Por José Carlos G. Aguiar
La princesa holandesa Amalia de Orange, heredera del trono de los Países Bajos, cumplió 18 años. Y como estamos aún en medio (¿o al principio, o al final?) de la pandemia, se le ocurrió que no era una buena idea hacer una fiesta multitudinaria. Según reportes oficiales, se trató de una reunión de 21 personas que tuvo lugar el pasado sábado 11 de diciembre en el jardín del palacio Huis ten Bosch. Todos los participantes estaban vacunados y se hicieron una prueba de Covid antes de la fiesta. Pero según algunos medios hubo al menos 100 invitados. La fiesta de cumpleaños, que primero se mantuvo en secreto, se filtró a los medios (¡sorpresa!) y esta semana se convirtió en un tema de debate público. El escándalo está servido.
La fiesta de la princesa Amalia tiene lugar durante la ola de la variante del Covid ómicron, que tiene a los Países Bajos en confinamiento desde finales de noviembre. Entre las medidas para prevenir el contagio, los clubes deportivos, restaurantes y cafés cierran a las 5:00 de la tarde.
Se prolongan las vacaciones escolares de Navidad por una semana. Se pide a la gente trabajar en sus hogares. Y no está permitido recibir a más de cuatro personas en casa. Los índices de infección no parecen bajar y el país está a punto de entrar otra vez al confinamiento total, como al principio de la pandemia. ¿Cómo se le ocurre entonces a su padre, el rey Willem-Alexander, que es una buena idea festejar así a su hija en el palacio? ¿Cómo es posible tal falta de juicio, de sentido común? Dar una fiesta así, violando la reglas, pone de manifiesto la enorme distancia que existe entre la familia real y el mundo “más allá” del palacio. Han perdido por completo el contacto con la sociedad en la que viven. El rey cree que su privilegio está por encima de la realidad de la salud pública.
“Ach, ja… doe je niet zo moeilijk” (ay, por favor, no te pongas tan pesado), le habrá dicho el rey al primer ministro holandés, Mark Rutte. Según el rey, no fue una fiesta en su casa, sino en un parque, el parque que se encuentra justo a espaldas del palacio. Pero su razonamiento es ilógico y despertó aún más sensibilidades. El parque es parte del palacio Huis ten Bosch, cuya decoración para el rey le costó al pueblo holandés 60 millones de euros, el doble de los 30 millones originalmente presupuestados. El parque no es entonces un lugar de acceso público, está dentro de la residencia oficial de la familia real, y es vigilado por cámaras y policía militar. La presión sobre el rey aumenta, y en lugar de dar una declaración o disculpa pública, el primer ministro escribe el jueves 16 de diciembre una carta al parlamento para decir que el rey piensa “que no fue una buena idea” organizar la fiesta. Willem-Alexander dice que no va a hablar más del tema y cree con esto darle carpetazo al asunto.
Un rey muy “creativo” con las reglas
Pero no es la primera vez que el rey rompe las reglas en relación al Covid. El año pasado, la familia real se fue de viaje durante el confinamiento, en contra de las instrucciones del gobierno de no viajar. Las hijas del rey, las adolescentes princesas, se quedaron toda una semana en su villa de superlujo, con yate y puerto privado incluido en la isla griega de Peloponeso.
Al rey le gusta usar las reglas creativamente, como se ha visto. Lo hace al incrementar el presupuesto para decorar su palacio, para hacer viajes en medio de la crisis sanitaria, y organizar fiestas para la princesa heredera. El estilo de vida del rey Willem-Alexander y su esposa, la reina Máxima, argentina e hija del ministro de Agricultura durante los asesinatos de líderes rurales y campesinos durante la dictadura de Videla en Argentina, es de un jet-setter. Una vida de privilegios, entre los palacios holandeses, una residencia de lujo en Peloponeso y un rancho de dimensiones gigantes en la Patagonia, y ve tú a saber cuántas propiedades más.
La persona de Willem-Alexander nunca ha sido realmente popular en los Países Bajos. Durante sus años de soltería y borracheras en la universidad, se le quedó el moto de “prins pils”, el príncipe cerveza, y no estaba interesado en convertirse en rey. Quizá por ello no ha sido un rey que le dé contenido a la monarquía, más bien está erosionando la institución. Algo está pasando al interior de la casa real holandesa. Estos “errores” le han costado mucho a la familia real: sólo 44% de los holandeses dice tener confianza en el rey hoy en día. En abril, todavía tenía un apoyo del 57%, y su madre, la entonces reina Beatriz, dejó el reinado en 2013 con una aceptación del 78%. Las diferencias son abismales.
¿Error o abuso?
Entre más tiempo pasa, el rey comete más “errores”, que no son errores, sino un abuso flagrante de sus privilegios. Su conducta y malas ideas, nos hacen pensar que no es un rey muy inteligente. Lo cual no tiene en realidad que ser un problema, si tiene a su lado un consejo o grupo de asesores que le dé información acertada y le ayude a tomar (buenas) decisiones. Pero ese no es el caso. Esta forma “creativa” de seguir las reglas, no es más que un síntoma de una conducta que muestra a un rey que hace uso de sus privilegios sin limitaciones, que actúa en solitario, por sí mismo. Las reglas no fueron creadas para el rey, sino para el pueblo. Al imponer su voluntad sobre la ley, se convierte en un rey déspota.
Estando las cosas así, el rey hará más difícil la sucesión de su hija Amalia. Y pone la legitimidad de la familia real holandesa al debate.
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