Las familias deploran el “olvido” de los alumnos en cuarentena

La profesora universitaria de la Facultad de Magisterio Elisa Martín Ortega.
La profesora universitaria de la Facultad de Magisterio Elisa Martín Ortega.

Elisa Martín Ortega (Valladolid, 1980) lleva 15 años a pie de aula, aunque en los últimos siete meses ha tenido que impartir sus clases online. En ese tiempo ha aprendido a valorar la importancia del lenguaje corporal. Considera que la presencialidad es determinante en las diferentes etapas educativas y que no se ha defendido suficientemente. También cree que se está criminalizando en exceso a los universitarios de forma injusta. Ahora forma a futuros docentes en la Facultad de Educación de la Universidad Autónoma de Madrid, y antes pasó por la Pompeu Fabra y fue investigadora en el CSIC. Es doctora en Literatura Española, psicóloga y filóloga, madre de dos hijos y miembro del Forum Infancias Madrid.

La vuelta al cole de la comunidad educativa

Pregunta. Estos días los universitarios están siendo los nuevos protagonistas de la crisis por varios brotes en colegios mayores ¿cree que son más irresponsables que el resto de la población?

Respuesta. Los jóvenes tienen una vida social más activa que otros grupos de población y tiene que ver con cómo somos en distintos momentos de nuestra vida. Pero, por mi experiencia, la gran mayoría de los universitarios está teniendo un comportamiento ejemplar. Tanto en las actividades dentro del campus como en su vida social están siendo muy responsables. Es cierto que son muy impactantes las imágenes de grandes fiestas pero deben ponerse en un contexto de datos, y la grandísima mayoría de alumnos no está acudiendo. La principal fuente de rebrotes en verano fueron los adultos que se reunían en cenas, o en fiestas familiares. Lo que es evidente es que los colegios mayores y residencias de estudiantes, como ya se vio con las residencias de ancianos, son un foco de contagio pero es por el simple hecho de vivir en un espacio limitado con otras 300 o 1.000 personas compartiendo espacios comunes.

P. ¿No considera entonces que la vida universitaria deba ser un motivo de preocupación?

R. Creo que hay una tendencia en esta crisis a tratar de buscar culpables. Al principio se culpó a los niños, luego a los adolescentes, luego a los que iban a las discotecas y ahora a los de las residencias universitarias. Cuando en realidad esas fiestas no son generalizadas, ni absolutamente descontroladas. Hemos conocido tres y hay decenas de campus en España. Me parece peligrosa la tendencia a buscar grupos culpables porque le quita la responsabilidad a las Administraciones. Y ahora les ha tocado a los universitarios como luego les tocará a otras personas. En realidad son mucha gente viviendo junta, compartiendo espacios como baños, comedores… y es mucho más fácil que el virus se expanda masivamente en un contexto como ese. Y me resulta preocupante esa estigmatización porque no creo que vaya a ayudar a controlar la pandemia sino que va a empeorar la situación al generar una crisis de confianza.

P. ¿Cómo ha sido el comienzo del curso en su universidad?

R. No estoy impartiendo clases presenciales, sino de docencia telemática, es decir, tengo mis mismas clases pero las imparto a través de una plataforma online. Ya lo hicimos durante el confinamiento y fue muy complicado por la falta de experiencia, pero en verano hemos adaptado los materiales a esta modalidad y está siendo más sencillo, pero no es una situación óptima. Los estudiantes no están muy conformes y acusan mucho esta fatiga de estar tantas horas en la pantalla, la capacidad de atención está quedándose muy tocada. Aunque ellos tienen que participar en las clases, entregar trabajos y tratamos de idear maneras de que participen en grupo, con debates y con discusiones, lamentablemente la realidad es que no se parece en nada a la clase presencial.

P. ¿Qué echa de menos de las clases presenciales?

R. Al dar clase hay una gran parte del trabajo que es comunicación con los estudiantes. Tiene que ver con la atención, con si te entienden o no gracias al lenguaje corporal, cómo te miran, si les interesa, si les enfada lo que dices, les ves y sabes si está funcionando. Pero a distancia te pierdes toda esa información. No logro evaluar la atención de mis alumnos, ni tengo muy claro lo que está pasando al otro lado de la pantalla. Les preguntas y tratas de mantener abierta la interacción el máximo posible pero es un límite importante que no se puede superar. Es muy evidente que algo falla, porque por ejemplo cuando daba las clases físicamente a dos grupos diferentes ninguna clase era igual, nunca. Sus dudas, sus inquietudes, las reflexiones y el pensamiento que surgía te acababan llevando por otros caminos que eran muy interesantes. Con las clases a distancia esto no ocurre.

