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Las chicas de oro: risas enlatadas, nostalgia y tarta de queso

En Cansada y enferma, el capítulo doble con el que comienza la quinta temporada de Las chicas de oro, Dorothy reúne en un restaurante a su madre y sus amigas para festejar que la enfermedad que padece tenga nombre: fatiga crónica. Tras peregrinar por consultas de médicos que, minimizando o ignorando su sufrimiento, le sugerían que tuviese citas, fuese de crucero o se tiñese el pelo, un especialista había diagnosticado su afección. Ni siquiera la curaba, simplemente validaba su dolencia: no estaba loca; estaba enferma. Una vivencia tan triste como cotidiana en la que muchas mujeres pudieron —pueden— reconocerse. Cuando el camarero pregunta qué celebran, Sophia aligera el tono de la secuencia con una línea que nos devuelve el espíritu jocoso de la serie: “Que mi hija ha sabido que padece una enfermedad debilitante”.

Esa trama, basada en la experiencia personal de la creadora de la serie, Susan Harris, deja claras dos cosas: la importancia de las mujeres en la sala de guion y la extraordinaria variedad del material que se trataba en la serie. Un material que probablemente no era el esperado por la NBC cuando se planteó incorporar a su parrilla una comedia sobre “mujeres mayores”. El equipo de guionistas al que llegó la idea no tardó en descubrir que con “mayores” la cadena se refería a 40 años y que el proyecto era una especie de Cómo casarse con un millonario que sustituía los sofisticados ambientes neoyorquinos por la soleada piscifactoría de jubilados adinerados que es Miami. El guion que entregaron Paul Junger Witt, Tony Thomas y Harris fue mucho más revolucionario: tres sexagenarias compartiendo casa y confidencias adelantándose tres décadas al cohousing.

Si a la NBC se le pasó por la cabeza que vejez podía ser sinónimo de aburrimiento, esa idea se desvaneció tras un piloto que congregó a 25 millones de espectadores y enamoró por igual a público y crítica. La química entre Bea Arthur, Rue McClanahan, Betty White y Estelle Getty resultaba imbatible y las convirtió en los rostros más populares y premiados de la pantalla.

Rue McClanahan, Estelle Getty, Bea Arthur y Betty White en 1992 con sus premios Emmy.ABC Photo Archives (Disney General Entertainment Con)

Dorothy, Blanche, Rose y Sophia cautivaron a público de todas las edades gracias a un humor inteligente y vivencias intergeneracionales. Eran viudas, divorciadas, madres e incluso abuelas, pero la serie no pivotaba sobre ello. No vivían sus vidas a través de sus hijos ni esperaban anhelantes la visita de los nietos. “Lo que le dijimos a Estados Unidos fue que la vida no había terminado solo porque tienes un nido vacío, estás divorciada o tu cónyuge falleció. Puedes crear una nueva familia y vivir otra vida” sentenció Tony Thomas en 2019.

Las protagonistas, como cualquier mujer de cualquier edad, tenían problemas domésticos y laborales; se enamoraban, lidiaban con sus ex y mantenían relaciones sexuales. Y todo lo vertebraba una amistad inquebrantable basada en un cariño a veces un tanto peculiar. “¿Qué fue lo primero que pensaste de mí?”, le pregunta en una ocasión Blanche a Rose. “Que eras una puta y que llevabas mucho maquillaje. Pero me equivoqué, no llevas mucho maquillaje”.

A lo largo de sus 177 capítulos, además de para la fatiga crónica hubo espacio para el VIH, la menopausia, el acoso sexual, el suicidio, la adicción a los analgésicos o la homosexualidad. De hecho, su episodio más laureado, ¿Verdad que es romántico?, contaba la historia de Jean, una amiga lesbiana de Dorothy que se enamoraba de Rose. En 1986, durante la puritana era Reagan, fue una trama rompedora para una comedia familiar. Si el sexo tras la menopausia ocupaba un papel ínfimo en la televisión de los ochenta, el amor homosexual en la tercera edad no ocupaba ninguno. “Nunca se trató solo de bromas”, contó Paul Junger Witt a Vulture, “esos episodios significaban mucho para nosotros porque abordamos temas serios que debían tratarse a nivel nacional y era una forma segura de que las personas los vieran, escucharan y asimilaran”.

La naturalidad con la que bromeaban sobre todo fue uno de los factores que provocó que la audiencia se mantuviese fiel hasta el final. Tras siete temporadas de éxito, Bea Arthur decidió abandonar la serie y Las chicas de oro se despidió como una pieza fundamental de la cultura audiovisual del siglo XX y una de esas ficciones que hay que esgrimir cuando alguien afirma que las mujeres no son divertidas o se justifica el humor misógino, homófobo o racista bajo el escudo del “eran otros tiempos”.

Casi cuatro décadas después de su estreno y convertida en un fenómeno pop, era una de las grandes carencias de la abrumadora oferta de las plataformas. Este miércoles, por fin, desembarcará al completo en Disney+ y es lícito preguntarse si los espectadores que no vivieron el fenómeno en los ochenta conectarán con las batallitas sicilianas de Sophia, los ardores sureños de Blanche, las miradas soslayadas de Dorothy y las peroratas sobre festivales de arenques malabaristas del St. Olaf de Rose. Pero como si hay algo tan atemporal como compartir una porción de tarta con las personas que quieres es el humor inteligente, la respuesta solo puede ser: sí.

Homenaje en las calles de Hollywood a Betty White tras su reciente fallecimiento.ROBYN BECK (AFP via Getty Images)

Adiós a la última chica de oro

El próximo lunes, Betty White habría celebrado su centenario. No pudo ser, falleció el 31 de diciembre dejando tras de sí ocho décadas dedicadas al audiovisual y una legión de fans inconsolables.

Pionera en televisión, fue una de las primeras mujeres que condujo y produjo su propio show y, como revela el documental Betty White, disponible en Movistar+, se adelantó a las cuotas contratando equipos femeninos y demostró su personalidad ignorando a quienes en los cincuenta le exigieron que despidiese al músico Arthur Duncan por ser negro.

El rostro de White se hizo familiar gracias a La chica de la tele, pero fue el personaje de Rose Nylund en Las chicas de oro el que la convirtió en una estrella. En 2010, su presencia en un anuncio viral de Snickers desencadenó un movimiento en Facebook que la llevó a convertirse en la presentadora de más edad del Saturday Night Live. Desde entonces su popularidad no ha decaído.

Animalista acérrima, la lloran también la larga lista de asociaciones con las que colaboró. En su honor se ha organizado el #BettyWhiteChallenge que anima a celebrar su cumpleaños donando cinco dólares a los refugios de animales. De nuevo ha conseguido que las redes sociales sirvan para algo relevante.


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