La jugada fue en el minuto 94 de partido. El Barça se estaba jugando sus opciones para pasar a octavos de final de la Champions contra el Benfica y apuraba sus opciones para romper el empate a cero. Piqué se había ido a hacer de 9 como si Johan Cruyff le hubiera llamado desde el cielo y la pelota salió limpia para el contraataque luso. Cuando se abrió la imagen me di cuenta, tal vez a usted le pasó lo mismo, de que al Barça le faltaba un defensa para defender a los dos atacantes vestidos de rojo, solo una camiseta blaugrana y decenas de metros para defender. Y luego, Ter Stegen, ante un balón de Seferovic perfectamente picado, con lo difícil que era la acción, logró que la pelota le rozara en la cabeza, demostrando el portero alemán que se defiende con lo que se tiene más a mano. La bola se le quedó limpia al atacante del Benfica, casi parada, con la portería abierta y Eric Garcia intentando cerrar el universo. Seferovic falló.
Y es ahí, justo una décima de segundo antes de que rematara el delantero suizo del Benfica cuando una pregunta pasó por mi cabeza, una idea absurda y tonta: ¿Cuánto tiempo vamos a tardar en ver las primeras canas en el cabello de Xavi Hernández? O formulada de otra forma: ¿Lo de Xavi va a tender a caída o canas por estrés?
Y mientras mi mente se entretenía ante tan sabia cuestión le daba tiempo a Seferovic de marrar su pase a la red, la pelota lamía el palo por fuera y el suizo fallaba la oportunidad más clara de su vida para dejarle al Barça una pelota de clasificación en Múnich, que menos es nada, aunque la tarea se antoja compleja y exigente.
Ya les aseguro que mis pensamientos durante un partido de fútbol no suelen ir por estos derroteros estilísticos ni por cuestiones que se alejan mucho del juego pero es que los 20 minutos finales del partido contra el Espanyol del sábado pasado con esos dos tiros al palo, las claras ocasiones marradas por los jugadores pericos y el exiguo 1-0 del marcador ya me llevaron a pensar en que el debut de Xavi había sido de presión máxima, derbi catalán para hacer el tránsito de Qatar a LaLiga y que esos picos de estrés se acaban pagando en forma de calvicie o de canas elegantes. Vean sino qué bien que lo lleva Ancelotti y sus canas llenas de sabiduría.
Es que el trabajo que ha aceptado Xavi Hernández es de esos a los que no debes decir que no pero que tienen una delgada línea entre la aventura y la tragedia.
De momento, ha conseguido el técnico culé cambiar el estado de ánimo de los azulgrana y que el Camp Nou, tantas veces acusado de frío, se haya convertido en una caldera de emociones positivas y siguiendo aquella definición máxima de Jorge Valdano de que un equipo es un estado de ánimo se diría que en el barcelonismo se ha declarado un nuevo tiempo de optimismo. Tanto que hasta Ousmane Dembélé, hasta anteayer símbolo del dispendio irracional y de la profesionalidad entendida de forma singular, se ha convertido en la gran esperanza de presente blaugrana y sus 25 minutos del martes son una de las señales que apuntan a que la brújula culé se vuelve a reorientar en la buena dirección.
¿Es todo real o hay en ello una gran parte de deseo de los aficionados culés de que todo vaya bien hartos ya de noticias y energías negativas?
Solo el tiempo tiene la respuesta aunque, de momento, ver las once camisetas blaugrana bien dispuestas sobre el césped invita al optimismo.
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