Las fichas de ‘recursos humanos’ de ETA ven la luz


Todo un catálogo de formularios con datos, aficiones, y motivaciones personales de nuevos miembros de ETA en los años setenta y ochenta estará expuesto al público. Las fichas, que podrán verse en la sede del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo en Vitoria, fueron halladas por la policía francesa el 3 de octubre de 2004 en un zulo denominado Txoriak (pájaros), ubicado bajo una vivienda en la localidad de Saint-Pierre d’Irube, a seis kilómetros de Bayona, en el País Vasco francés. La operación, desarrollada como consecuencia de una investigación conjunta de la policía francesa y la Guardia Civil, condujo a la detención de Mikel Antza, jefe político de ETA desde 1993, y de su pareja Soledad Iparraguirre Anboto. Al descubrir el escondite bajo la vivienda, los agentes comprobaron que abundaba la documentación antigua, lo que hizo suponer a los investigadores que podía tratarse del “archivo histórico” de la banda.

Las fichas que los miembros de ETA rellenaban cuando ingresaban en la organización terrorista incluyen información como el “nombre revolucionario” (iraultzarako izena), el aparato en el que estaban encuadrados, si habían sido detenidos, lo que pensaban de ETA tanto ellos como sus familias o los motivos por los que se unían a la banda. “Los miembros debían entregar una copia del DNI y fotografía de tamaño carnet y con ello esas fichas quedaban en el archivo de la organización”, señala Florencio Domínguez, presidente del Centro Memorial, quien recuerda que antes de esa operación en octubre de 2004 “se había llegado a localizar alguna ficha en blanco” pero ninguna rellenada.

En otros apartados de los formularios se mencionan los motivos por los que el nuevo militante se unía a ETA, si tenían algún cargo en el seno de la banda, si habían colaborado con el grupo con anterioridad y también algunas aficiones personales. ”Las fichas muestran así una combinación de hobbies -mencionan la montaña, la lectura, otro confiesa ser “mujeriego”- con todo tipo de justificaciones de la violencia”, ha avanzado el Centro Memorial. En este sentido, detalla que en estos archivos se puede leer cómo Pablo Gude Pego, miembro de los Comandos Autónomos Anticapitalistas muerto en un enfrentamiento con la Guardia Civil en 1984, “aprovecha para delatar a un supuesto falangista que viviría ‘debajo mío’ en Rentería”. Además, destaca que Francisco Javier Aranceta, fallecido en 1980 mientras cometía un atentado en el que murió el guardia civil Rufino Muñoz, “es el único que desconfía y muestra su desacuerdo con que todos los etarras rellenen estas fichas por si caían en manos de la Policía, como así terminó sucediendo”, señala el comunicado del centro.

Florencio Domínguez recuerda que ese material tardó casi 15 años en ser trasladado a España y que fue entregado por las autoridades francesas a las españolas en febrero de 2018 para que pudiera servir a los cuerpos de seguridad en sus investigaciones. Domínguez señala que, de toda la documentación recabada, el Centro solo ha recibido por ahora 69 fichas “de los años setenta y ochenta” que “no tienen recorrido judicial”, ya que la Fiscalía de la Audiencia Nacional y equipos de la Policía Nacional y la Guardia Civil siguen trabajando con el resto del material. Además, apunta a la utilidad judicial que han tenido algunos de esos documentos. “Algunos documentos encontrados en ese zulo sirvieron, por ejemplo, para juzgar y condenar a los autores del asesinato del funcionario de prisiones Máximo Casado en el año 2000″, recuerda.

Cuando en noviembre de 2010 se celebró el juicio en París contra Mikel Antza y los otros miembros de ETA capturados en la misma operación de 2004, el que fue número uno de la banda desde la caída de la cúpula de Bidart en 1992 reclamó a las autoridades francesas la devolución de los documentos que se guardaban en el zulo de Saint Pierre d’Irube asegurando que se trataba del “archivo histórico” de la organización terrorista. El Centro Memorial considera que hay tres motivos para incluir estas fichas en la exposición. En primer lugar cree que es necesario “identificar a las víctimas, pero también a los perpetradores, cada uno en su rol”, también “presentar pruebas de la actividad interna de una organización terrorista”, y, por último, por “el valor simbólico que tiene el hecho de que el archivo de los terroristas acabe en el Memorial de sus víctimas”.


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