un error menor de dos grados.
“No tiene sentido inferir que porque en agosto la atmósfera se comportó de tal modo en enero va a nevar, porque no tiene memoria. Su propia naturaleza caótica y compleja, que analizamos con ecuaciones no lineales, modelos teóricos, una gran cantidad de datos y superordenadores, impide ofrecer una predicción fiable y con altas probabilidades de un evento específico como una nevada más allá de siete o diez días”, argumenta. Así, pronosticar una Filomena para un día concreto con semanas o meses de antelación es, “sencillamente y del todo, imposible”. “Y el que lo pronostique, está mintiendo”, añade Francisco Martín, coordinador de la revista RAM Meteorología y jubilado del Cuerpo de Meteorólogos del Estado, que no entiende cómo hay “medios que se prestan a este circo y a vender burras”.
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Daniel Santos Muñoz, experto en supercomputación aplicada a la meteorología y jefe de proyecto de sistemas en los consorcios meteorológicos europeos Accord e Hirlam, recuerda el brutal avance de esta ciencia en los últimos 30 años, pero advierte de que “cuando mayor es el alcance, menor es la fiabilidad”. “Hemos mejorado mucho en el corto plazo, avanzamos un día por década y hoy tenemos la misma probabilidad de acierto para el quinto día a partir de hoy que para el segundo hace 20 años”, explica, para destacar “la nula verosimilitud” de estas creencias populares, que compara con la marmota Phil de Pensilvania, el pulpo Paul de la Eurocopa, la homeopatía o el tarot. Para que se entienda mejor, Santos hace un símil: “Un médico te hace una placa de rayos X, te ausculta, aplica sus conocimientos y te da un diagnóstico y una pastilla. Pues esto es como ir al curandero, que te mire la uña del pie izquierdo y te diga que tienes gastroenteritis”.
Juan Jesús González Alemán, investigador en dinámica atmosférica, no sale de su estupor al ver cómo “una curiosidad que se da por descontado que no funciona” ha ido creciendo hasta estallar “por no haberle parado los pies”. González, para quien las cabañuelas “son a la meteorología lo que la astrología a la astrofísica”, lamenta lo que está ocurriendo, ya que devalúa a los medios y a su propia profesión. A su juicio, es “un síntoma de la falta de cultura meteorológica y científica”. Martín, que recuerda que en EE UU y en Gran Bretaña se exige un certificado de capacitación a los comunicadores del tiempo, compara el bulo de las cabañuelas con el del gran apagón mundial y opina que es “un signo de estos tiempos en los que se usa el miedo para convertir a una sociedad en irracional”.
El predicamento de las cabañuelas inquieta a los profesionales, que alertan a la ciudadanía de que no debe confiar ni en ellas ni en métodos similares como el calendario zaragozano o las témporas, cuyos vaticinios “ni se cumplen ni se sostienen”, anota Rivera. “Se está normalizando esta chufla en los medios”, se queja Hervella, que recuerda que la meteorología es una especialidad de la física y que 1.100 expertos siguen la evolución del tiempo en Aemet. Rivera, que pide responsabilidad y rigor, subraya que Filomena se predijo con total precisión cuatro o cinco días antes, lo que hace 10 años habría sido impensable, y añade un ingrediente de complejidad, el cambio climático: “Un cabañuelista castellano me admitió, cuando apenas se estaba empezando a hablar del calentamiento, que ya no podía decir el tiempo porque las cosas habían cambiado mucho. Ya no sirven ni los refranes”. De momento, para la ciencia no hay visos de una Filomena 2. “Hay un anticiclón muy robusto”, explica Hervella, lo que impide el paso de borrascas. De acertar las cabañuelas, sería “suerte y casualidad”.