Las encuestas raramente aciertan o fallan en todo, y la primera vuelta entre Luiz Inácio Lula da Silva y el actual presidente de Brasil no ha sido una excepción. La media esperaba a Lula en el 46,7%, y terminó en 48,4%: solo 1,7 puntos de diferencia, o un par de millones de votos en un país con más de 200 millones de almas. Ahora bien, a Bolsonaro se le anticipaba en el 35,3%, y acabó en un 43,2%; ocho puntos por encima. ¿Qué explica esta imprecisión asimétrica? Hay al menos tres hipótesis, todas plausibles, y no excluyentes entre sí: decisión de última hora, voto vergonzante o error de muestra.
La elección en Brasil está siendo una de las más claramente polarizadas de los últimos tiempos: la división Lula-Bolsonaro corresponde en su intensidad ideológica y afectiva a la de Boric-Kast, Biden-Trump, Macron-Le Pen o Arauz-Lasso. También coincidía, e incluso superaba a las anteriores, con la excepción de EE UU, en la visibilidad destacada de dos candidatos que concentraban la mayoría de las oportunidades para vencer. Así que resultaba un tanto sorprendente que uno de los dos candidatos se mantuviera tan cerca del umbral del 50% mientras el otro estaba despegado. Los resultados finales confirmaron que efectivamente no era así. Pero hay que tener en cuenta que las encuestas que se usaron como referencia para construir el pronóstico asimétrico se realizaron hasta 96 horas antes de la elección. Fijaron la idea de un Lula cercano a la victoria en primera vuelta, incentivando así la movilización antizquierda y la concentración de voto en torno a la alternativa más viable al expresidente.
Un primer indicio a favor de esta primera hipótesis sería el hecho de que el ajuste de las encuestas respecto a los resultados finales mejora ligeramente al hacer la comparación con voto sobre el total válido, eliminando a los indecisos de la base de cálculo. Esto equivale a asumir que se quedaron en casa. Si en lugar de eso asumimos (pero no tenemos datos para elaborar la simulación específica) que una mayoría se decidió por Bolsonaro, el ajuste mejoraría aún más.
En esa misma dirección, la sobreestimación del tercer candidato (Ciro Gomes, que de hecho acabaría en cuarto lugar) y también de la cuarta (que, a pesar de superar a Gomes, finalizaría por debajo de lo esperado).
Pero ocho puntos son muchos para explicarlos exclusivamente por la vía de las decisiones de último minuto, por lo que vale la pena considerar las explicaciones adicionales, que versarían sobre la existencia de un voto oculto, incorrectamente medido de partida.
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Cuando se habían contado aproximadamente la mitad de las papeletas en la noche electoral, el politólogo Pedro Magalhães compartía en Twitter la portada de un clásico de la ciencia política: La espiral del silencio, de Elisabeth Noelle Neuman. Esta teoría se basa en el postulado de que una parte (indeterminada, pero sustancial) de la ciudadanía expresan opiniones más cerca de lo que perciben como consenso en su entorno que de aquello que piensan realmente. En Brasil, sin existir necesariamente un consenso como tal (de hecho, los conceptos de “polarización” y “cámaras de eco” definirían mejor la forma del debate público actual en el país), sí cabría argumentar que la norma social caía un poco más del lado de Lula que de Bolsonaro por al menos dos razones: la baja valoración del actual presidente y el clima general de victoria sugerido por las mismas encuestas que rodeaba a la campaña del retornado. No tenemos herramientas para medirlo a día de hoy, pero no parece descabellado pensar que ha jugado un papel cuantitativamente relevante en esos ocho puntos de más para Bolsonaro, quizás interactuando con los movimientos de última hora antes descritos: al final, resulta muy difícil discernir, incluso en el fuero interno, entre una decisión de la que nos autoconvencemos cuando se acerca el momento de la verdad y una que siempre íbamos a tomar.
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Por último, no se puede descartar que ese voto oculto de derechas lo haya estado no por silencio, sino por invisibilidad en las muestras de algunas encuestadoras. Este fue el origen del fallo en la medición de Trump en 2016. Ciertamente, las diferencias en la cercanía o lejanía en la estimación de Bolsonaro entre los últimos sondeos en Brasil sugieren que las diferencias metodológicas han tenido su importancia.
Ahora bien, todas las encuestadoras sin apenas excepción, concurrían en que Lula iba a quedar por delante de Bolsonaro, que ambos iban a dominar la elección por encima del resto de candidaturas, y que no se iba a evitar una segunda vuelta. Es tentador, y en cierta medida necesario para mejorar, fijarnos en lo que no se capturó correctamente. Pero no cabe perder de vista que, una vez más, las encuestas acertaron al dibujar los contornos esenciales de lo que finalmente tendría lugar en las urnas.
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