P. ¿Qué ocurre en esas clases y qué se está perdiendo?

R. Salen exactamente cómo las he planeado. Esto es muy cómodo para el profesor, pero me resulta muy sospechoso porque significa que no hay una interacción. Y en las facultades de Educación esa interacción debería ser más viva ahora que nunca, debería haberse peleado más por la presencialidad y tendríamos que estar pensando con nuestros alumnos sobre lo que estamos viviendo en esta situación de emergencia docente. Hacer esa labor con los estudiantes de educación es muy importante, debemos involucrarles en esa reflexión, en cuáles son los límites de determinados modelos. Pero no está habiendo espacios para ese diálogo, al otro lado de la pantalla no fluye la reflexión de la misma manera. No nos habíamos dado cuenta de lo importante que es el cuerpo y la presencialidad en la educación hasta que la hemos perdido. Estás como ciego y no puedes adaptarte a lo que está ocurriendo a tu alrededor porque no lo sabes.

P. ¿Por qué la presencialidad es tan importante también en la universidad?

R. En estos meses se ha alertado de la desigualdad, del acceso de los alumnos a los medios, de la privacidad… Todo ello es fundamental, pero más allá de eso lo que hace que las clases presenciales sean tan importantes es que el hecho educativo es un concepto de relación entre las personas. Y si no podemos relacionarnos de verdad se hace todo mucho más complicado.

P. En el Foro de Infancias de Madrid, del que usted es parte, también han analizado la vuelta al cole en los colegios ¿a qué conclusión han llegado?

R. Al principio estábamos muy preocupados por el grado de improvisación, el caos de las instrucciones contradictorias y cómo iban a ser capaces los niños de convivir con estas normas, y adaptarse a un colegio que era distinto al que habían dejado. Pero era tal la necesidad de escuela y la falta que les hacía, que merece la pena. La mayoría de escuelas lo están haciendo bien. El colegio es insustituible y los responsables políticos se han dado cuenta de ello así que mantener las escuelas abiertas debe ser una prioridad absoluta. Aunque estamos atentas al impacto que va a tener esta experiencia a largo plazo y cómo lo van a integrar en su vida y para eso el soporte familiar es clave. La idea de la enfermedad y la idea de la muerte han pasado a estar muy presentes en su vida y de forma precoz, y eso es detonante de muchas angustias y preguntas que quizá no se habrían planteado hasta años más tarde.

P. ¿Y está empezando a traducirse en comportamientos anómalos en las aulas?

R. Vivimos en un nuevo universo en el que el contacto físico fuera del ámbito familiar está proscrito. Donde hay una tensión normativa acumulada y a los estudiantes les han reducido el patio. Les han limitado los deportes y el espacio para correr. Toda esa tensión acumulada acaba llegando en ocasiones por la vía de la violencia, verbal y física que seguramente esté aumentando en las aulas. Tiene que ver con la descarga de esa tensión y la necesidad de estar con los demás y no poder hacerlo. Si a los niños no les dan vías para descargar esa tensión acaban saturándose y mostrándolo en el aula de estas maneras. Y los docentes deben tener la habilidad para darse cuenta de lo que está pasado para manejar la situación

P. ¿Y en los institutos qué preocupa?

R. Me preocupa la semipresencialidad. Se creyó que los adolescentes estaban preparados para asumir un modelo así, y nos equivocamos. Secundaria y Bachillerato son dos etapas muy complicadas a nivel vital, y cualquier profesor sabe lo difícil que es conectar con ellos y mantener el canal abierto de comunicación. En esa franja de edad las clases presenciales son fundamentales porque cuesta muchísimo mantener la atención de los chavales y es cuando empiezan a darse los primeros problemas de fracaso escolar, de desenganche. Todo ello es mucho más difícil de controlar con la fórmula semipresencial y corremos peligro de que muchos más chavales se nos pierdan por el camino. Va a traer problemas educativos y los veremos a largo plazo.

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